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actualizado 9 de noviembre 2010

Nos gusta la carne
“La mujer que hace un mérito de su belleza, declara por sí misma que no tiene otro mayor.” - Julie de Lespinasse
Por Rodrigo Solís

Cuando lo amerita, vuelvo sobre mis pasos para escribir de nuevo sobre algún tema antes escrito. Y este es uno de esos casos. Hace unos meses escribí un artículo que en realidad era una carta dirigida a la hija recién estrenada en la adolescencia de un muy buen amigo, cuyo sueño era ser modelo; por tal motivo, como se aburría mucho en casa, le había pedido a sus papás que la inscribieran en una escuela de modelaje (traducción: que la pusieran a trabajar de edecán).

La carta tenía como fondo decirle a la pequeña que una mejor idea (o inversión, si quieren llamarlo así) era dedicar su tiempo libre en la lectura o al arte en vez de utilizarlo para la glorificación de su cuerpo, ya que con los años la inteligencia resplandece y el cuerpo se marchita.

El dardo dio en el blanco, o eso creía, y no estoy diciendo que gracias a mi carta la bella adolescente haya renunciado a sus sueños de aparecer algún día en la portada de Vogue o deslizándose en ropa interior sobre una pasarela de Victoria’s Secret. A lo que me refiero es que un buen número de correos llegaron a mi bandeja de entrada, la mayoría de los cuales deja sentir una latente indignación por parte de chicas hermosas (sospecho) dedicadas al oficio de edecán. Algunas de ellas, las más educadas, intentaban con buenas y respetables maneras hacerme ver que ser edecán es un oficio digno, que gracias a él podían costearse la licenciatura o ayudar a sus padres con los gastos de la casa o simplemente tener dinero para darse ciertos lujos como cualquier persona normal.

Otras, como es normal en esta columna, descargaron su ira en la santa madre que me parió. Y otra, en nombre de otras edecanes (ignoraba que hubiese un gremio de edecanes representado por una furibunda lideresa), en una carta por demás extensa dijo que tal vez eso de escribir no era lo mío. Y eso lo descubrió mientras trabajaba en una Expo al leer una revista local y toparse con un artículo de su servidor (al parecer cada día son más las revistas y periódicos que me publican sin mi autorización y obviamente sin desembolsar un maldito peso) llamándole la tención el título Aprendiz de modelo, ya que ella es modelo y edecán.
La lideresa en cuestión me platicó sin que se lo pidiera que gracias al edecaneo (palabra que según ella utilizo peyorativamente) puede pagar su licenciatura en Comercio Exterior, al igual que lo hacen otras colegas mercadólogas, contadoras, abogadas, arquitectas, etcétera. “¿Te sorprende?”, me preguntó. También dijo que la edecaneada no se hace en las esquinas, porque eso solo lo hacen las prostitutas, y entre ambas profesiones hay una gran diferencia, ya que su trabajo es, y lo transcribiré literalmente (no lo haría si ella no me hubiera dado su autorización en la carta): “una estrategia de mercadotecnia, una muy inteligente y eficaz manera de capturar miradas”.

Pues bueno, he ahí el problema. Que aspirantes a profesionistas o profesionistas sean edecanes no me sorprende en absoluto. Vivimos en un país sumido en la pobreza y en la confusión. Y sospecho que el que se va llevar una sorpresa no será el arriba firmante, sino las aspirantes a profesionistas que al recibir su flamante título de licenciadas descubran que su cheque quincenal en la oficina será menor al que percibían cuando se entubaban en diminutos trajecitos de lycra para, de manera muy inteligente y eficaz, capturar las miradas de los consumidores de cervezas, paletas, bolígrafos, refrescos, etcétera.

No nos hagamos tontos. Y menos intentemos buscar dignidad donde no la hay. Nos gusta la carne, y las empresas son depredadores carnívoros, al igual que las agencias de modelaje y/o de edecanes, o como quieran llamarles. ¿Por qué para vender un automóvil o una almohada o un tornillo es necesario contratar a una jovencita semidesnuda para que salga sonriendo a un lado del producto? Eso no es dignidad, se llama necesidad. ¿Y saben qué profesión es muy digna? La prostitución. Mujeres que no se avergüenzan de lo que son y del oficio que desempeñan. Calmando los ardores de hombres que en su mayoría no encontrarían la paz en otros brazos redentores. Eso sí que es tener dignidad, porque estas mujeres no andan cacareando y exigiendo a los cuatro vientos respetabilidad cuando sus pechos se encuentran en franca batalla por liberarse de un diminuto escote.

Si tan digna y respetable es la profesión de edecán, ¿para qué estudiar licenciaturas con nombres rimbombantes? Mejor dedicarse de tiempo completo a ser el instrumento inteligente y capturador de miradas de las empresas.

Darle dignidad a un oficio no es, como dijo la lideresa de las edecanes, “tener principios y valores bien cimentados para saber darse a respetar”. No señorita. Darle dignidad a un oficio es saber dónde se está parado, y soportar estoicamente las consecuencias. Y si te pones un hilo dental y una minifalda en una Expo cervecera no esperes que te miren con miradas aterciopeladas o que un príncipe azul tire su capa sobre los charcos de lodo para que no te ensucies tus piecesitos.


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