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actualizado 22 de julio 2011
Un fracaso de todos
Si cada población dependiera de los recursos propios de su país, se multiplicarían situaciones como la de Somalia
Por Carlos Miguélez Monroy
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Nos bombardean con imágenes de las mujeres y los niños que pasan hambre en los campos de refugiados, con las cifras de personas desplazadas por la sed, el hambre y la violencia. Señalan a las milicias islamistas, como durante meses hablaron de los “piratas” que secuestraban busques occidentales que faenaban cerca de las costas de Somalia.

Anunciarán las cuentas de banco donde la gente podrá ingresar una cantidad destinada a la compra de alimentos para esa gente que sufre. Muchos ciudadanos donarán ropa, botellas de agua y comida enlatada como parche a ese sufrimiento. Algunos artistas organizarán conciertos benéficos para recaudar fondos que luego no llegan a donde deben. Después de unos días o unas semanas comenzará a diluirse la tensión mediática y los noticieros volverán a hablar del calor, en pleno verano, y de los fichajes multimillonarios del Real Madrid y del Barcelona.

Esta costumbre provoca que las tragedias humanas se perciban como un fenómeno meteorológico. La naturaleza se ceba con “esos países”, se suele decir. Como si algunas decisiones no hubieran frenado la lucha contra la desertización o contra la explosión demográfica en Somalia. Naciones Unidas ha denunciado desde hace años la situación de este “Estado fallido” y ha exigido el compromiso de los países más ricos para hacer frente a la sequía y a la explosión demográfica. Estaban “entretenidos” con la venta de armas a Grecia, incluidas en el “paquete” de “rescate”, en guerras perdidas como la de Afganistán o el “rescate” de las entidades bancarias que empobrecen al planeta.

Después de la Cumbre de la Tierra que se celebró en Río de Janeiro en 1992, Naciones Unidas puso en marcha su convenio para la Lucha contra la desertización para abordar la sequía que provoca escasez de alimentos en zonas como Somalia y Darfur. Ya se conocía el papel que tendría el reparto de los recursos hídricos en las hambrunas y en los conflictos armados del nuevo siglo.

“No es de extrañar que los diez países situados en la cola del índice de desarrollo humano sean aquellos con una gran presión sobre el agua y extensas poblaciones en tierras áridas”, señala el economista Jeffrey Sachs en Economía para un planeta abarrotado. Publicado en 2008, este estudio sobre pobreza en el mundo alertaba de las dificultades de pastores y agricultores en el Cuerno de África por la sequía, que huyen de estas zonas y provocan conflictos al llegar a comunidades de cualquier otro lugar que ya sufren pobreza y carencias de agua.

Si cada población dependiera de los recursos propios de su país, se multiplicarían situaciones como la de Somalia. Cerca de veinte de países obtienen más del 50% de su agua de países vecinos, muchas veces como consecuencia de alteraciones de los cursos fluviales naturales. Al trascender fronteras geográficas, sólo respuestas globales podrán hacer frente al desafío de garantizar el acceso al agua a toda la población mundial. Con ese espíritu se creó un fondo mundial para el medioambiente, gestionado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo , el Banco Mundial y el Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), pero la falta de compromiso internacional, así como el deterioro y el aumento de la violencia en Somalia, han impedido el cumplimiento de los objetivos.

También se creó en Fondo de Naciones Unidas para la Población, al que Bush hijo aplicó recortes del 25%, siguiendo los ejemplos de su padre. De esa misma manera, las grandes instituciones religiosas presionaron hasta conseguir que la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo en el Cairo, en 1994, no tuviera ningún efecto práctico en la lucha contra la explosión demográfica.

En países como Somalia se ha multiplicado por 2,5 la población y las tasas de fertilidad siguen en aumento. “Cuando la juventud representa más del 35% de la población adulta […], el riesgo de conflictos armados es un 150% más alto”, sostiene el demógrafo Henrik Urdal. En Somalia, esa cifra alcanza el 34%, mientras el 44% de la población tiene menos de 14 años de edad.

Si el Cuerno de África supone una amenaza internacional y se ha convertido en “nido de terroristas”, resultan incomprensibles los recortes, las faltas de apoyo y la aparente sorpresa de muchos medios de comunicación ante esta catástrofe anunciada desde hace años.

(*) Periodista, coordinador del CCS/ ccs@solidarios.org.es

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