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actualizado 9 de Julio 2013
Del tiempo liberado
No se trata de eso sino de una progresiva decadencia que avanza implacable
Por José Carlos García Fajardo
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Mayo y junio eran tiempos de aflojar los lazos, les liens que tanto significaron en la vida de Saint- Exupery, con las personas que más se significaron durante el curso. Eran nueve meses de compartir saberes con esos dos o tres centenares de alumnos en los diversos grupos que llegaban en octubre y que me buscaban sin saberlo. Pero yo los esperaba aunque no nos conociésemos. Ni ellos ni yo naceríamos la víspera de la primera clase, yo sabía que ya estaban en camino cargados de ilusiones y de no pocas suspicacias. Por eso, cuando llegaban estos días, yo iba soltando amarras para que no hubiera apegos y que emprendiesen sus diferentes vuelos. Aunque para ello hubiera de convertirme en el viento para sostener sus alas. Se asombraba Kant de las palomas que se quejaban del aire que las sostenían.

Fue la mejor experiencia de mi vida profesional. Lo echo de menos. Mucho. Es como si a un espacio le arrebataran las referencias, sin límites, sin paredes, sin cielos ni horizontes. Sin suelo. Y eso que siempre comenzaba el curso animándolos a “desaprender” todo lo que pudieran. A tratar de olvidar, porque lo que se olvida no se pierde, antes hay que haberlo sabido.

Es sabido lo que pienso de la pretendida “edad dorada”, “tercera edad”… Es un cuento chino. La jubilación es una faena, se te cae encima, de repente, por muy preparado que te creas. Es una disminución de capacidades, progresiva e implacable, que se acerca a la situación temible de preguntarnos cada mañana, ¿qué me pasará hoy? Y no, ¿qué podré hacer, innovar, compartir, crear hoy?

Cierto que no me aburro, ni podré aburrirme nunca porque me sostienen mi gusto por la lectura, la escritura, las artes, la jardinería, los viajes y, en gran parte, el seguir al frente del Centro de Colaboraciones Solidarias, escribiendo artículos, formando cada año a 30 periodistas en el Taller y dando algunas conferencias.

No se trata de eso sino de una progresiva decadencia que avanza implacable. Pero que hace seis años, cuando mi jubilación a los 70, y mi nombramiento como Emérito, así como dejar la presidencia de Solidarios y pasar a ser de Presidente de Honor…, no me pude dar tanta cuenta por las tres intervenciones quirúrgicas y la presencia del deterioro físico y creo que psíquico. Era como un desmoronamiento, imprevisto pero sucesivo y a traición.

Ha sido como una enorme descompresión, como un vacío instalado en una plenitud querida, o forzada ¿qué más da? Y que yo debería de transformar en “vacaciones pagadas”, buenas para hacer todo cuanto uno sueña en pleno fragor del trabajo diario. Sé cual sería o es la actitud más conveniente. Lo sé. Pero hay que interiorizarlo, adaptarse, asumir la ausencia y la nostalgia sin muchas posibilidades de anhelos. El tiempo liberado es una bendición pero, a veces, puede abrumar, si bajas la guardia.

Ejerzo el inalienable derecho a la protesta. Esto es una estafa. Pero tomo mis cautelas y me adaptaré como el agua al terreno por el que discurre.

Con motivo de la última intervención quirúrgica se han descubierto problemas cardíacos, de hipertensión y de circulación, cansancio, limitaciones y empastillamiento general que no deja de hacerse sentir en todo el organismo.
Mantengo mi muro en FB, correspondencia, artículos en el CCS y conferencias… pero nada es ya lo mismo. No conozco a nadie que haya sido más feliz que yo dando clases. Igual o mejor en calidad y método, es muy posible, pero más feliz, no.

Ahora, a veces, me siento en carne y alma vivas. Por eso, ante la riada, hay que inclinarse como el junco y busqué algunas direcciones de antiguos alumnos y amigos muy queridos y formé un grupo (genio y figura…) denominado RDM. Robadores de momentos, porque el ladrón se apodera de lo que no es suyo, pero el robador toma lo que le pertenece desde largo tiempo. Como Rilke escribe en sus Cartas a un joven poeta: “Es menester que nada extraño nos acontezca fuera de lo que nos pertenece desde largo tiempo”. Sé que faltan muchos cuyos correos no tengo, pero van apareciendo gracias a Internet. Cada uno sabe quién es.

De vez en cuando, les envío emails como retazos, destellos, cometas en el cielo sin reflejos en la mar ni rastros en el suelo. Algo que me parezca interesante o que sienta que no debo guardar para mí o llevármelo mientras haya tiempo. Pero hoy quiero compartirlo con los lectores. Siempre me impresionaron estas palabras del Ché:
“Sólo me llevaré a la tumba/ La pena de una canción inconclusa”.

Por eso, Guevara escribió a la muerte de su amigo “Patojo”:
“Tómalo,/ Es sólo mi corazón./ Tómalo en tu mano,/ Y cuando llegue el alba,/
Abre tu mano/ Y deja que el sol lo caliente”.

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