El camino de Kennedy
El camino de Kennedy es el que supera todas estas exclusiones mediante el cambio cultural y la inclusión
Por Robert M. Fishman
Los desencuentros actuales de la sociedad española han dejado una gran incertidumbre sobre el futuro Gobierno. Los problemas y retos actuales no se limitan a la dificultad de negociar una mayoría parlamentaria para investir un nuevo Ejecutivo. Retos de esta magnitud pueden motivan la resolución de problemas de larga duración. La aportación histórica del presidente John Kennedy en Estados Unidos nos ofrece un ejemplo ilustrativo. Los paralelos con la crisis española son imperfectos, pero existen.

Kennedy ganó por un margen relativamente estrecho en el colegio electoral y asumió la presidencia en enero de 1961. El joven presidente asumió el cargo en un país dividido, al frente de un partido sujeto a profundos conflictos internos, en un momento económico complicado y ante el surgimiento de nuevas demandas que muchos tacharon de desestabilizadoras. Más de medio siglo después, el público americano valora a Kennedy como un gigante histórico. Sus políticas keynesianas iniciaron una década de crecimiento, con una reducción significativa en la desigualdad. Pero sus mayores triunfos fueron culturales.

Triunfos que dieron lugar a un cambio profundo en la forma de pensar de los ciudadanos. A pesar del funcionamiento de sus instituciones democráticas, Estados Unidos había practicado varias exclusiones políticas y sociales. No había habido ningún presidente católico. La peor exclusión era la que impedía que la minoría negra pudiera votar en muchos Estados o que pudiesen sentarse al lado de sus conciudadanos blancos. Un movimiento de protesta reclamaba el final de esas exclusiones.

Kennedy se enfrentó a una exclusión tras otra. Se presentó con éxito en una elección primaria en el Estado de Virginia Occidental, obtuvo una victoria que demostró su capacidad de atraer votos de los no católicos. En su toma de posesión hizo una apelación a la solidaridad, inició un intento de reducir la pobreza e infundió ideales altruistas en la mayor parte de una generación. Su aportación más importante tuvo que ver con el movimiento de derechos civiles. Juntos, Martin Luther King y Kennedy consiguieron lo que ninguno de los dos hubiera alcanzado sin el otro. Los manifestantes persuadieron a la opinión pública de la urgencia de acabar con exclusiones heredadas. Kennedy ayudó a convencer a la sociedad y al sistema político de reconocer la legitimidad de la protesta y la causa de los negros. En varios momentos Kennedy tomó partido, demostró su simpatía hacia King y los manifestantes.

Estos gestos habrían sido imposibles sin valentía política. El cambio cultural aplicado a la política siempre parece muy difícil hasta que tiene lugar. En Estados Unidos implicó que la mayoría blanca tuviera que aprender a cambiar hasta el vocabulario que utilizaban para hablar de la minoría negra, aceptaron el derecho de esa minoría a formular ellos mismos los términos que se les aplicaban.

España se encuentra ante el reto de formar una mayoría parlamentaria capaz de investir un Gobierno. Pero ese reto está conectado a unas divisiones culturales profundas, relacionadas con unas exclusiones mayores que las que existen en varias democracias similares. En España los manifestantes no pueden llegar a las escaleras del Congreso de los Diputados, mientras que en Portugal las manifestaciones suelen acabar delante del Parlamento. Algunos alegan que ese destino de la protesta cuestionaría las instituciones electas. Parece que piden a los manifestantes que abandonen la protesta y la remplacen por la política institucional. Pero cuando la fuerza política más identificada con la protesta pública entra en el Congreso mediante el sistema electoral, hay quienes quieren excluirles de las conversaciones y acuerdos centrales del sistema político. Este intento de exclusión no es el único que contribuye a los desencuentros actuales.

Hay quienes afirman que un pacto de gobierno no debe de incluir a partido alguno que represente el nacionalismo periférico. Convendría que recordasen el valor universal del Guernica, la obra maestra de Picasso. El acto de solidaridad y creatividad artística del pintor es patrimonio de España. Esa exclusión negaría la legitimidad política de los nietos de las víctimas del bombardeo representado en el cuadro, los vecinos actuales de Guernika que votaron por el Partido Nacionalista Vasco el 20 de diciembre.

España necesita un resurgimiento de la solidaridad en el discurso y en la práctica. Una solidaridad moderna, como la de Kennedy, que incluya la aceptación del otro tal y como este se define. En muchas democracias se acepta como normal que sus minorías se definan como “nación” dentro del Estado vigente. En Canadá, el parlamento provincial de Québec se redefinió como “Asamblea Nacional” en 1968. Hoy en día, la identidad canadiense es más fuerte que nunca. Muchos cuestionan el derecho de los catalanes y vascos a llamarse naciones dentro de España. Esa exclusión cultural o discursiva fomenta el independentismo entre algunos catalanes que también se sienten españoles.

El camino de Kennedy es el que supera todas estas exclusiones mediante el cambio cultural y la inclusión. Si se escoge este camino los desencuentros actuales se pueden reducir y España se reforzará con las fronteras actuales reafirmadas, igual que pasó en Canadá. Queda por ver si este será el camino escogido.




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