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ACTUALIZADo 2 de noviemBRE de 2009

Fiesta en America
Finalmente, después de cuatro meses exactos, se ve luz al final del túnel en la peor crisis política de la historia política contemporánea de Honduras
Por: Margarita M. Montes
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Finalmente, después de cuatro meses exactos, se ve luz al final del túnel en la peor crisis política de la historia política contemporánea de Honduras. La firma este 30 de octubre del denominado “Diálogo Guaymuras - Acuerdo de Tegucigalpa/San José para la Reconciliación Nacional y el Fortalecimiento de la Democracia en Honduras” entre las delegaciones de José Manuel Zelaya y de Roberto Micheletti, pone fin a un proceso de negociación de dos etapas. La primera iniciada en la capital de Costa Rica, bajo la mediación del presidente de ese país, Oscar Arias, y la segunda que arrancó el 7 de octubre pasado en la capital de Honduras, protagonizada por hondureños, hecho remarcado en el nombre que se le dio al diálogo: Guaymuras[1].

La primera etapa del proceso, la josefina, por así llamarla, llegó a su fin luego de varios estertores, cuando Oscar Arias se auto descalificó como mediador al catalogar a la Constitución Política de la República de Honduras como un “adefesio” y como “la peor del mundo”. Desafortunadas declaraciones para un Presidente de una república centroamericana, para un Premio Nóbel de la Paz y para el “mediador” de un proceso de negociación, en cuyo ojo del huracán figura precisamente dicha Carta Magna. Si ya había dudas sobre la pureza de la mediación de Oscar Arias, claramente inclinado a favor de una de las partes en contienda, sus declaraciones en Miami fueron el tiro de gracia para su cuestionado papel.

La segunda etapa, la que dio eventualmente resultados concretos, fue la realizada durante tres semanas en Tegucigalpa, por equipos de negociadores netamente nacionales, sin mediadores ni árbitros. Este proceso fue estimulado políticamente y apoyado técnicamente, por la Organización de los Estados Americanos (OEA), y, al igual que nuestra clasificación al Mundial 2010, fue empujado en el último minuto por los Estados Unidos. Si bien el Diálogo Guaymuras tomó como base los puntos del “Acuerdo de San José” (mal llamado así pues se trató de una propuesta, nunca de un acuerdo), su cristalización es el resultado del esfuerzo de las dos comisiones hondureñas presentes en la mesa. Si hay alguien a quien se debe felicitar por la culminación exitosa del Diálogo Guaymuras, es a los señores Micheletti y Zelaya, así como a sus negociadores. Al margen del lado en el que hayamos estado en este embrollo político, indudablemente el que haya prevalecido el diálogo es un triunfo para Honduras y para todos los hondureños.

Es por ello que resultó absurdo en la sesión extraordinaria de la OEA del 30 de octubre en Washington, convocada para discutir la firma del Acuerdo Tegucigalpa/San José, ver a los representantes de los diferentes Estados miembros congratulándose por la culminación exitosa del diálogo. Las felicitaciones mutuas atribuyéndose el crédito por la firma del acuerdo fueron múltiples: para la OEA, para su Secretario General, José Miguel Insulza; para los Estados Unidos; para Costa Rica, especialmente para Oscar Arias Sánchez; para Brasil, para los miembros de la ALBA, etc. En fin, America está de fiesta por su “decisiva”, “determinante” y “oportuna” intervención en el caso hondureño.

Pero la comunidad internacional, comenzando por la OEA, está saludando con sombrero ajeno. Cómo pueden congratularse por un acuerdo que no tiene nada que ver con sus exigencias iniciales luego de los acontecimientos del 28 de junio? O es que ya nadie recuerda que la OEA demandaba “la restitución inmediata e incondicional” de Zelaya en la presidencia? Ya nadie recuerda cuando el Sr. Insulza viajó a Tegucigalpa a principios de julio, rehusándose a reunirse con miembros del gobierno de Micheletti, únicamente para dar un ultimátum de 48 horas a Honduras para restituir a Zelaya?

Es innegable que hay una distancia abismal entre “la restitución inmediata e incondicional” y lo contenido en el acuerdo firmado el 30 de octubre, el que incluye, entre otros puntos, la consulta al Congreso Nacional de la República, previa opinión de la Corte Suprema de Justicia, sobre el retorno de Zelaya al poder. Incluye además la renuncia a intentar modificar la Constitución para permitir la reelección, a convocar a una Asamblea Nacional Constituyente (muy a pesar de Hugo Chávez) y plantea la conformación de una Comisión de la Verdad que investigue los hechos previos y posteriores al 28 de junio.

Asimismo, hay que darle su justa dimensión a la presencia del Sr. Victor Rico, Asesor Político de la OEA, durante la firma del Acuerdo Tegucigalpa/San José. Si la delegación estadounidense lo trajo consigo fue para ser consistentes con su política de fortalecimiento al multilateralismo, línea de política exterior pregonada por Barack Obama desde el inicio de su presidencia. Pero la presencia o ausencia de Rico no habría influido de modo determinante en el resultado obtenido. No hay que confundir una mera formalidad con un protagonismo inexistente.

Si hay una lección que debe llevarse la OEA y el Sr. Insulza de este episodio hondureño, es que las crisis, mucho menos las de carácter interno, no se resuelven con un ultimátum ni con varios, ni con golpes en la mesa, ni con desaires a las autoridades de jure o de facto de un país. Si el “Diálogo Guaymuras” dio frutos, es precisamente por eso, porque fue un diálogo, no un monólogo, y mucho menos un monólogo desprovisto de la necesaria supranacionalidad o de la autoridad moral para surtir efecto. Con golpe o sin él, este sigue siendo un Estado soberano, y Honduras exigió -y lo consiguió- que se le trate como tal.

La comunidad internacional debería dejar a un lado su cinismo, y tener la entereza de darle el crédito de este triunfo a quien le pertenece en exclusiva: a los hondureños de ambos bandos y los que no optaron por ninguno de ellos. Honduras le ha dado una lección al mundo sobre la civilidad para la resolución de conflictos políticos mediante el diálogo. No hay que perder de vista que desgraciadamente este es un país en el que los civiles están armados hasta los dientes. Según censos recientes, hay más de un millón de armas en los hogares hondureños; en este país hay más homicidios por cada 100,000 habitantes que en la misma Colombia, aquejada por un conflicto armado desde hace décadas; además, los hondureños, desafortunadamente, se caracterizan por su actitud agresiva: aquí se mata a alguien sencillamente por algo tan trivial como un incidente de tránsito.

Y aún con estos agravantes, y ante la polarización más profunda de nuestra historia reciente, contrario a los augurios mal intencionados o mal fundamentados de muchos políticos latinoamericanos, aquí no estalló ninguna guerra civil. Por cosas menos graves se han matado en otras latitudes, y si no pregúntenle a los tutsis y a los hutus en Rwanda, o a los serbios y a los bosnios y croatas en la ex Yugoeslavia. Y ahora resulta que el mérito del éxito del Diálogo Guaymuras es de América entera. Sería atinente recordar la famosa sentencia de Jesucristo: al César lo que es del César. Y hoy cabe agregar, a Honduras lo que es de Honduras.

[1] Guaymuras es uno de los primeros nombres que recibió Honduras, y proviene del nombre de una población precolombina ubicada en las costas atlánticas del territorio hondureño.

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"El tipo más noble de hombre tiene una mente amplia y sin prejuicios. El hombre inferior es prejuiciado y carece de una mente amplia.." (Confucio 551 AC-478 AC. Filósofo chino)

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