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actualizado 6 de abril 2011

Porfis, páguenles
“Los músicos son terriblemente irrazonables. Siempre quieren que uno sea totalmente mudo en el preciso momento que uno desea ser completamente sordo.” - Oscar Wilde
Por Rodrigo Solís

Horrorizada (en realidad, fascinada), mi chica nos mostró con ojos enormes a P y a mí un video del YouTube. Por favor, quiero saber qué opinan, nos dijo. El video, que seguramente ya lo han visto pues tiene dos años de antigüedad en la red (o sea, es una pieza prehistórica), es una queja formal (y con todas las de la ley, véase los artículos 200 y 202 de la ley federal de derechos de autor) por parte de varios “artistas” en contra nuestra, los masoquistas voluntarios e involuntarios que escuchamos su música sin desembolsar un centavo en establecimientos a los que no fuimos a escuchar música.

Dos son los cantautores que se ponen como punta de lanza de una campaña donde nos exigen que les paguemos por el privilegio de escucharlos. Incluso, estos dos personajes se toman la molestia de hacer un sketch al puro estilo de los programuchos de Televisa con el objetivo de concienciar a la población. Alex Lora aparece interpretando a un taquero y Aleks Syntek (retomando su faceta de actor de la época de Chiquilladas) se mete en la piel de un doctor (de hospital particular, eso sí).

-Si fuera taquero me pagarías, ¿no? –nos pregunta un consternado Alex Lora.

No saben cómo me alegro de que mi chica me haya enseñado esta joya del mal gusto. Por eso la amo. No importa que el comercial (o reclamo público) sea de hace dos años y que no pueda expulsar de mi cabeza la voz aguardentosa del vocalista de El Tri: el placer culpable es infinito. Es la prueba irrefutable de que Alex Lora es una señora (con el respeto que me merecen las señoras) hecha y derecha.

Sé que no soy el más avezado en materia musical (lo sabrán de sobra mis compañeros de borrachera del FONCA), pero yo no me trago eso de que la señora Lora es una leyenda del rock nacional, una institución, el Benito Juárez de la música, alguien al que se le deba perdonar todo lo que haga por su interminable (e insufrible) trayectoria. Niet, ni que fuera Bob Dylan, Sabina o Woody Allen. Además, ¿de qué trayectoria estamos hablando? Desde que tengo uso de razón la gente lo viene solapando por las horrendas canciones que compone. Si por mí fuera, lo mandaba lapidar en el Zócalo luego de escuchar La raza indocumentada por crímenes contra la humanidad. ¿Creen que exagero? ¿Que no debemos importar prácticas bárbaras de Medio Oriente?

Paren oreja:

Tu ru ru ru ru / Les voy a contar la historia de doña Lupita / Tu ru ru ru ru / una señora chilanga que anda en el gabacho ahorita (nótese la rima Lupita-ahorita) / Tu ru ru ru ru / no sabe hablar inglés y es indocumentada / Tu ru ru ru ru / pero es la cocinera de la Casa Blanca / Tu ru ru ru ru / y ella le prepara sus huevos a Bush / Tu ru ru ru ru / ella le prepara sus hamburgers y sus hot dogs / Tu ru ru ru ru / su chili con carne, sus… (perdonen, no entendí, ojalá fuera bilingüe como la señora Lora) y sus nachos / Tu ru ru ru ru / sus rollos de sushi, su barbecue y sus guau guau (?) / Tu ru ru ru ru / y todo lo que comen en la Casa Blanca / Tu ru ru ru ru / tiene el sazón chilango y el sabor a fritanga…

No hay pudor. Si yo fuera Obama levanto más alto el muro.

Repito: Alex Lora es una señora. Según él, muy transgresor con su música de dos pesos, exige justicia social al gobierno fascista, pero a la mera hora de demostrar que es un ciudadano responsable, o ya ni eso, una persona jodida como cualquiera, usa sus influencias para sacar de la cárcel a su hijita alcohólica y drogadicta que atropelló (y de paso asesinó) con su coche a un mexicano jodido de los que tanto habla en sus pésimas letras. Y por si fuera poco, el retoño de Alex, nada más al verse en libertad, volvió a las andadas al salir de un bar ahogada en alcohol (eso sí, responsable la mujer, su chofer y amigo iba igual de incróspito que ella) como bien documentó en video y en su portada y páginas la revista Nueva (demostrando que en ocasiones el amarillismo puede ser periodismo legítimo).

