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actualizado 18 de Junio 2013
Con los pobres contra la pobreza
La ilusión sin límites por mejorar nuestro palmo de influencia en este mundo
Por Cristóbal Sánchez Blesa
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Solidarios ha cumplido 25 años a finales de 2012 si tomamos como referencia aquellos primeros viajes del Profesor Fajardo y sus alumnos, yo entre ellos, a visitar a los presos de la Cárcel de Segovia. Aquellos encuentros pre-voluntarios participaban del espíritu inquieto y libre de unos seminarios como Mircea Elíade o Nuevo Paradigma, pero, sobre todo, del Seminario Solidaridad, que arrancó en ese curso 1987-88. Una verdadera batería de misiles para la cavilación y la praxis que lanzaba el profe a sus alumnos en aquella extraordinaria Historia del Pensamiento Político y Social.

Antes del verano teníamos grupos de voluntariado en el Cottolengo de Don Orione, en el Instituto Oncológico del Gregorio Marañón o en el antiguo Hospital del Rey, rejuvenecido después como Instituto Carlos III, que en aquella sexta planta albergaba pacientes con un incipiente y furioso SIDA. En paralelo habíamos creado un banco de donantes de plaquetas en la Clínica Puerta de Hierro, con la doctora Zabala, y enviábamos voluntarios a otras organizaciones necesitadas de colaboración. Tampoco esperamos mucho para organizar grupos de cuatro voluntarios (“los que caben en un taxi”) a proyectos sociales de más de quince países de Latinoamérica y después de África.

Al Seminario Solidaridad invitábamos al padre Garralda o al psicólogo Javier Barbero a hablarnos de la cárcel o del VIH. Y a trabajadoras sociales y a directores de las principales ONG, a médicos y a cooperantes cuyas historias de miseria y esfuerzo nos parecían relatos sobrecogedores. Todos insistían en algo: “Esto que os cuento está a la vuelta de la esquina”, a dos paradas de metro, en el portal de abajo, entre gente de mi familia o de mi barrio. Sólo una condición nos puso el profesor para asistir: arremangarnos. “Nadie puede venir de mirón, hay que comprometerse y estudiar las causas, porque estamos en la Universidad”.

Decenas de estudiantes y algunos profesores fueron viniendo para iniciar juntos un recorrido apasionante por la cartografía de la pobreza más urbana, por un desconocido paisaje humano con el que convivíamos sin reparar en él, o rehuyéndolo con miedos y prejuicios. No tardamos mucho en plantearnos que necesitábamos una pequeña estructura para poder coordinar aquello. Alguien propuso que una asociación, lo más sencillo y funcional. Mariano cayó en el nombre: “Solidarios, por el seminario Solidaridad”. Juanma apareció con el boceto de un árbol que se ajustó a la primera letra “i”. El despacho del profesor fue el primer centro de operaciones y nuestras aulas y salones, los de la Facultad. Yuna promesa en firme que hemos respetado: “Nunca tendremos bienes inmuebles, buscaremos quién nos los preste”.

Se demoró en llegar el primer pequeño despacho cedido por la Universidad Complutense de Madrid y pasaron años para recibir la primera ayuda pública o privada. Vivíamos de lo que cada uno aportaba. Organizábamos fiestas y conciertos o vendíamos periódicos temprano para hacer frente a las mínimas necesidades.

De ahí venimos, de la ilusión sin límites por mejorar nuestro palmo de influencia en este mundo. A veces, con la guardia baja, después de años difíciles, después de despedir éxitos sociales que pensábamos vigorosos, nos miramos al espejo, como Bukowsky, y exclamamos “quién me ha hecho esto en la cara”. Pobreza, desigualdad, exclusión, barreras, dolor… todo sigue ahí al acecho. Sin embargo, ahí siguen el buen humor, la alegría compartida, la magia, el amor, la solidaridad, lo humano y todo lo que nos hizo un día caer en la cuenta de que no existen milagros. Que el milagro es vivir y pelear a diario por ese horizonte siempre igual y siempre distinto con el que amanecimos. Feliz cumpleaños a todas las personas que han habitado esta casa de todos que es Solidarios.

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