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actualizado 28 de septiembre 2010

Los nuevos sastres del emperador
“Es un error creer que uno está rodeado de tontos, aunque sea verdad.” Noel Clarasó
Por Rodrigo Solís

No creo que exista en toda la literatura cuan larga y ancha es, y lo digo so riesgo de quedar como un perfecto imbécil, un cuento que defina tan exacta y justamente a la sociedad moderna y virtual en la que vivimos hoy día como El nuevo traje del emperador, escrito por el danés Hans Christian Andersen. Habrá otros cuentos igual de proféticos, pero ninguno que nos calce tan bien y tan cómodamente, cual zapatilla de cristal al pie de Cenicienta.

Para el que no recuerde el cuento de El nuevo traje del emperador, era ese en el que un par de truhanes, haciéndose pasar por sastres, le confeccionaron un traje al emperador advirtiéndole a él y a toda su corte que las telas eran muy finas y que poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a los ojos de toda persona no apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida. Naturalmente, como es de esperarse en un emperador y en su corte, todos alabaron las maravillosas telas inexistentes que los sastres les enseñaron, y solo un niño fue capaz durante un desfile al que asistió todo el pueblo (incluido el emperador engalanado con su traje nuevo) de decir que el emperador estaba desfilando en pelotas; dicho esto, por arte de magia los ciudadanos empezaron a murmurar de boca en boca que el emperador en realidad estaba desnudo, y el emperador al darse color de los murmullos generalizados levantó muy ufano la cabeza y siguió adelante en su caminata triunfal con más garbo que nunca. Fin. Moraleja: la imbecilidad de la sociedad es un pozo sin fondo.

Casi dos siglos después de la publicación del cuento, descubrimos que el pozo, efectivamente, no tiene fondo. Y mire, le apuesto este par de manos con las que tecleo esta columna cada semana a que si usted sale un día a la calle verdaderamente convencido de que la gente que lo rodea son unos perfectos imbéciles, le aseguro (no en balde me estoy jugando las manos) que se puede hacer de muy buen dinero. Y cuando le hablo de muy buen dinero me refiero a cifras que le darán para vivir como un hombre respetable y admirado por la sociedad.

Lo que tiene que hacer es lo siguiente, tome nota:

1. Nunca sobreestime a la sociedad. Los grupos de personas siempre pueden ser más imbéciles de lo que usted cree.
2. Nunca sobreestime a un individuo. Un individuo siempre puede ser más imbécil de lo que usted cree.
3. Piense en una idea, la que sea, le aseguro que es factible y redituable de generarle cientos de miles de pesos.
4. Crea en usted mismo. O sea, no piense que usted es un imbécil porque su idea es una completa idiotez.
5. Las ideas por si mismas nunca son idiotas, por más idiotas que parezcan.
6. Salga a la calle y/o aparezca en televisión y/o Internet y venda su idea.

Ahora saque otra hoja y tome nota del siguiente consejo para que su idea se venda como Dios manda. Su idea tiene que cubrir al menos uno de los tres elementos básicos que padece el ser humano moderno:

A) Soledad.
B) Vanidad.
C) Curiosidad.

Listo. Si usted es pobre y rechazado socialmente es porque así lo desea. Hoy hasta el más tonto puede hacerse millonario, y ojo, no le estoy diciendo que se enrole en la política. Lo único que tiene que hacer es abrir los ojos e imitar a los cientos de miles de sastres modernos que aparecen en la televisión, el Internet e hinchándole las pelotas por el celular vendiéndole algo completamente inútil para su vida cotidiana.

Si no me cree, siga la lista de consejos que le di y ya verá, es más fácil de lo que usted cree. Cuestión de tenerse fe, o mejor dicho, de dejar de tenerle fe a la raza humana. Y si sigue sin creerme, échele una hojeada al genio que no hace mucho le ató una correa a una piedra y le dijo al mundo que lo que él tenía no era una piedra, sino una mascota. Se volvió millonario vendiendo mascotas-piedras.

Le digo, cuestión de dejar de ser tan modesto. Libérese y conviértase en un capitán que navega por el interminable océano de la desvergüenza, charlatanería e imbecilidad humana.

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