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ACTUALIZADo 12 de AGOSTo de 2009
Historia de un blog rosa
“El lector es completamente distinto al lector de hace 50 años; el lector de hoy está con un monitor enfrente tratando que no venga el jefe, y para minimizar lo que está leyendo sea información sea ficción o lo que fuere, pero está preocupadísimo porque está ocupando horas de trabajo en el entretenimiento, y entonces hay que atrapar (la información) con muchísima más rapidez.” - Hernán Casciari
por Rodrigo Solís
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P y yo nos conocimos desde la cuna por nexos inquebrantables que une la sangre, al igual que un amargado abuelo en común. En una fotografía que podría servir como evidencia de que P y yo estábamos destinados para la grandeza, la imagen se ve arruinada por la horrenda cara de un anciano que hace un vano intento por sonreír y al mismo tiempo concentrarse en sujetarme con una mano y con la otra a P. Al final sólo salió la cara de Papá Abu con un rictus de dolor donde parece estar levantando a un par de cochinitos de sus cuartos traseros.

Pese a vivir en ciudades distintas, P y yo nos visitábamos con relativa frecuencia. Ya sea en temporadas vacacionales, puentes y/o fines de semana. En esencia nos reuníamos para desperdiciar gloriosamente nuestros días. Y fue justo en uno de esos gloriosos días desperdiciados de nuestra tierna infancia cuando apareció el primer destello de lo que ocurriría muchos años después.

-Deberíamos comercializar estas caricaturas -le dije a P enseñándole muy orgulloso un dibujo.
El dibujo era el de un pato pintado con trazos deformes en una libreta Scribe a cuadros. El pato tenía un disfraz sospechosamente parecido al de Superman (con capa y botas rojas incluidas) que se encargaba de sembrar el terror en Ciudad Muralla en compañía de sus secuaces, otros animales de granja enfundados en trajes también sospechosamente parecidos a los de Flash, Linterna Verde, El Hombre Araña, Batman, etcétera.

-Creo que tienes razón –sentenció P con justo tino observando la libreta-. Hay que comercializarlos.

Meditabundo, asomé la cabeza por la ventana para aspirar la fragancia del jardín de mi tía Nena en busca de un poco de más de inspiración.

-Ya lo tengo –dije frotando mi barbilla con el dedo índice y pulgar de la mano cual intelectual que era en esos días-. Hagamos cientos de copias del Súper Pato Asesino y luego las repartimos en todos los buzones de las casas del vecindario. De esta forma, si a los vecinos les gustan las aventuras del Súper Pato Asesino, en el próximo número les cobramos un peso a cada uno, así como hacen los repartidores del periódico –agregué sin tener muy claro el sistema de cobro de los repartidores de periódico.

-¡Asu, vamos a ser multimillonarios! –exclamó P arrojándose sobre una hoja en blanco para dibujar a un Súper Pato Asesino con una metralleta entre sus manos.

Minutos después nos encontrábamos frente al televisor jugando Nintendo. Súper Pato Asesino y La Liga de Secuaces Asesinos jamás vieron la luz pública; con calambres en las manos descubrimos que nuestra ambiciosa creación de proyecto literario-empresarial no era tan sencillo como creíamos: a la quinta copia el Súper Pato Asesino parecía un garabato.

Llegó la adolescencia y el sendero artístico que compartíamos P y yo se bifurcó. P se recluyó leyendo libros y viendo películas. Libros y películas extrañas y horribles. Yo en cambio utilicé hasta la última de mis neuronas para almacenar en mi cerebro los datos más inútiles, como por ejemplo, saber de memoria el nombre del líder de goleo en el Mundial de Uruguay 1930 o recordar a la perfección los nombres de los suplentes y cuerpo técnico del equipo campeón de los Pumas en la temporada 89-90.

De ahí que no fuera de extrañar que los dos primeros libros que leyera de cabo a rabo fueran Un grito desesperado de Carlos Cuauhtémoc Sánchez (mamá me sonsacó a leerlo bajo la promesa de que sería un adolescente inteligentísimo) y El Alquimista de Paulo Coelho (regalo de mi primera novia).

