Rubén Darío: un “panida” magistral. III Parte
Nicaragua se honra con haber tenido su existencia
Por Henry Peralta Argeñal

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La grandeza indiscutible de este genio

Fue un poeta que como tal escribía a base de sensibilidad e inspiración sorprendentes. El mundo que lo rodeaba no pudo entender su genio, por eso, lo que dijo “su inspirada boca sonó en el pueblo con palabra extraña, ruido de oleaje al azotar la roca, voz de caverna y soplo de montaña”.

Algunos no lo entendieron, otros se hicieron los sordos, pero hubo muchos más en quienes logró esparcir su semilla, entre los jóvenes poetas españoles, tal como él lo expresa:

“… y sobre todo, ¡gracias sean dadas a Dios! Esparcí, entre la juventud, los principios de libertad intelectual y de personalismo artístico, que habían sido la base de nuestra vida nueva en el pensamiento y el arte de escribir hispanoamericanos y que causaron allá espanto y enojo entre los intransigentes. La juventud vibrante me siguió, y hoy muchos de aquellos jóvenes llevan los primeros nombres de la España literaria”.

Su consagración

“Azul”, considerado punto de partida del Modernismo, fue su carta de presentación. Con este libro atrapó la admiración y se ganó el respeto de muchos, entre ellos el connotado escritor español Juan Valera, quien lo colma de halagos resaltando su extraordinaria capacidad asimilativa y originalidad.

Su segunda obra capital, Prosas Profanas y otros poemas (Buenos Aires, Argentina, 1896), lo ratifica como un poeta original, inigualable. El panida ha logrado afinar sus técnicas estilísticas, por eso demuestra un dominio y una soltura impecables. Su esencia estaba impregnada en sus versos. Su arte creadora e ingenio lo convierten en un artífice de la lengua española.

Introdujo préstamos del francés (bueno por castaño, terraza por azotea, etc), empleó neologismos, anglicismos, arcaísmos (supervo, protervo, ansa, fulva, etc), y formó nuevos vocablos por analogía (zafirar de zafir, perlar de perla).

Con su última obra, Cantos de Vida y Esperanza (Madrid, España, 1905), alcanza la perfección en la poesía, si esta existe. Su poesía es pura, fuerte, sensible, brillante. Logra ir más allá de lo inimaginable, es él encerrado en su mundo interior y a la vez atrapado por su mundo exterior.

“Yo soy aquel que ayer no más decía”, “Canto de esperanza”, su “Autobiografía”, “Spes”, entre otros, son verdaderos pincelazos de un artista innato, un vate de otra dimensión. Los problemas existenciales, el placer, la muerte, el amor y el tiempo son los temas que predominan en aquellos poemas.

¡Cuántos quisieran haber sido como él!, ¡cuántos quisiéramos ser magistrales como él lo fue!, ¡cuántos querrán imitarlo!, muchos, muchos, muchos.

Muchos nos sentimos Rubén Darío, cuando soñamos como él, cuando tenemos esa sed de lo eterno, de justicia y de amor que él tenía. Cuando queremos encerrarnos en nuestro mundo interior o cuando queremos alejarnos de nosotros mismos o descender hacia nosotros mismos, nos volvemos Darío.

Cuando leemos sus composiciones, cuando nos dejamos arrastrar por la corriente de su poesía, buscamos una salida al mundo exterior, refugiándonos en nuestros sueños y esperanzas humanas; y nos dejamos envolver por el velo de “los dulces sueños, de la reina Mab, que hacen ver el mundo color de rosa” y nos consuela, podemos sentirnos identificados con este bardo que nació en Metapa, que hoy lleva su nombre en su honor, en León.

Para finalizar, sólo me resta agregar que lo que dijo su “inspirada boca, sonó en el pueblo con palabra extraña, y escribió versos que parecían lanzas”.

¡Rendir tributo a quien enarboló nuestra bandera!, a quien, con sus versos y su inspirada boca, resplandeció como un lucero que ilumina toda Nicaragua.

¡Quién iba a decirlo!: que una patria tan pequeña daría a luz a tan formidable genio. Una patria tan pequeña, pero que Darío, con sus virtudes humanas y su talento, la enalteció.

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