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actualizado 18 de abril 2011

¿Refugiados o inmigrantes?
Se trata de ciudadanos tunecinos y libios, la mayoría hombres jóvenes
Por Mercè Rivas Torres

Desde que comenzaron las protestas en el norte de África en diciembre del año pasado, no ha habido peticiones de asilo y refugio en España, hasta el momento. Es sólo un dato, pero bastante significativo y lógico al mismo tiempo.

Significativo porque indica que no va a haber una avalancha de ciudadanos que vayan a salir de los países en conflicto de forma masiva, por lo menos de momento y lógico porque la mayoría de refugiados, entendiendo que son personas que han salido de su país por razones políticas, religiosas o ideológicas, suelen quedarse en los países vecinos al suyo. Siempre existe la esperanza de que las circunstancias cambien y poder volver a corto plazo. Naciones Unidas calcula que sólo el seis por ciento llega al primer mundo.

De Libia han salido por tierra más de trescientas mil personas, la mayoría inmigrantes del África subsahariana, Pakistán, Bangladesh, así como de Túnez o Egipto. Todos ellos habían acudido a Libia a trabajar en la industria petrolera. Una vez instaurada la paz, volverán sin duda. Pero estos individuos no son refugiados, a pesar de que en numerosos medios de comunicación así se les denomina.

Hasta el momento, lo más espectacular para los que quieren sacarle rédito político a la situación, son las barcazas repletas de subsaharianos en primer lugar y tunecinos o libios en segundo, que están llegando a la isla de Lampedusa en Italia.

Se trata de ciudadanos tunecinos y libios, la mayoría hombres jóvenes, que han decidido embarcarse hacia el primer mundo y que huyen por la falta de oportunidades, de subsaharianos que huyen de conflictos o pobreza en sus países de origen pero que llevaban tiempo atascados en Libia. No deberíamos olvidar la frase de Gadafi, una vez iniciado el conflicto, amenazando con barcazas “llenas de negros” con destino a los países europeos del Mediterráneo. Está cumpliendo su promesa.

De todas formas, este hecho tampoco es una novedad ya que hace mucho tiempo que ese flujo migratorio se está desarrollando y jamás ha llegado a niveles preocupantes, pero sólo cuando conviene, algunos políticos populistas y xenófobos lo intentan utilizar como espantapájaros electoral.

Berlusconi, que ahora se rasga las vestiduras por la llegada de estas barcazas, no había abierto la boca mientras estaban en vigor los acuerdos que había firmado no sólo con Túnez, sino también con su amigo Gadafi, gracias a los cuales cada inmigrante que llegaba a Lampedusa era devuelto a un módico precio o a cambio de suculentos negocios, tal como denunciaron en su día Amnistía Internacional o Naciones Unidas. Recordemos que las exportaciones de armas de Italia a Libia crecieron espectacularmente en los últimos seis años.

Todavía es pronto para adelantar qué pasará en las próximas semanas o meses pero es muy posible que los movimientos migratorios aumenten de forma moderada y ese es el momento de demostrar la talla moral de Europa. No se trata sólo de un problema de solidaridad sino de decencia y dignidad.

Los europeos, que tanto nos ha costado reaccionar ante las matanzas de Gadafi, pero que tanto hemos aplaudido desde la derecha a la izquierda las demandas de democratización de los países del norte de África y de Oriente Medio, tendremos que ser consecuentes y apostar por una política de cuotas a la hora de dar una salida a esos inmigrantes.

Las cuotas son un mecanismo solidario para distribuir responsabilidades entre los diferentes Estados y no dejar todo el problema en manos del primer país de acogida.

Ya con los más de 300 mil refugiados de Kosovo se practicó esta política y no fue ningún trauma. Todos los países europeos cumplieron su parte. No podemos estar impulsando cambios en casa del vecino de forma verbal para después no echarle una mano cuando su techo se hunde.

Y ahora mientras todo el foco informativo está centrado en el Norte de África y Oriente Medio, podemos comenzar a reflexionar y a informar sobre lo que está pasando en Costa de Marfil, donde cientos de miles de desplazados viven una situación humanitaria escandalosa, porque no abandona su tierra quien quiere, sino quien desesperadamente no tiene otra salida.

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