LA JORNADA

No hay democracia sin demócratas

Cada pueblo del planeta percibe la democracia a través del prisma de su historia, su cultura y sus creencias, sobre todo las religiosas.

alfredo-ceperoComo es harto sabido por cualquiera que utilice el lenguaje como medio de comunicación, el significado de cada palabra debe de ser compartido por quienes emiten y reciben el mensaje. De lo contrario no hay entendimiento entre unos y otros. Por eso empiezo aclarando significados y conceptos sobre el tema al que hago referencia en este trabajo. Cuando digo demócratas no me refiero a los miembros de cualquier partido que se denomine en esa forma. Me refiero a las personas que consideran a la democracia como el mejor sistema de gobierno. Cuando digo democracia me refiero a una forma de gobierno en la que se plantea que el poder político es ejercido por los individuos pertenecientes a una misma comunidad política, es decir a los ciudadanos de una nación.

Sin embargo, a pesar de sus virtudes, la democracia sufre de defectos y limitaciones que la han hecho objeto de críticas severas, aún por quienes la aceptan como el menos imperfecto de los sistemas de gobierno. Uno de ellos fue Winston Churchill, quién dijo que “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con un elector promedio”. El pensador argentino Jorge Luís Borges fue más allá cuando afirmó que “la democracia es un error estadístico, porque en la democracia gobierna la mayoría y la mayoría está formada por imbéciles”. Pero ni Churchill ni Borges, a pesar de su indiscutible talento, fueron capaces de darnos una alternativa superior a la democracia como sistema de gobierno. Por lo tanto, me declaro defensor del sistema, a pesar de todos sus defectos.

Las alternativas han sido tan nefastas que, una y otra vez, los pueblos que han practicado la democracia y han optado por otros sistemas, han regresado a la misma en la primera oportunidad. La huella ignominiosa de autócratas, tiranos y demagogos sobre pueblos crédulos o fanatizados ha sido suficiente para hacer de la democracia la mejor opción como sistema de gobierno.

¿Cuáles son las virtudes de la democracia representativa? Dicho sea de paso, la forma más pura de la democracia. Igualdad: Todos los hombres son iguales ante la ley sin importar su color de piel, sexo, religión o condición social. Libertad: Todos los ciudadanos pueden hacer aquello que no les prohíba la ley. Constitución: Conjunto de leyes que sean aplicables a todos los ciudadanos de un Estado. Representatividad: Los ciudadanos tienen derecho a elegir y ser elegidos; el voto es el mecanismo que permite la representación de todos los ciudadanos en cabeza de unos pocos para que se puedan hacer cargo del gobierno.

Sin embargo, la pobre democracia, según los objetivos y principios de quienes la proponen y aplican como sistema de gobierno, ha sido vestida con ropajes muy diferentes desde sus inicios ancestrales en la antigua Grecia. La democracia autocrática y represiva de Mao Tse-tung, Fidel Castro y Francois Duvalier es muy diferente a la democracia ilustrada y representativa de Ronald Reagan, Oscar Arias y Alberto Lleras Camargo. Los primeros se comportaron como tiranos que escondieron sus intenciones malignas detrás de una entelequia que calificaron de democracia directa para perpetuar su poder absoluto sobre sus pueblos. Los segundos fueron campeones de la democracia representativa, entendieron que el verdadero y único poder residía en el pueblo, que su cargo era transitorio y que su misión era promover los intereses de sus gobernados.

Ahora bien, la democracia no es una fórmula maravillosa con la capacidad de superar las deficiencias o erradicar los errores de todos los sistemas de gobierno en todos los pueblos. Cada pueblo del planeta percibe la democracia a través del prisma de su historia, su cultura y sus creencias, sobre todo las religiosas. Y este es un ángulo de la discusión que, en mi opinión, no ha sido analizado con suficiente profundidad por los estudiosos que se ocupan de este tema.

