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actualizado 10 de Agosto 2012
Nosotros y el mar
Han pasado muchos años desde aquella devoción por el mar
Por Hugo Cancio
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Ya casi estaba en el párrafo final de mi Editorial de agosto, en el cual relataba mi encuentro con Tamara, una cubana color miel y pelo rizo que obedeciendo al corazón una día cualquiera, hace 11 años, despertó en Roma y aún no encuentra su boleto de regreso, cuando nuestra directora editorial me recordó sutilmente que la edición de OnCuba de agosto estaba dedicada al mar.

Pospongo tu historia, Tamara —ella nos lee—, y enseguida, sin la más mínima resistencia abordo la máquina del tiempo y me transporto a un pasado mojado de azul donde la perfumada brisa del mar me servía de remedio orgánico para aliviar mis ataques de asma, y las olas decoraban de espuma mis sueños de niño. Una niñez de ininterrumpida perfección. Éramos diminutos cuerpecitos, casi anfibios, a quienes solo una amenaza de penitencia nos obligaba a pisar tierra.

Agosto para mí era sinónimo de playa. El mes en que toda mi familia venía de La Habana a pasar las vacaciones de verano y sin penas o complejos depositaban sus cuerpos en la arena fina y luego, pintados de blanco, la desechaban con un chapuzón. En inolvidables ocasiones, pasábamos la noche bajo la luna con guitarras y maracas en mano al ritmo de un son o un bolero. Recuerdos que aún afinan los arrítmicos momentos que en ocasiones me perturban, como el día aquel en el que mi madre decidió que cruzáramos el mar para emigrar, interrumpiendo temporalmente aquellos melódicos boleros que solíamos cantar al compás de las olas.

Han pasado muchos años desde aquella devoción por el mar que provocaba la emigración masiva de mi familia a Varadero, aquellos calurosos y húmedos veranos de agosto que colmaban la playa de turistas extranjeros y nacionales; a pesar de que ya no rompo olas con la misma frecuencia de antes, el mar me sigue siendo indispensable; su aire puro y sano me extirpó para siempre aquellos insoportables ataques de asma.

Vale la pena decir que esta edición de OnCuba dedicada al mar me tomó por sorpresa. Tamara se quedó sin su nota —en esta ocasión—, pero estoy seguro que ella también agradece haber nacido en un pedazo de tierra atrapada por las tibias aguas del mar Caribe, con un clima perfecto y posición geográfica privilegiada, como si el mismo Zeus nos hubiera ubicado como último regalo, gesto que resulta imposible dejar que pase inadvertido.
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