actualizado 22 de dic. 2014    
No hay victoria sin principios
"Dame el yugo, oh mi madre, de manera/Que puesto en él de pie, luzca en mi frente/Mejor la estrella que ilumina y mata". José Martí
Por Alfredo M. Cepero
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La decisión del terrorista ideológico Barack Obama de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba Comunista y abrir la llave de los dólares a los tiranos cubanos estalló con la fuerza de una bomba nuclear entre quienes no aceptamos otra solución que la rendición incondicional de los Castro y de su cohorte de asesinos. El anuncio no sorprendió en lo más mínimo a quienes hemos seguido su trayectoria de apaciguamiento de tiranos y abandono de aliados desde que llegó a la Casa Blanca. Al principio de su mandato, este sujeto se fue a El Cairo a pedir perdón por la supuesta prepotencia de los Estados Unidos en sus relaciones con el mundo islámico.

Después ignoró las súplicas de solidaridad de los jóvenes iraníes que querían sacudirse el yugo de los clérigos tiránicos de Teherán. Los mismos clérigos a quienes ahora les está donde un cheque en blanco para que construyan armas nucleares con las cuales borrar del mapa a nuestros aliados israelíes.

Al mismo tiempo, retiró los proyectiles nucleares en Polonia y la República Checa que apuntaban a Moscú sin pedirle nada a cambio a su nuevo amigo Vladimir Putin. El matarife soviético le pagó robándose la estratégica península de Crimea e invadiendo las regiones orientales de la república libre de Ucrania. Por eso no es extrañar que lance una tabla de salvación a unos Castro cuya tiranía naufraga sin el regalo del petróleo venezolano. Ni que haya llegado a la ignominia de pedirles perdón a los tiranos por Bahía de Cochinos sin exigirles explicaciones por los proyectiles nucleares soviéticos emplazados en Cuba, el mayor peligro al que estuvieron expuestos los Estados Unidos durante toda la Guerra Fría. Como bien ha dicho el senador Marco Rubio:"Obama es el peor negociador que ha ocupado la presidencia de los Estados Unidos"

Lo que si fue una sorpresa, y una verdadera decepción para mí, fue la labor de celestina política desempeñada por el Papa Francisco I. La conducta cómplice de El Vaticano ante las violaciones de derechos humanos de la tiranía castrista ha sido documentada por muchos y criticada por mí a lo largo de muchos años. Juan Pablo Segundo se unió a Ronald Reagan y Margaret Thatcher para exigir libertad para su Polonia amada. Sin embargo, se fue a Cuba y se reunió con el dinosaurio mayor sin exigirle libertad para los presos políticos o compasión hacia el pueblo. Quedó demostrado que los Papas, a pesar de sus investiduras y de sus obligaciones pastorales hacia el rebaño que les asignó Jesucristo, son solamente seres humanos, con intereses, limitaciones y debilidades. Yo me hice la ilusión de que Francisco I, sin dudas un hombre de carisma y osadía que no teme retar al "status quo", no caería en el error de pernoctar con tiranos. Pero él mismo ha hecho ostentación de haber sido el cocinero de todo este mejunje diabólico.

Por otra parte, fueron muchos los cubanos de ambos lados del Estrecho de la Florida que recibieron la noticia con alegría. El cubano de la Isla calcinada y maldita por años de opresión y miseria salió a las calles a festejar la noticia con genuina alegría. Para quienes han perdido toda esperanza de llevar una vida normal el más pequeño rayo de luz tiene la intensidad de un sol deslumbrante. Quienes viajan a Cuba desde la diáspora, y financian con el producto de su trabajo en el extranjero la pesadilla de la que una vez salieron huyendo, albergan esperanzas de mayores facilidades para sus "pachangas" turísticas. Y los judas cubanos que financiaron campañas y conspiraron con Obama para producir esta ignominiosa entrega de la patria se preparan a recoger los frutos de su repulsiva traición. Todos sabemos quiénes son y nunca dejaremos que nuestro pueblo olvide sus nombres ni sus mezquindades.

Sin embargo, ninguno de estos obstáculos restará energías a quienes trabajamos las 24 horas del día por una Cuba libre, soberana, democrática y justa. Desde hace mucho tiempo sabemos que la América que una vez defendió la democracia con el Tratado de Asistencia Recíproca de Río (1947) y la Décima Conferencia Interamericana celebrada en Caracas en 1954 ya no existe. Que, por el contrario, se ha convertido en un continente donde gobernantes de una izquierda corrupta y virulenta--incluyendo a los Estados Unidos-- oprimen y esquilman a sus pueblos. Que la noche es oscura pero nosotros, como Martí en "Yugo y Estrella", contamos con la luz de nuestros principios.