Prueba al canto. Sería sumamente interesante analizar las razones para la crisis y el rechazo de la democracia en regiones tales como la América Hispana, África y el Medio Oriente. Nuestra tendencia a la adoración de caudillos y de demagogos nos ha llevado a entregarles sin cuestionamiento el poder de decidir nuestros destinos nacionales. Los casos extremos de Perón, Chávez y Castro son el recordatorio más elocuente de lo que digo. Hemos abdicado de ese precioso derecho del ciudadano de ser la fuente primaria de poder soberano y estamos pagando un precio muy caro.

En tiempos más recientes, el Medio Oriente ha sido fuente de preocupación y de frustración de las naciones de Occidente que han tratado de conducirlo hacia sistemas de democracia, aún cuando no fuera del todo representativa. Irak, Libia y Afganistán son los casos más notorios, pero no los únicos. La tan aplaudida “Primavera Árabe” terminó envuelta en las llamas del fanatismo religioso de una gente renuente a sustituir la Ley Sharía (un código religioso que codifica específicamente la conducta y rige todos los aspectos de la vida) con una constitución laica y sin preferencias religiosas. Con ello quedó demostrado que no hay democracia que sea capaz de prosperar y echar raíces en una sociedad teocrática, minada por el fanatismo religioso.

El Continente Africano es otro caso en cuestión. Sus habitantes sienten con especial intensidad los lazos de la gran familia que es la tribu. La lealtad es al cacique que disfruta de poderes de vida y muerte sobre sus súbditos. El súbdito no se cree con derecho a cuestionar la voluntad del jefe porque no se considera sujeto de derechos sino se siente obligado a la obediencia. La nación es una institución lejana y su presidente un cacique al que nunca ha visto. De ahí la desintegración de Libia cuando perdió a su cacique enloquecido Muammar Gadafi.

He dejado para el final lo que ustedes saben que es mi gran pasión en la vida: la libertad y la felicidad del pueblo de Cuba. En mi opinión, el peor de nuestros males ha sido la renuencia de nuestros gobernantes a entregar el poder político por medios pacíficos. Presidentes democráticamente electos como Tomás Estrada Palma y Gerardo Machado utilizaron los recursos del estado para ser electos a segundos períodos presidenciales. Dictadores como Fulgencio Batista y Fidel Castro se robaron el poder por las armas y lo mantuvieron por el terror de estado. Todos nos causaron daños irreparables que se prolongaron por muchos años. El último no lo hemos superado todavía.

Propongo, por lo tanto, una solución simple que, siendo los cubanos como somos, sé que será debatida y combatida por muchos de mis compatriotas. Propongo que en cualquier futuro proyecto de constitución sea terminantemente prohibida la reelección presidencial. No se debe permitir a ningún gobernante que aspire al poder desde el poder y que, por ende, desate contra sus adversarios electorales todos los recursos del gobierno.

Completo la fórmula con la sugerencia de que se amplíe a seis años el mandato presidencial de los cuatro años estipulados en la Constitución de 1940. Ahora bien, quedará terminantemente prohibida la reelección. Nadie es tan superdotado como para ser imprescindible y Cuba ha sido siempre un país con abundancia de talentos. ¿Qué es una fórmula drástica? Lo admito pero con el refrán español digo “a grandes males grandes remedios”.

Y ya apuntando al presente, me ocupo de la etapa de transición después del castrismo y de las primeras elecciones generales que seguirán a esa transición. He aquí una fórmula: Todos los dirigentes que formen parte de un gobierno de transición deberán comprometerse públicamente a no aspirar a cargos electivos en las primeras elecciones posteriores a dicha transición.

Quienes deseen ser candidatos en esas primeras elecciones deben inhibirse de gobernar en esa etapa de transición. Una variante en la fórmula de la democracia representativa adaptada a la historia y a la realidad de Cuba. Una garantía de que la democracia cubana será profesada tanto por gobernantes como por gobernados. Porque, como señalé al inicio, no hay democracia sin demócratas que se comprometan a respetarla y a defenderla.

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