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actualizado 7 de abril 2011

Mi lado femenino
Las personas necesitamos expresarnos de una y de otra forma, de manera “masculina” y “femenina”
Por María Guerrero*

Por no parecerse a sus madres, muchas mujeres han llegado a adoptar roles de hombres. Miden su propia valía según los patrones masculinos de productividad, de modo que en ocasiones pierden el control y se convierten en unas tiranas para sí mismas. No se permiten descansar ni atender sus propias necesidades de ser queridas y cuidadas. Sienten “el vacío del éxito”.

Las diferencias sexuales en la sociedad occidental no constituyen sólo diferencias biológicas sino que, a través del proceso de socialización, se moldean dos cosmovisiones, dos grandes formas de vivenciar y percibir el mundo.

Los roles que existen en la sociedad se aprende a través de agentes socializadores como son la familia, en primer lugar, y posteriormente la escolarización, las instituciones, los medios de comunicación, etc., durante un proceso educativo que es distinto para hombres y mujeres. Por tanto, “lo masculino” y “lo femenino” son conceptos fruto de una construcción sociocultural.

Con el tiempo, estos roles pueden llegar a convertirse en un esquema rígido de comportamiento que impide la fluida comunicación personal y la posibilidad de una comunicación emocional de apertura con uno mismo. Al posicionarnos en una estructura tapamos, menospreciamos o negamos la otra de nosotros mismos.

Las personas necesitamos expresarnos de una y de otra forma, de manera “masculina” y “femenina”, sentirnos fuertes o débiles, tiernos o agresivos, sin que ello tenga necesariamente connotaciones positivas o negativas.

Ambos sexos estamos educados para que aceptemos un rol complementario en la relación de poder que permita mantenerla. Lo contrario, es punible de alguna manera. En las mujeres existe una fuente de conflictos adicional. Si nos comportamos de acuerdo con la expectativa social, su rol de mujer ocupa un segundo lugar puesto que la consideración social recae en lo masculino. Pero si nos comportamos con los valores masculinos, para ser reconocidas socialmente (agresividad, competitividad, fortaleza, dureza, minimización de las emociones), somos despreciadas como mujeres.

Cuando el inconsciente masculino toma el poder, puede que la mujer sienta que nunca es suficiente, haga lo que haga o cómo lo haga. No llega a sentirse satisfecha del todo. Cuando completa un trabajo, ese inconsciente la empuja a buscar otro; le urge a pensar en el futuro , sin valorar lo que está haciendo en el presente. Ella se siente asediada y responde desde un lugar interno de carencia: “Debería estar haciendo más. Lo que hago no es suficiente”.

Este actuar desde la máxima “yo puedo, soy fuerte”, enfatizando “lo masculino”, por lo general suele dejar profundas huellas tanto en la salud, que se deteriora a golpe de yunque y martillo, como en el estado emocional.

¿Para qué sirve tanto esfuerzo? ¿Por qué me siento tan vacía? Es lo que terminamos preguntándonos después de haber conseguido los aplausos, si los conseguimos, y después de tantos y tantos “yo puedo”. Nos decimos: “He logrado todo lo que me propuse y, sin embargo, me sigue faltando algo”.
El sentimiento que genera este estado es de escisión, de traición a nosotras mismas, de abandono de una parte de nosotras que ni siquiera conocemos.
Esta sensación de pérdida es, en realidad, un anhelo de “lo femenino”, el anhelo de una sensación de hogar en el cuerpo.

Al final, se da cuenta de que los presupuestos de los que partió desde pequeña, acerca de las recompensas por ser una mujer “yo puedo”, son falsos y la han llevado a luchar en otra “guerra”, que la han conducido a obtener “victorias” que no le valen para llenarse a sí misma. En efecto, consiguió el éxito, logro objetivos, adquirió lo que creía que era independencia y para todo ello se dejó la piel en el camino, endureció su corazón y puso una mordaza a su alma.

No es necesario continuar actuando como la mujer yo puedo que siempre hemos vivido. Podemos ser mujeres capaces de vivir con plena libertad, sin complacer a todo el mundo, pero sin perder de vista que somos parte de él y que nuestros actos suman a su desarrollo. Si nos creemos menos, le estaríamos restando al mundo.

Es por eso que reflexionamos sobre el tema y desde aquí os invito a pasar de ser una mujer yo puedo a una mujer yo vivo, yo siento, yo soy.

(*)Psicóloga


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