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actualizado 7 de diciembre 2012
Con la vida por delante
Los mayores no deben desvincularse del mundo y, mucho menos, del mundo de los mayores
Por Fran Araújo
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Gracias a los avances actuales, a los sesenta años una persona tiene casi un tercio de su vida por delante. Si miramos atrás y analizamos los últimos veinte años de nuestras vidas, llegaremos a la conclusión de que no se pueden menospreciar las enormes posibilidades de nuestros mayores.

La vida se suele dividir en etapas temporales, cada una asociada a unas características concretas. Mientras la infancia, juventud y primera madurez aparecen siempre como el esplendor de la vida, la vejez se asocia con el agotamiento, la inutilidad, la fase a la que nadie quiere llegar.

Nada más lejos de la realidad. A los sesenta años una persona se encuentra en un estado de plenitud, madurez y reflexión que le permiten disfrutar de la vida en una dimensión más serena y comprensiva. Una persona con sesenta años conserva intactas sus aptitudes, excepto por los casos que entrañan problemas de salud o los trabajos que por su dureza exigen un gran esfuerzo físico.

La vejez también se asocia a la multiplicación del tiempo libre. Pero hay que diferenciar el ocio del tiempo libre. Ocio no significa matar el tiempo, sino vivirlo. Realizar actividades por gusto que proporcionen plenitud. El ser humano necesita saberse útil, tener una función. Aunque la vida no tenga sentido, tiene que tener sentido vivir. Existen infinitud de ocupaciones que mantienen el ingenio y poseen valor social. Una de ellas es el voluntariado que, en los últimos años, se ha multiplicado entre los mayores de sesenta años.

Los mayores no deben desvincularse del mundo y, mucho menos, del mundo de los mayores. Todavía tienen mucho que aportar. La sociedad no puede permitirse perder algo tan valioso. Si sólo valoramos el trabajo y la productividad como elementos que conforman al ciudadano, estamos dejando escapar una increíble riqueza humana.

Siempre se ha asociado la revolución con la juventud. Dentro de treinta años la mitad de la población de Inglaterra tendrá más de 60 años. El poder democrático de los mayores en este punto será enorme. El cambio está en sus manos. Sólo necesitan la fuerza y el coraje de poner su experiencia al servicio del mundo. Y este fenómeno de envejecimiento de la población no se da sólo en Europa. Los últimos estudios muestran que en Argentina y otros muchos países de Latinoamérica, se dará el mismo patrón dentro de unos años y será mucho más acelerado.

Es necesario desvestir a la vejez de ese sentimiento de inutilidad. Evitar el reparo a expresarse por el miedo al rechazo de los más jóvenes. El cambio tiene que venir de la relación entre generaciones. La sabiduría y experiencia del mayor y el tesón e idealismo del joven deben ir de la mano para lograr una mejora social inteligente y pausada. De ahí que cada vez se fomenten con más fuerza las relaciones intergeneracionales.
Los mayores muchas veces se sienten inmigrantes en el tiempo, se tienen que integrar en una sociedad que cada vez cambia más rápido. Resulta poco inteligente abandonar al guía de la expedición porque no es capaz de seguir el ritmo, máxime si tenemos en cuenta que es el que posee un mayor conocimiento del terreno. Hay que realizar un esfuerzo que se manifieste en políticas de integración para nuestros mayores.

La edad no limita la capacidad de aprender, al contrario, la riqueza de filtros internos es enorme y cada vez son más los mayores que se acercan al estudio en esta etapa de sus vidas. Lo más importante es mantener un cierto nivel de actividad que alimente la autoestima, autorrealización, independencia e identidad.

Picasso decía: “cuando alguien me dice que ya estoy demasiado viejo para hacer algo, corro inmediatamente a hacerlo”. No podemos dejarnos vencer por la vejez y las connotaciones sociales que conlleva. A los sesenta años aún queda toda una vida por delante, aprovecharla depende de cada persona y de la situación que viva. Los mayores no pueden caer en el sentimiento de inutilidad. Si uno se siente parte, nadie le puede limitar sus deseos de vivir y de hacer cosas por la comunidad y por sí mismo. Que cuando le pregunten “¿Usted qué era antes?”, pueda responder, “yo sigo siendo todavía”.

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