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VOLVER >> ACTUALIZADO: 1 DE AGOSTO DE 2007

El autógrafo millonario

El mundo moderno se dividió en dos grandes eras
Por Rodrigo Solís

Michael Jackson no siempre fue una criatura albina y alienígena de sexo y raza indescifrables que disfruta de toquetear niños y preñar mediante ósmosis a terrícolas de tez alba para asegurar un linaje de herederos blancos como la nieve. En otros tiempos, Michael era un flacucho y simpático negrito adolescente dueño de un talento para la música y para el baile fuera de esta galaxia, cuyo guardarropa, pese a ser la estrella más famosa del mundo gracias a su disco Thriller, parecía estar limitado a una chamarra roja, un par de pantalones dos tallas más chicas a la suya, unos calcetines blancos y unos zapatos negros de charol. ¡Cómo olvidar el videoclip de la canción Thriller! Michael logró lo que ni un otro artista había logrado antes: enseñarnos nuestros primeros erráticos pasos de baile al mismo tiempo que protagonizaba nuestras más escalofriantes pesadillas. Era imposible no pasar de un estado de excitación, al verlo cantar y bailar por unas siniestras callejuelas al lado de su novia –pues en ese entonces le gustaban las mujeres, y lo que es aun más extraño, las mujeres negras-, a uno de terror absoluto cuando de repente se veían rodeados por unos horrorosos muertos vivientes. Es en ese momento del video cuando para nuestra sorpresa, en una escena profética que en ese entonces no vimos venir, Michael se convierte en un pálido zombi que intenta junto a sus secuaces de ultratumba comerle los sesos a su novia al ritmo de pegajosos pasos de baile. Al final la joven vive: todo había sido una pesadilla, así que confiada cae a los brazos del cantante que amorosamente la abraza. Lo que no sospecha ella (ni nosotros), es que Michael en realidad era una especie de gato montés-hombre lobo, pues sus ojos humanos se transformaban en unas  redondas y fosforescentes canicas, dejando a nuestra imaginación cómo se merendaría a la chica.

Después de aquello, el mundo moderno se dividió en dos grandes eras: Antes de Michael Jackson y Después de Michael Jackson; división que marcó de forma definitiva la aparición del Paso Lunar, confirmación de que el nuevo Mesías había llegado a la Tierra. Ese era el verdadero Michael Jackson, el flautista de Hamelin que durante más de una década se valió de sus espectaculares movimientos para hacerse de los seguidores más chiflados y pintorescos, que lo imitaban e idolatraban como a un dios terrenal. Al menos así se vivió en mi niñez. En especial con un niño que cursaba un grado atrás que yo, del cual no recuerdo su verdadero nombre porque se hacía llamar Michael Jackson. Es curioso: en cualquier otra primaria del mundo, por menos que eso te hacías acreedor a una generosa dotación de lapos, calzones chinos, tacazos y puñetazos en el bajo vientre por el resto de tu primaria. Sin embargo, este no era el caso de este singular personaje. Él era en realidad Michael Jackson, o al menos eso creía, y lo creía con tal fervor –muy a pesar de que era un gordito moreno de nueve años de edad-, que los abusadores de la escuela, en vez de golpearlo, quedaban hipnotizados ante sus endiablados pasos de baile que realizaba en los pasillos de la escuela a la hora de los recreos. "¡Paw!", "¡Hi-hú!", gritaba cada que algún malhechor daba un paso para aproximársele. "Tacatacatacán-tacatacán-tacatacan-tacán" tarareaba deslizándose de espaldas con sus zapatos bien boleados. "¡Paw!", "¡Hi-hú!", volvía a gritar en medio de enloquecidos giros de 360 grados. "¡Paw!", sentenciaba manteniendo a raya a los truhanes para luego marcharse a su salón de clase como si aquello fuera con el comportamiento normal de cualquier niño que estudiara con los Legionarios de Cristo. Incluso fuentes confiables, es decir, los hermanitos de mis amigos (los abusadores de la escuela), nos confesaron que Michael Jackson jamás abandonaba su papel de Michael Jackson, ni siquiera en los exámenes orales, respondiendo a las preguntas de la maestra siempre con un "¡Paw!" o un "¡Hi-hú!", levantando el brazo derecho por los aires y sujetando su entrepierna con la izquierda. Sin embargo, el repertorio de Michael Jackson no era exclusivo de la escuela. Por aquellos años el verdadero Michael Jackson –o tal vez debiera decir, el otro Michael Jackson- sacó al mercado un juego de video llamado Moonwalker, en el cual debías salvar al mundo aniquilando a mafiosos y a extraterrestres con pasos de bailes y patadas voladoras, juego de video que desde luego fue monopolizado por Michael Jackson, a quien todos los fines de semana se le podía ver en las maquinitas de Plaza Fiesta rodeado de sus fieles súbditos –desde adultos hasta niños- que le observaban terminar una y otra vez el juego con una sola ficha. "¡Paw!", "¡Hi-hú!" gritaba al mismo tiempo que el Michael Jackson del juego de video cada que derrotaba a un maloso.     

Ahora que Michael Jackson parece haber sido tragado por la tierra, no puedo dejar de recordar con cierta nostalgia una tarde lluviosa como la de hoy, sólo que de hace casi dos décadas. El colegio estaba desierto. Mi mamá había olvidado ir por mí, así que para entretenerme llevaba casi una hora contemplando el torrencial aguacero que inundaba las canchas de básquetbol. En eso, tras unos ensordecedores truenos que iluminaron el cielo gris, escuché el eco de unas pisadas por los corredores. Era él. Era Michael Jackson. Con mirada altiva se me quedó mirando desde el otro extremo del pasillo, se sujetó el ala ancha de un sombrero inexistente y se aproximó hasta donde estaba sentando bailando con toda la inspiración que cabía en su regordeta humanidad. Segundos antes de que el claxon del auto de mamá sonara, Michael llegó a centímetros de mi y sacó de uno de sus bolsillos un papel arrugado, me lo entregó y me dijo antes de perderse en la oscuridad de los pasillos: "guárdalo, en algunos años valdrá miles de dólares".

Créanme, aún sigo esperando la reaparición de Michael Jackson para cortarme las venas por haber tirado aquel mismo día el autógrafo a la basura.

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