LA JORNADA

Horacio Cartes en el país del error impuesto y la enmienda prohibida

Apenas a siete años de ser aprobada, la constitución de Estados Unidos había sido enmendada nueve veces

Por Luis Agüero Wagner
Dijo el poeta Rafael Alberti que una palabra es capaz de abrir una puerta al mar, sin sospechar que alguna vez en Paraguay la palabra “Enmienda” también sería capaz de abrir las compuertas del Tsunami.

Las más brillantes mentes del Derecho en el país de la enmienda prohibida, han opinado que en Paraguay es imposible corregir la Constitución confeccionada a principios de los noventa. Mucho menos aún si quien se encuentra en el poder es Horacio Cartes, que ya he hecho saber que el llanto de quienes desean detenerlo tampoco se detendrá.

Es indudable que una Constitución Nacional es un documento difícil de modificar, pero el sentido común nos dice que no es imposible. Si fuera de otra manera, la misma Constitución que en Estados Unidos se aprobó ya en 1788, no hubiera sido corregida nueve veces apenas transcurridos tres años de su sanción.

Y conste que estamos hablando de un documento redactado por pensadores de la talla de Thomas Jefferson, cuyas frases tanto gustan citar los constitucionalistas de nuevo cuño y opinólogos afines.

La constitución de Estados Unidos fue adoptada en su forma original el 17 de Septiembre de 1787 por el congreso reunido en Filadelfia, Pensilvania, y luego fue ratificada por el pueblo en convenciones que en cada estado dijeron hablar en nombre de “Nosotros, el pueblo” ( We, the people).

Ratificada el 21 de junio de 1788 y firmada por 39 de los 55 delegados de la Convención de Filadelfia, Para fines de 1791, es decir apenas tres años después, esa constitución ya contaba con nueve enmiendas.

La constitución original no solo permitía la reelección del presidente, además permitía que pueda ser reelegido las veces que se le antoje. Prohibir la reelección definitiva fue una idea que surgiría recién hacia 1947, en carpas republicanas, donde cundía la frustración tras haber perdido contra Franklin Delano Roosevelt en cuatro oportunidades consecutivas.

Alexis de Tocqueville advertía que un presidente no reelegible es un mandamás que no necesita plegarse a los deseos de su pueblo, y como ello es exactamente lo que conviene a ciertos empresarios, éstos se han juramentado para cerrar el paso a la reelección del presidente Cartes.

Para justificar su afán, han decidido elevar a la categoría de sagradas escrituras a una constitución redactada a duras penas, por una mayoría de constituyentes de escasas luces, elegidos en listas sábanas y votados por un padrón sin depurar.

Como ya lo expresamos en esta columna, estamos lejos de hablar de un documento cercano al redactado por Thomas Jefferson, sino de un conglomerado de divagues contradictorios, lleno de errores de sintaxis y con varias lagunas que abren las puertas a un interminable debate plagado de especulaciones mentales subjetivas.

Cuando la constitución norteamericana tenía menos de la mitad de la edad que hoy tiene la paraguaya, en 1804, ya había sido enmendada en doce oportunidades, modificándose su texto en temas tan sensibles como la libertad de prensa, de expresión o religiosa, el derecho a poseer armas, debido proceso o derechos del acusado, etcétera.

A pesar de este paralelismo al que muchos políticos paraguayos son muy afectos, la constitución de 1991 sigue tan campante. Aunque sea bien sabido que defender un error es cometer uno mayor.
Es que estamos hablando de un país donde no solo se aceptan los errores, también se imponen y simultáneamente, enmendarlos se prohibe.

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