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actualizado 13 de diciembre 2011
El EPP y la mafia de Yby Yaú
No es difícil adaptar
Por Luis Agüero Wagner
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Finalmente, la mafia de Yby Yaú y el EPP se han instalado como parte del paisaje en Concepción

Escribió Jorge Luis Borges, sobre los desmanes ocasionados por la banda de Monk Eastman, que"Los políticos parroquiales a cuyo servicio estaba Monk Eastman, siempre desmintieron públicamente que hubieran tales bandas, o aclararon que se trataba de meras sociedades recreativas".

Algo parecido itenta alegar el actual gobierno arzobispal del Paraguay sobre el grupo guerrillero EPP, integrado por antiguos discípulos del hoy ganadero de las sandalias, Fernando Lugo. En el epicentro de operaciones del grupo guerrillero, el sindicado como capo di tuti capo de la zona, el diputado Magdaleno Silva, denunció un tiempo atrás haber recibido amenazas de muerte por parte de un herido que se encontraba internado.

La historia de la mafia de Yby Yaú, al igual que la historia de las pandillas de Nueva York (revelada según Borges en 1928 por Herbert Asbury en un decoroso volumen de 400 páginas en octavo) tiene la confusión y la crueldad de las cosmogonías bárbaras. Sorteando las fintas graduales que omiten su verdadero rostro, penosas como un desfile de máscaras, algunos audaces mal pensados se han permitido sospechar del diputado Magdaleno Silva, hombre ruinoso y de semblante monumental. Físicamente, podría decirse que el pistolero convencional de los films de Hollywood es un remedo suyo, y no del epiceno y fofo Al Capone.

No es difícil adaptar a Magdaleno muchos de los rasgos y hábitos del "proveedor de iniquidades" Monk Eastman (personaje borgiano de la Historia Universal de la Infamia), el mismo que salía a recorrer su imperio forajido con una paloma de plumaje azul en el hombro "igual que un toro con un benteveo en el lomo". Relata Borges que desde 1899 Eastman no solo era un matón famoso, sino también "caudillo electoral de una zona importante, y cobraba fuertes subsidios de las casas de farol colorado, de los garitos, de las pindongas callejeras y los ladrones de ese sórdido feudo". Los comités (seccionaleros del lugar) lo consultaban para sus fechorías, y los narcotraficantes particulares también. Nos informa también Borges que de sus honorarios: 15 dólares una oreja arrancada, 19 una pierna rota, 25 un balazo en una pierna, 25 una puñalada, 100 el negocio entero. A veces, para no perder la costumbre, el símil de Magdaleno (Eastman) ejecutaba personalmente alguna misión.

A diferencia de Lugo, Magdaleno tiene escrúpulos, y lo demostró defendiéndose de la vinculación con la desaparición del locutor Enrique Galeano asegurando que sus adversarios "políticos" en la zona de Yby Yaú le perseguían entonces por "temor partidario" y porque no querían aceptar que les ganó en las internas coloradas. La explicación sonaba un poco -nobleza obliga reconocerlo- a la "cuestión de límites" (sutil y malhumorada como las otras que posterga el derecho internacional) que puso frente a frente a Monk Eastman y Paul Kelly, célebre capitán de otra banda. "Balazos y entreveros de las patrullas habían determinado un confín", dice Borges, al estilo de la tierra de nadie en los límites entre el Amambay y el Departamento de Concepción. Eastman lo atravesó un amanecer y lo acometieron 5 matones. Hizo rodar a tres, pero le incrustaron dos balas en el abdomen y lo abandonaron por muerto. Eastman se sujetó la herida caliente con el pulgar y el índice y caminó con pasos de borracho hasta el hospital. "La vida, la alta fiebre y la muerte -narra Borges- se lo disputaron varias semanas, pero sus labios no se rebajaron a delatar a nadie". Cuando salió, la guerra floreció en continuos tiroteos de espléndidos héroes dignos de la Iliada de Homero o la campaña del Amambay.

Dos veces intervino la policía, y dos veces la rechazaron, y otro tanto sucedería en la zona de influencia del EPP con las gloriosas fuerzas conjuntas del gobierno arzobispal. Del mismo modo que en el relato borgiano, a la primer vislumbre del amanecer, la batalla contra el EPP se desvaneció, como si hubiera sido algo obsceno o espectral.

Al igual que sucedió con Magdaleno, las dádivas de la publicidad de Itaipú debilitaron la memoria de los furiosos enemigos del EPP en los medios, los cófrades del gobierno arzobispal cerraron filas en torno a sus ex aliados políticos y el tema guerrilla fue puesto en hibernación.

Cuanto durará el silencio, nadie lo sabe, pero sí es seguro que en algún momento se volverá a romper. Y recién cuando los traficantes de rollos concluyan su depredadora labor en la zona, posiblemente descubran, en lo que fue un monte, a los heridos de gravedad, las orejas, los cadaveres, la paloma muerta y despojos de una mitra abandonada en el campamento guerrillero. Desconocedores felices de la muerte, rondarán los cuerpos abatidos las serpientes y las alimañas.

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