Saco a relucir estas dos obras maestras de la literatura porque en aquella época, joven y enamorado como un becerro, me sentía el pináculo de la inteligencia humana. Y siendo yo o creyendo ser la parte más sublime de la intelectualidad de mi tiempo, decidí escribir una novela de mi puño y letra a la mujer que amaba.

Me tomó una semana entera terminar mi debut literario. Justo dos días antes de navidad. Casi 50 hojas de una libreta Scribe a rayas.

Sin embargo, como todos saben, un libro no es un libro si no es del mismo grosor que los libros motivacionales y/o de autoayuda y/o de Paulo Coelho. Así que para engordar mi novela me tomé la libertad de anexarle algunas canciones de Fernando Delgadillo (cantante favorito de mi amada y por ende mío también, porque era, como ya mencioné, un becerro enamorado).

Mandé la novela a la imprenta (una tienda de fotocopias frente a mi escuela) girando instrucciones precisas a los empleados de que imprimieran las hojas con letras tipo arial de 16 puntos para que mi ópera prima quedara de un grosor aceptable, es decir, digno de un autor que se de a respetar en los círculos más exquisitos; también, como todo gran novelista, le agregué en la solapa una fotografía mía donde salgo muy sonriente, justo arriba de una pequeña biografía donde le explicaba al público en general que era yo un genio nacido bajo el signo de Acuario, que amaba la vida y que invitaba a todos los hombres y mujeres del Universo a amar y disfrutar la vida como becerros enamorados.

Naturalmente, antes de todo este bello proceso de impresión, alguien tuvo que realizar el tortuoso trámite de transcribir las casi 50 páginas de la libreta Scribe a la computadora. Y justo ahí fue cuando el sendero bifurcado volvió a unirse en uno solo. P no durmió durante toda la noche mientras yo soñaba plácidamente con el rostro de mi amada dándome besos y rindiéndose a mis pies cuando le entregara una novela dedicada única y exclusivamente a su persona (o casi).

La novela me salió muy chula, según yo, así que decidí sacar varios ejemplares, mismos que repartí entre familiares y amigos, acto que desencadenó que de ahí en adelante nadie me volviera a mirar con los mismos ojos. Era yo un autor publicado. Publicado y costeado por sí mismo. Dato irrelevante para mamá cuando presumía con sus amistades la fortuna que era tener un hijo intelectual (pobre ingenua).

Pero como todo el mundo sabe (al menos 2 de cada 3 intelectuales lo sabe), la literatura no tarda en mostrar su peor rostro: mi amada y esotérica novia me mandó al diablo, teniendo el buen tino de cambiarme ni más ni menos que por su mejor amigo, un sujeto de barbita que decía tocar primorosamente el piano y que conocí en unas vacaciones de verano, dándome muy mala espina al descubrirlo en más de una ocasión mirándole a mi novia el culo enfundado en un diminuto bikini negro.

Amargado, triste y rabioso saqué al poeta que todos los intelectuales llevamos dentro, así que me regalé el gusto de torturarme escribiendo durante navidades consecutivas un par de libros de poemas, todos ellos cargados de odio y bilis. P una vez más se quemó las pestañas transcribiendo los iracundos poemas de la libreta Scribe a la computadora. Todos en una noche, porque a mí me gustaba dejarlo todo para el último momento.

Estos bonitos libros de poemas se los envié a mi antigua novia justo el día de navidad, pero como me parecieron que los poemas también me salieron bien chulos (qué podía hacer yo, era un autor prolífico), imprimí varios ejemplares que repartí entre amigos y familiares. Mamá no cabía de felicidad, su hijo era un intelectual probado con varios libros publicados (y sin novia).

Los años pasaron y me enrolé en un importante corporativo; mamá fue la mamá más feliz del mundo. Luego renuncié a ese importante corporativo porque decidí que había llegado el momento de ser un escritor profesional; mamá dejó de ser la mamá más feliz del mundo y nunca más volvió a mencionar en sus mutualistas y reuniones con señoras importantes e influyentes que tenía un hijo escritor.

