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actualizado 24 de Julio 2013
Un muro entre dos jardines
Casi nadie se libra de sus múltiples manifestaciones
Por Pedro Miguel Lamet
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La depresión se ha colado en nuestra vida de muchas formas. Entra por la tele con dosis masivas de una información negativa y desesperanzada. Nos asalta directamente con forma de paro, problemas familiares, decepciones amorosas. Casi nadie se libra de sus múltiples manifestaciones: alguien que ha sido atrapado por ella en casa, una hija, un marido, una esposa que no logra liberarse de un “depre” más o menos profunda. Y hay que afrontarla, o en uno mismo o en personas que la sufren en nuestro entorno.

¿Cómo? En primer lugar partiendo de su misma naturaleza, del descubrimiento que la depresión surge de una visión deformada de la vida. La persona mentalmente sana, que es capaz de mirar todo el bosque, sin que un árbol concreto le impida la percepción de la belleza del conjunto, se libera en un instante de la depresión.

“La tristeza es un muro entre dos jardines”, afirma Khalil Gibran. Es una equivocación de la mirada, un encerramiento en nuestro sótano más siniestro, cavado por nosotros mismos, para olvidarnos morbosamente de lo que ya somos antes y después de sentirnos tristes: somos parte de un único hermoso jardín en el que nosotros mismos hemos construido el muro. Si despierto a eso, si consigo darme cuenta de mi verdad, la tristeza se desmorona en un instante como una frágil pared de ladrillos mal argamasados por nuestros pensamientos.

Pero no debe ser tan fácil cuando hay tanta gente deprimida e incapaz de salir de ella. El problema suele partir del error de creer que las causas de la depresión vienen de fuera: que he perdido el trabajo, que me ha abandonado mi mujer o mi marido, que se me ha muerto alguien, que no me realizo profesionalmente, que no tengo amigos, que soy un fracasado, que estoy solo… Y, aunque parezca increíble, no es así, estos factores sólo son los fulminantes, la mecha de una bomba que llevamos dentro. No digo que los acontecimientos externos no puedan afectarnos. Pero el clima importante está en nuestro interior. “No es fuera sino dentro donde hace mal o buen tiempo”. La prueba es que personas en circunstancias límites consiguen estar bien.

Si uno consigue ver claro, descubre que en este instante lo tengo ya todo, soy plenitud de lo que importa: el ser en armonía y en conexión con lo que es. La percepción de esa energía que nos habita sin darnos cuenta y está bien, más allá de que llueva, haga frío o calor, nos conecta con la paz y la alegría que no cambia. El problema suele ser la tabarra que nos da la mente, el personajillo que creemos ser y en realidad no somos y no para de zumbar en nuestros oídos continuos mensajes destructivos. Callarlo y conectar que ese interior profundo e incontaminado es la clave de una solución.

Para convivir con el depresivo debemos partir de un hecho verificable: los que están mal intentan de todas formas arrastrarnos al oscuro abismo donde habitan. De aquí que tanto para liberarnos del muro de nuestra tristeza como para intentar sacar de él a los demás y acabar por ver el jardín, hemos de cultivar un distanciamiento que no es frialdad ni falta de compromiso con la persona que sufre, sino la habilidad del que está en un brocal de un pozo y quiere sacar a alguien evitando no asomarse tanto como para hundirse con él o con ella.

Nuestra sociedad consumista mal llamada “del bienestar” y catequizada por las abusivas solicitaciones de una publicidad fraudulenta sigue situando fuera las causas de nuestro infortunio: el deseo. No sé dónde leí que “no es fácil hallar la felicidad en nosotros mismos, pero no es posible hallarla en otra parte”.

Puede iluminar este cuento de Anthony de Mello: “Cierto día, Dios estaba cansado de las personas. Ellas estaban siempre molestándolo, pidiéndole cosas. Entonces dijo: ‘Voy a irme y a esconderme por un tiempo’. Así fue que reunió a sus consejeros y dijo: ‘¿Dónde debo esconderme?’ Algunos dijeron: ‘Escóndase en la cima de la montaña más alta de la tierra.’ Otros: ‘No, escóndase en el fondo del mar. No van a hallarlo nunca allí.’ Otros: ’No, escóndase en el otro lado de la Luna; ése es el mejor lugar. ¿Cómo lo hallarían allí? Entonces Dios se volvió hacia el más inteligente, que sonriendo respondió: ‘¡Escóndase en el corazón humano! ¡Es el único lugar adonde ellos no van nunca!’”. Allí sigue esperando el jardín escondido.

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