Esos fueron los principios con los que nuestro amigo y aliado en esta lucha, el Dr. Oscar Elías Biscet, confrontó a los diplomáticos norteamericanos que la semana pasada citaron a una docena de opositores en La Habana para anunciarles las medidas que tomaría al día siguiente Barack Obama. Como Maceo en Baraguá, Biscet les dijo que el Proyecto Emilia, el Partido Unión por Cuba Libre y el Partido Nacionalista Democrático de Cuba rechazaban categóricamente este oxígeno que Obama le daba a los tiranos con esta claudicación. Que no aceptábamos otra opción que la salida inmediata de los Castro y de sus esbirros.

Por otra parte, tanto Biscet como sus aliados sabíamos que la traición estaba en camino. En un artículo publicado en nuestra Nueva Nación hace tres meses, Biscet se adelantó a los acontecimientos y escribió: "El presidente Obama tiene la oportunidad de solidarizarse con el pueblo cubano, a través de ayudas directas, firmes y decisivas al ciudadano cubano, sin tener que oxigenar con recursos a la dictadura comunista y ser cómplice de ella. Este es el momento de exigir libertades para el pueblo cubano y no de cohabitación pacífica para prolongar la vida de una dictadura que es una vergüenza de América".

Y al siguiente día del anuncio del pacto siniestro, el Ejecutivo Central de nuestros aliados del Partido Unión por Cuba Libre emitieron un comunicado rechazando la infamia donde afirmaron: "No necesitamos limosnas de nadie, de ningún gobierno o gobernante que piense que nos hacen un favor. Nosotros somos capaces de lograr nuestra libertad por nosotros mismos. Si no fueron capaces de brindarnos ayuda para nuestra liberación, que tengan la vergüenza de mantenerse al margen de nuestra lucha".

Esa ha sido la línea y esos los principios defendidos durante 10 años por nuestro Partido Nacionalista Democrático de Cuba. En nuestra carta constitutiva estipulamos que trabajamos para que los cubanos tengan acceso a una educación sin adoctrinamiento, a un sistema de salud que los incluya a todos, a una vivienda de su propiedad y a un salario justo y sin miedo de perder el empleo como represalia por sus ideas políticas. Asimismo proclamamos la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley sin distinción de raza, sexo, edad o religión, al derecho de cada uno a profesar la religión de su preferencia y a participar en forma equitativa, según su contribución, en el producto de nuestra riqueza nacional. Y siguiendo la línea de nuestros Padres de la Patria, proclamamos con el verbo iluminado de Martí y el machete indomable de Maceo que nuestras relaciones internacionales deberán tener como prioridad la promoción de nuestros intereses nacionales. Esa es nuestra respuesta a la injerencia arrogante de Obama en los destinos de nuestra república.

Al mismo tiempo, quiero dejar bien claro un tema estrechamente relacionado con nuestra estrategia de trabajo. Como ha ocurrido periódicamente en esta prolongada lucha, las últimas medidas de Obama han desatado un tsunami de proposiciones para la unidad de la oposición frente a los Castro. En esa unidad andan de la mano todo tipo de opositores, desde los que se mantienen firmes en la exigencia de que los tiranos se vayan hasta los que le hacen el juego a la satrapía, ya sea por cobardía o por pequeños mendrugos del pan que desechan los tiranos o sus aliados en el exterior. Se nos ha invitado a participar en lo que bien podría ser la millonésima de nuestras convocatorias a una unidad que nunca ha llegado. Pero ninguno de los miembros de las organizaciones citadas en este trabajo estamos interesados en formar parte de lo que consideramos como otro estrafalario carnaval cuyo resultado más probable sería la prolongación de la tiranía.

Quede bien claro que con esa gente no marchamos. Con esa gente no nos reunimos. Con esa gente no debatimos. Con esa gente no dialogamos. Porque compartir con ellas el mismo escenario sería renunciar a nuestros principios y darles la credibilidad que no tienen por sí mismas. Es más, no estamos dispuestos a perder el tiempo tratando de convencerlas de su error o apartarlas de su maldad. Porque sabemos que nuestra tarea sería tan inútil como tratar de sacar del pantano a un cerdo que se siente feliz en el fango.

Concluyo con un mensaje simple y directo para quienes compartan nuestros principios y estrategia de lucha. Antes de pronunciar arengas, buscar notoriedad sin sustancia y perder el tiempo con planes elaborados sin saber hacia dónde quiere ir nuestro pueblo, pongámonos de acuerdo sobre la base de una única premisa. Nuestro mensaje a los tiranos tiene que ser ¡Abajo la tiranía para que reine la libertad! No puede haber términos medios. Además, desde un punto de vista práctico, esta estrategia nos conduciría a una victoria perdurable y sólida porque estaría basada en verdaderos principios de libertad y justicia.

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