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actualizado 1 de Mayo 2013
Necesitados de amor
“No podemos responder a los problemas del mañana con soluciones de ayer”
Por Pedro Miguel Lamet
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“Todo lo que necesitas es amor”, cantaban los Beatles, sintetizando en pocas palabras el sentido mismo de la vida. Pues desde que el hombre es hombre ha experimentado el instinto de crear un hogar y reproducirse en él. Noel Clarasó lo decía con humor: “El hombre puede llegar a no tener familia, pero empieza siempre por tenerla: en eso de la familia hay algo que no depende de uno”.

Todo el mundo dice que ese núcleo primario de convivencia está en crisis. Separaciones, divorcios, solterías más o menos obligadas, uniones de homosexuales, padres o madres que crean familias monoparentales, hijos que no se deciden a salir de casa y fundar sus propios hogares… ¿Qué pasa realmente? La primera respuesta podría ser que en general nuestro mundo está en crisis respecto a los valores tradicionales no sólo en lo que respecta a la familia sino en toda su cosmovisión axiológica.

Ante estos hechos y las consecuencias que pueden tener, sobre todo para los más débiles -hijos, ancianos, esposas maltratadas-, hay un sector de la sociedad que se indigna y reclama una urgente vuelta al pasado, que pide a voces la vuelta de la familia tradicional sea como sea. Pero el proceso vital en este mundo no es una película que pueda rebobinarse de pronto en una moviola. La historia avanza hacia adelante y los hechos, se esté o no de acuerdo con ellos, son los que son.

Para defender esa familia tradicional suele esgrimirse como único valedero un cierto modelo cristiano. Sin embargo no deja ser paradójico que el fundador del cristianismo defendiera una familia que debía superar los vínculos de la carne y la sangre: “Estos son mi madre y mis hermanos” afirma, cuando le aseguran que le buscan su madre y sus hermanos, dirigiéndose a la pobre gente que le rodeaba. Tampoco sería de recibo que la familia sea sólo patrimonio de una afiliación política concreta, porque esto excluiría sus valores y ventajas para otras opciones y partidos dentro de un sano y lícito pluralismo democrático.

De todo ello se deduce que no nos sirven las lamentaciones y nostalgias, y que sólo podemos jugar con las cartas que tenemos, partiendo de la realidad constatable y desnuda, con sus limitaciones y posibilidades.

Ante unos problemas tan diversos se impone primero analizar la nueva tipología familiar que está surgiendo de los actuales comportamientos y formas de vida. Luego vendrán las respuestas, las terapias, los esbozos de soluciones. Conscientes no obstante de que, en este laberinto de hijos, padres y abuelos, atrapados por continuos desafíos que les plantea esta era de globalización e irrupción de las libertades, no podemos contar con respuestas preestablecidas.

“No podemos responder a los problemas del mañana con soluciones de ayer”, decía el lúcido Pedro Arrupe. Aunque no sería poco si somos capaces de describir la situación y comprender cuáles son los vectores que nos conducen al futuro.
Es verdad que el ideal es un núcleo familiar completo con padres, hijos, abuelos, como toda la vida. Pero si éste falta, o está truncado o es inviable, un poco de amor puede salvar y curar, venga de quien venga. “Todo lo que necesitas es amor”. Así de sencillo y así de difícil. ¿Quién no ha tenido alguna experiencia iluminadora en este sentido? Aquella tía, aquella abuela, aquel padre viudo que tiró para adelante. A partir de ahí pueden buscarse soluciones más ambiciosas, desde luego, que repercutirán sin duda no sólo en la felicidad de las personas, sino también en el bienestar de la sociedad. Pues ya lo decía el viejo Sófocles: “El que es bueno en familia es también buen ciudadano”.

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