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ACTUALIZADo 5 de OCTUBRE de 2009
De los buenos propósitos a la realidad
Quizás convendría preguntarse: ¿en qué medida la sociedad está inmersa en esta emoción y en la cultura universitaria
por Víctor Corcoba Herrero
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Llegaron los albores de un nuevo curso académico a las universidades españolas. Sólo hay que pasarse por los diversos campus universitarios, parecen haber despertado a la vida y el trajín de jóvenes se impone a la calma. Los nacientes encuentros, los abrazos más apasionados, los nervios de los primerizos, las palabras más sentidas, los deseos más deseados, los planes y las maquinaciones a flor de piel, la autocrítica y las intenciones; todo esto y más, forman y conforman el hábitat estudiantil. Ahora bien, quizás convendría preguntarse: ¿en qué medida la sociedad está inmersa en esta emoción y en la cultura universitaria; y, también, en qué proporción se tiene en cuenta la sapiencia que transmiten las Facultades a la colectividad o, por el contrario, cotiza indiferencia social y el ciudadano hace oídos sordos? En el caso de que la sociedad no se dirija a la Universidad, entiendo que debería la Universidad dirigirse cuanto antes a la sociedad. Su acción es decisiva, no puede estar reservada a los privilegiados y ha de abrirse a todas las generaciones y a todas las culturas.

Acaba de decir el Ministerio de Educación que el objetivo es situar a la Universidad española entre las mejores de Europa. Y añade un dato: “el 84% de las universidades públicas elaboran planes estratégicos para convertirse en Campus de Excelencia Internacional”. Los propósitos me parecen formidables: “mejora docente, mejora científica, transformación del campus para el desarrollo de un modelo social integral, mejoras dirigidas de la adaptación e implantación al Espacio Europeo de Educación Superior (incluyendo la correspondiente adecuación de los edificios), transferencia del conocimiento y tecnología como resultado de la investigación académica al sector empresarial e interacción entre el campus y su entorno territorial”. Ya veremos si en el 2015 estas intenciones, que sin duda son buenísimas, forman parte de la realidad, y ambos mundos, el universitario y el social, caminan en la misma dirección.

A mi juicio, la Universidad española tiene que contrarrestar la mediocridad social y elevar su prestigio institucional de pensamiento libre; de espíritu crítico, en suma. Tal vez, para ello, tengan que democratizarse y socializarse todavía más los resortes del poder. Hagámoslo sin partidismos. Es cuestión de Estado. Me parece justo que la sociedad exija una formación por y para la vida, que reclame a las Facultades estudios que respondan a las necesidades específicas del mercado laboral. La cultura universitaria tiene que ser una formación integral, lo que conlleva que también sea un trampolín al pleno empleo. Esta profesionalización que hoy tanto se pide en los ámbitos empresariales, cuyos efectos benéficos son innegables, no siempre es portadora de una formación universitaria. Por desgracia, muchas veces en la docencia sólo se valoran contenidos, saberes aprendidos de memoria, obviando el sentido de los valores, la deontología profesional y el valor moral como excelencia de toda ciencia. Es la consecuencia de haber fortalecido en numerosas disciplinas un positivismo a ultranza sin considerar referencia alguna a la ética.

Por otra parte, encerrarse en un sector del conocimiento y no considerar otras realidades, es como fragmentarnos las ideas y no ver más allá de una absurda especialización, porque las cuestiones hay que percibirlas y analizarlas en su conjunto, en referencia y en relación a los saberes. El colectivo universitario: investigadores, docentes y alumnos, tienen que ser valientes y abrirse sin complejos a la amplitud de la razón. Uno puede ampararse en la libertad de cátedra, pero realmente la vocación de toda Universidad es poner en valor y hacer valer, el desvelo por descubrir y transmitir la verdad, cueste lo que cueste. Para Europa puede ser vital contar con una educación y formación de alta calidad; pero, realmente, esa aptitud competitiva hay que aderezarla hacia el bien o si se quiere hacia el sentido humano; de lo contrario, cosecharemos angustias y depresiones a raudales. Díganme, sino, ¿para qué tanto competir, si en el desafío perdemos la vida unos contra otros?

A pesar de tantas excelencias para el 2015, sigo pensando que la Universidad española presta demasiada atención a la política y poca deferencia a lo mucho que representa por si misma, y que es lo más sublime, el afán de conocimiento. Es cierto que en los tiempos actuales se han abierto nuevas dimensiones del saber, que las Facultades e Institutos de investigación universitarios, no han cesado en descubrimientos sorprendentes que son de agradecer, pero a la vez también se nos abren nuevos interrogantes, en la medida que se plantea si este poder que da el saber se utilizará humanamente, es decir, respetando el reconocimiento y la dignidad de todo ser humano. Con esto vuelvo a la idea vertebral del artículo. ¿La Universidad en el tiempo de formación ha educado para ser personas o ha instruido para sólo hacer carrera? En esos buenos propósitos del Campus de Excelencia Universitaria, la Universidad española tiene que apostar más por ser lo que debe ser, un hábitat privilegiado de creación de cultura y de forja de pensamiento; que busque no sólo hacer máquinas, sino formar personas; no sólo tener más, sino ser mejor; y que ofrezca no sólo conocimiento, sino también sabiduría, que es lo que verdaderamente nos ayuda a vivir todos con todos y para todos.

*corcoba@telefonica.net

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