Y en cuanto a la señorita Syntek, “el genio de la música” como lo conocen en Televisa, le haría un bien a la sociedad si en vez de torturarnos con su música (tal como lo hizo subsidiado por nuestros impuestos con la esperpéntica canción El futuro es milenario, compuesta para conmemorar las festividades del bicentenario del país) nos tasajeara como reses en el Seguro Social. Y no me voy una por una con las ignominias que escupen en el comercial los demás “famosos”, salvo por las dichas por otro “genio”, el mayate de Camila (que, dicho sea de paso, no escatima en parafernalia para tratar de hacernos creer que está guapo; piensa que nadie va a darse cuenta de lo que habita entre su peinado estrambótico y su camisetita brillosa, pero el ojo entrenado para ignorar esas cosas puede ver con claridad a uno de los indios más espantosos que jamás han caminado sobre la faz de la Tierra): “es que piensan que la música es gratis”, y la que dijo el pigmeo ex Microchips: “eso es igual a pensar que la música no cuesta y no vale”, de lo contrario, este escrito además de infinito, sería reiterativo en adjetivos hirientes e insultos.

Lo único que me resta decir al respecto de esta ley (o sea: “lo que tu pagas por un disco no cubre la ejecución pública en tu negocio, es solamente para uso privado”) es que me alegra que ningún comerciante haya sido tan estúpido para pagar ni medio centavo a estas personas. Además de que queda en evidencia que las marionetas de las disqueras no les interesa un carajo la música, solo el dinero. Componen pensando en signos de pesos, no porque hacerlo les produzca algún tipo de satisfacción. Y al vernos desde lo alto de los escenarios nos miran con desprecio: una masa amorfa de carne que les debe dinero para poder comprarse sus consoladores extra grandes.

En conclusión, los negocios la tienen fácil: dejen de poner la pésima música de esos pobres diablos y dense a la tarea de escuchar las propuestas musicales de verdaderos artistas, desde los nativos de su propio barrio hasta los que viven en los confines más recónditos del planeta, que los van a encontrar a todos, y gratis, en Internet. Eso de “revolución informática” no es un término que se haya creado a la ligera; el mundo y todos los aspectos de nuestra vida cotidiana realmente han cambiado, pero estos tarados quieren que el panorama musical se conserve como hace quince años. Yo también desearía que la industria editorial fuera un negocio pujante, lleno de vida, pleno de oportunidades, y no un cadáver putrefacto del que algunos gusanos seguimos alimentándonos simplemente porque no podemos imaginarnos comiendo otra cosa. Las taquerías no están lucrando con la música, sino con los tacos. Si de repente tienen que pagarle a los músicos para poner un disco en su establecimiento, ahora también los “artistas” estarían lucrando con los tacos. Me jodí. Solo resta esperar dentro de dos años el anuncio en el que Lou Bega, Caballo Dorado y la alineación original de Mestizzo, nos pidan que les paguemos regalías por tocar en nuestras bodas o graduaciones su propiedad intelectual. Digo, es lo justo: ¿a poco no estaría aburridísima tu boda sin el “Mambo #5”?
Si a los “artistas” (pobrecitos de ellos) nos les deja dinero la música, pues que se vuelvan taqueros o doctores (si les da el cerebro). Ahí es donde está la lana. Les prometemos que sí les vamos a pagar por sus servicios. Y también les damos nuestra palabra de que no regresaremos a comer a su changarro pulguiento o a consultar con ellos porque al igual que en la música, son nocivos para nuestra salud.

P.D. Si tienes un disco de El Tri (vergüenza te debería dar) no se lo prestes a nadie, menos lo pongas en una borrachera con los nacos de tus amigos, recuerda que es un delito, a menos claro, que le pagues a la SACM.

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