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actualizado 18 de febrero 2011

 
Guillermo Mejía Baltodano escribe sobre el Bario San Antonio
 
Por Raúl Arévalo Alemán  
Guillermo Mejía Baltodano (foto cortesía)

El Licenciado Guillermo Mejía Baltodano, un autóctono de Managua, la Capital de Nicaragua en Centroamérica, escribió recientemente un libro titulado “El San Antonio que yo conocí” memorias de Managua. El habla de las referencias y costumbres de los habitantes de lo que fue ese barrio, hasta el terremoto del 23 de Diciembre de 1972, cuando desapareció definitivamente por el fenómeno telúrico. Esta vez damos a conocer un fragmento de lo que fue ese famoso lugar, ya que en la Iglesia San Antonio estuvo la Imagen de la Sangre de Cristo , muy adorada por los capitalinos desde hace siglos , símbolo católico de Jesús crucificado, que fue trasladada, luego de que la capital nicaragüense sufrió otro sismo , el 31 de Marzo de 1931.

LA IMAGEN DE LA SANGRE DE CRISTO

En la Iglesia de San Antonio, ocupaba un lugar muy especial la Capilla de la venerada imagen de la Sangre de Cristo. Esta era una imagen de Jesús crucificado, agonizante, lacerado y sangrante que fue traída de Guatemala en 1638. Originalmente, la imagen estaba en la Iglesia San Miguel pero con el daño que le causo el terremoto de 1931, esta iglesia fue demolida y la imagen pasó a la iglesia de San Antonio.

Este Cristo crucificado era visitado por miles de fieles que con fe y esperanza, le imploraban toda clase de milagros y le pedían fortaleza por cargar alguna cruz en la vida terrenal, tal como Él cargó con la cruz de los pecados del mundo. En el altar existía una escalera que atravesaba el frente, la que servía para llegar hasta los pies perforados por los clavos que lo sujetaban a la cruz. Puestos ahí, los creyentes le clamábamos nuestras penas para que acogiera nuestras súplicas y después recibiéramos el beneficio de nuestras plegarias.

Para la Pascua, la Iglesia Católica celebra con devoción y fe, la cuaresma, tiempo de reflexión sobre la vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo y por supuesto la Iglesia de San Antonio se incorporaba a esta celebración.

Santos cubiertos con unas mantas púrpuras era lo que mayor impresión causaba en esos días, solo la imagen de Jesús crucificado no era cubierta. La tradición era trasladar la imagen al piso de la capilla y sobre almodones de seda bordados con hilos de color plata, oro, rojo, y otros matices brillantes, se colocaba la Santa Imagen en el piso. Los feligreses traían entonces, frutas de distintas especies: racimos de coco, matas de plátano, manojos de mangos en sus ramas, y otras más, todas ellas adornaban el Cristo crucificado junto con flores, palmas y chirriones de corozo pintados de colores.

La orquesta de la Guardia Nacional se aprestaba todos los años a cumplir una promesa hecha a la Sangre de Cristo: acompañarla con himnos, marchas y canciones religiosas, durante la cuaresma. Esta promesa se basaba en una muestra de fe, cuando la orquesta de los Supremos Poderes, como se le llamaba antes, realizaba una travesía por el Lago Xolotlán cumpliendo con una actividad en un municipio costero al lago de Managua.

Dicen que se desató una tormenta a la altura de punta Chiltepe, y las aguas fueron embravecidas por los vientos fuertes que azotaban la masa de agua y surgió la posibilidad de un naufragio.

Los integrantes de la banda de los Supremos Poderes, se encomendaron a la Sangre de Cristo y se dispusieron a entonar himnos fúnebres, su clamor fue oído, calmándose la tormenta y pudiendo llegar a su destino, sanos y salvos, gracias a la fe que depositaron en la Santa Imagen. Fueron de inmediato a la Iglesia San Miguel, templo donde originalmente estaba la imagen, a dar gracias a Dios y a prometerle que mientras ellos vivieran ejecutarían himnos en su honor, en su celebración y procesiones, como una devoción. Todas las cuaresmas, la orquesta entonaba la música sacra con verdadera devoción y fervor cristiano. La banda de la Guardia Nacional continúa la promesa.

Las personas que componían y formaban parte de los servidores de la Sangre de Cristo, se encargaban de la limpieza de la imagen, para ello utilizaban largas piezas de algodón para la laboriosa actividad, Este algodón era cortado en pequeños trozos, los que se repartían a los devotos y éstos los conservaban como una reliquia sacra, que podía ser usada posteriormente para sanar heridas, enfermedades y alivio a dolores corporales.

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