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ACTUALIZADo 23 de JULIo de 2009
La crisis
En un acto desesperado, decido camuflar la realidad
por Rodrigo Solís
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Los economistas, gobernantes, empresarios y demás especialistas encargados de mover el dinero alrededor del mundo, hace unos meses vaticinaron que la crisis económica mundial mostraría su rostro más perverso en el mes de Julio.

Estimado Sr. Solís,

De acuerdo con nuestra plática por teléfono, le confirmo que a partir del próximo 1ro de julio damos por cancelado el servicio editorial que tan amablemente nos proporciona.

Me despido enviándole un cordial saludo y al mismo tiempo me reitero a sus distinguidas órdenes.

Atentamente,Gerente General

Pese a lo que pueda creer o suponer el lector suspicaz, nunca antes en mi vida adulta me habían botado de un trabajo. Paradójicamente todos mis demás trabajos (sin excepción) los odiaba, y mientras más los odiaba, los encargados de pagarme, de rodillas (o casi) me pedían que permaneciera en mi puesto cuando les informaba de mi renuncia con carácter de irrevocable.

Imagino también que el lector suspicaz querrá saber o conocer a fondo los detalles y/o el significado de “de acuerdo con nuestra plática por teléfono”.

-Bueno –yo (celular en mano) siendo despertado de mi siesta de la tarde.

-Le comunico con el Gerente General –la secretaria del Gerente General.

-Okey –yo, pasmado de que el Gerente General quisiera hablar conmigo.

-Señor Solís, le hablo para comunicarle personalmente que a partir del próximo primero de Julio damos por cancelado el servicio editorial que tan amablemente nos proporciona –el Gerente General.

-Okey –yo, en estado de shock, viendo pasar delante de mis ojos en fracciones de segundo los momentos más memorables de mi vida como escritor, es decir, abriendo mi cartera y encontrando en ella dinero suficiente para pagar por las cervezas en el estanquillo de la esquina.

-¿Quiere que le envíe un e-mail notificándole la noticia? –el Gerente General.

-Okey –yo, aún en estado de shock, sin reflejos de pedir a tiempo una explicación de mi despido del periódico que por causas misteriosos me depositaba puntualmente la primera semana de cada mes un sueldo en el banco por publicarme todos los domingos del año, sin excepción, salvo en un par de ocasiones cuando osé tocar el tema de la impunidad en la que vive el hijo del jefe de la policía de Mérida, que en total estado de ebriedad y a exceso de velocidad descuartizó a dos jóvenes inocentes que cruzaban la calle un fatídico 30 de diciembre del año 2007.

La horripilante anécdota de mi despido ha comprobado dos cosas obvias: la primera, los economistas tenían razón; la segunda, mamá (señora recatada que vive advirtiéndome que es imposible para un ser humano vivir con dignidad -o sin ella- de las letras) también.

En un acto desesperado, decido camuflar la realidad: corro al estanquillo de la esquina y compro un sixpack de cerveza que bebo con ferocidad. Ebrio, respondo (lo más distinguidamente que puedo) al e-mail del Gerente General ordenándole (por no decir rogándole) que por favor siga publicando mis escritos, que de ahora en adelante escribiré gratis, y de ser negativa su respuesta, estoy dispuesto a pagar de mi propio bolsillo para que mi columna siga apareciendo todos los domingos en ese prestigioso periódico que tan magnánimo se ha portado conmigo por dos años.

Fiel a mi naturaleza de pobre diablo, apenas envío el e-mail, me arrepiento. Me invade una cruda moral.

¿A qué se deberá que sea infatigable en el arte de la autohumillación?

1. Que mamá siga creyendo que soy un faro de luz, un hombre productivo para la sociedad, o lo que es lo mismo, que bajo ningún motivo se entere que nuevamente soy un adulto desempleado, un paria, una carga social.

2. Evitar darles una tarde redonda de placer a las cacatúas amigas de mamá que con seguridad serán inmensamente felices de enterarse que soy (una vez más) un escritor no publicado.

3. Descubrir cuál ha sido la causa real de mi despido, la cual, sospecho, no es una, sino varias:

Primera causa: El Gerente General me ha corrido al percatarse que soy un escritor mediocre, sin el talento suficiente para convencer a la gente que compre el periódico y lea mi desangelada columna.

Segunda causa: La crisis económica mundial orilló a los patrocinadores del periódico a no invertir tanta plata en anuncios, acción que provocó que la primera medida que los directivos del periódico tomaran al ver mermadas sus arcas fuera la de suspender mi exiguo salario de articulista.

Tercera causa: El consejo editorial tiene la errónea creencia de que soy un buen escritor, aunque claro, no lo suficiente como para desembolsar un peso para publicar mis delirios de grandeza.

Cuarta causa: Alguna de las amigas cacatúas de mamá (seguramente esposa de algún poderoso político), indignada por mis escritos, tomó el teléfono y giró instrucciones para que me despidieran del periódico.

Quinta causa: Los sagaces encuestadores del periódico finalmente le pasaron el reporte de sus encuestas al Gerente General, que a groso modo fue el siguiente:

Encuestador: ¿Conoce usted el periódico?
Encuestado: Sí.
Encuestador: ¿Cada cuando lo compra?
Encuestado: Nunca, la cacatúa de mi esposa es quien lo lleva a casa todos los domingos.
Encuestador: ¿Lee usted el periódico?
Encuestado: A veces.
Encuestador: ¿Qué sección es su favorita?
Encuestado: Deportes.
Encuestador: De casualidad, ¿usted lee la sección de nuestros articulistas?
Encuestado: ¿Articulistas? ¿Tienen ustedes articulistas?

 

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