P por su parte fue el único que me palmoteó la espalda y me dijo que él me ayudaría a mejorar mi estilo como escritor. Empecé a leer algunos de los libros horribles que leyó P en su adolescencia y descubrí que no era tan sencillo escribir una novela como yo pensaba, y esto tal vez se debía a que ya no era más un becerro enamorado.

Probé escribir cuentos cortos y artículos de opinión donde despotricaba contra el mundo horrible y tenebroso. Y como los cuentos y los artículos donde despotricaba contra el mundo horrible y tenebroso me salieron bastante chulos (ni manera, ese es el drama que padecemos los intelectuales), aproveché las bondades tecnológicas del mundo horrible y tenebroso del cual despotricaba y lanzaba insidias y me dediqué a robar las direcciones de todas las cadenas que llegaban a diario a mi correo electrónico con pornografía infantil, fotos de gatitos, frases de Paulo Coelho e imágenes de Jesucristo, etcétera, con el fin de iniciar mi propia cadena de correos.

Las cadenas-artículos empezaron a llegar hasta las computadoras de personas que vivían en latitudes insospechadas, y muchos de ellos se tomaron la molestia de reenviarlos de vuelta agregándole una serie de palabrotas que ofendían seriamente a mi progenitora (entre ellos mis ex novias y mis más queridos amigos que aparecían en mis cuentos disfrazados con otros nombres).

-Le veo bastante futuro a esto -dijo P leyendo los correos.

De inmediato P montó un blog en el ciberespacio con todos los escritos que habíamos hecho y que él había corregido de garrafales faltas ortográficas y sintácticas. Por azares del destino gente de diferentes puntos del país y de otras latitudes continentales empezaron a visitar el blog, y el comentario general de los lectores fue que el blog era muy aburrido porque solo había letras, que era necesario que en el blog hubiesen dibujitos, videos y de ser necesario escritos de calidad, porque los míos eran una bazofia.

En junta directiva, P y yo llegamos a la conclusión de que los comentarios de esos bondadosos extraños eran desinteresados y cargados de una verdad apabullante. Tomamos la decisión de mudamos a otro blog donde podíamos meter videos, dibujitos y otras funciones que fueran del agrado de la gente que no conocíamos. P se encargó de crear y embellecer el nuevo blog con tonos color rosa que desde su primer día en el ciberespacio generaron gran controversia y escándalo en los no pocos lectores viriles y seguros de su sexualidad que lo visitaron. Todo estaba listo para que el blog fuese un éxito, sin embargo faltaba lo más importante: los videos, los dibujitos y los escritos con contenido.

Se me ocurrió que si yo era un pésimo caricaturista y un pésimo escritor y un pésimo buscador de videos chistosos, debía encontrar a profesionales que supieran hacer caricaturas, escribir historias y buscar videos graciosos.

No tuve que buscar mucho. En las reuniones del café de los martes en la noche descubrí que mis mejores amigos se dedicaban básicamente a lo que estaba buscando. Uno dibujaba dibujitos bien bonitos, otro escribía escritos bien profundos y el otro era un experto en buscar videos muy divertidos en el YouTube.

A dos años de la fundación del blog rosa que titulamos Pildorita de la Felicidad (nombre que surgió en honor a un libro que nunca le entregué a una amiga de la cual estaba perdidamente enamorado en la universidad y que desde luego jamás me hizo caso), P y yo básicamente seguimos haciendo lo mismo que cuando teníamos seis años: ver televisión mientras buscamos el mejor medio de cómo comercializar ideas (propias y ajenas) que puedan ser del agrado o repulsión en la vida cotidiana de amigos y desconocidos que buscan matar las horas de aburrimiento en sus trabajos que secretamente aborrecen.

No sé por qué, pero luego de ver que podríamos llenar el Estadio Azteca con los más de 150 mil extraños que nos han visitado (y amenazado de muerte), tengo la ligera sospecha de que por primera vez estamos haciendo algo de provecho con nuestras desperdiciadas y vacías vidas.

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