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VOLVER >> ACTUALIZADO: 28 DE NOVIEMBRE DE 2007

¿Necesitó Sandino de una mejor visión?

Sandino el Libertador

Por Manuel Moncada Fonseca Texto más grande

«A Sandino debe la América no sajona el que la atentatoria política imperialista -antigua política del big stick, llamada también del dólar-, haya sido sustituida por una humana (?) política de buena vecindad». (?) ( 1.p. 9) De esta forma, Gustavo Alemán Bolaños nos presenta al que llama «el libertador de la América Española». ¿Hay ingenuidad en el autor de Sandino el Libertador (1930) -uno de los más importantes relatos periodísticos sobre la gesta de 1927-1934- cuando concibe la buena vecindad como política humana? No, sencillamente está identificándose con el dominio imperialista, al darlo por desaparecido, a partir de esa política que prometía buen trato a los pueblos de América Latina. Más adelante, reafirma la idea diciendo: «El imperialismo yanqui (...) yace sepultado para siempre» gracias a Sandino. (1. p. 11).
 
A primera vista hay, pues, un gran reconocimiento de la labor patriótica de Sandino, considerándolo como el hombre que hizo posible el gran cambio de estrategia de EE.UU. hacia América Latina. Pero, lo que para unos fue tan sólo un cambio en la estrategia de dominación, traducida en la imposición de dictaduras militares a varios países del continente, con las que se sustituyó la intervención militar directa por la indirecta; para Alemán Bolaños fue el inicio de una auténtica buena vecindad. Y es aquí donde el autor comienza a enredar las cosas flagrantemente; porque lo que sobrevino después del asesinato de Sandino no se parece a aquéllo por lo que él luchó y entregó su vida. Termina de enredarlas cuando lo estima, prácticamente, como un político sin suficiente visión, como veremos de inmediato, lo que obligó al héroe a pronunciarse así: «Dentro de poco le probaré que somos visionarios». (1. p. 159) Pero veamos qué aduce el autor para mantener un punto de vista semejante sobre Sandino.
 
El asunto está referido al supuesto que el Libertador no debió firmar el acta de paz de 1933, «torpemente concebida», según el autor. Es que Sandino no tuvo representantes «del ideal que le mantuvo» en la firma de ese acuerdo. Estos fueron, por el contrario, «derrotistas de su ideal». Debido a dicha circunstancia, el héroe asistió «a la claudicación que significa ese tratado...». Lo más criticable para el autor fue la participación de los representantes del liberalismo y del conservatismo en las conversaciones preliminares a la firma de la paz, pues creía que ésta debía ser arreglada exclusivamente entre Sandino y Sacasa. (1. pp. 155-156) El 16 de marzo de 1933, el héroe le reprochará a Alemán Bolaños su negativa valoración del acuerdo de paz, en los siguientes términos: «...es usted un injusto y se convierte en mi asesino moral, porque mata la ilusión que conservo intacta, para la restauración de nuestra autonomía nacional». Y concluía así: «...no nos anarquicemos, para que sigamos procurando la independencia efectiva de Nicaragua...». (1. p. 159).
 
Pero en esta misma respuesta que Sandino dio a Alemán Bolaños, se explica porqué se llegó a la firmó de la paz: Habla de cómo, tras la aparente desaparición de la intervención armada de Estados Unidos en nuestro país, los ánimos del pueblo nicaragüense se enfriaron, porque aunque sufría la intervención política y económica, «no la mira y lo peor, no la cree». Ello colocó a los soldados del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua en difíciles condiciones. Eso mientras el gobierno de Sacasa «se preparaba para recibir un empréstito de varios millones de dólares y reventarnos la madre a balazos», afianzándose aún más la intervención estadounidense en el país, no sólo en el plano político y económico, sino también en el militar. Por otra parte, como el gobierno electo había sido favorecido con el voto de los liberales, principalmente de León, las filas sandinistas «tenían que minorarse», lo que coincidía con el agotamiento de recursos económicos y bélicos, así como con la dificultad de seguir utilizando de refugio el territorio hondureño por la guerra que en él había estallado. Una situación semejante se registraba en El Salvador. Por todo lo señalado, concluye Sandino, sus tropas habrían «tenido un fracaso» de continuar, tras el retiro de los marines, manteniendo la lucha en el plano militar. Y, casi al final de su carta, reclamaba: «...no hay derecho a exigirnos de un solo tajo la independencia de Nicaragua». (1. pp. 160-161).
 
Comentando el abrazo que, tras la paz, Sandino envió a Chamorro, Díaz y Moncada, Alemán Bolaños habla de un líder «embobado», (1. p. 164) anotando que «observadores perspicaces» de lo que tenía lugar en América, estimaban «que Sandino y su causa fueron burlados (...) por un ardid conservador». (1. p.167) Paradójicamente, más adelante, dirá que la paz sí tuvo frutos: «En Nicaragua no hubo más guerras intestinas, y aunque es verdad que se edificó una tiranía ello es transitorio». (1. p. 172). Ahora se comprende mejor su alta valoración de la buena vecindad: de acuerdo a esto, se puede concluir que la tiranía somocista no era una creación imperialista, sino un fenómeno de raíces internas.
 

Ahora bien, la interpretación que Alemán Bolaños hace de las declaraciones públicas de Sandino es mecánica y superficial. En un momento tan crítico de la historia de un país, declaraciones semejantes, sobre todo cuando se habla de ponerle fin a una guerra, resultan muy comprometedoras. Sandino no podía hacer declaraciones belicosas que pudieran aprovecharse en su contra; al contrario, estaba obligado a cuidar su lenguaje. De ahí que sea erróneo tomar al pie de la letra su declaración de que su «misión como guerrero» había terminado el dos de febrero de 1933, y que su puesto, en adelante, estaría «en la agricultura y el trabajo».
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