LA JORNADA

Frustración en la aplicación de la Ley de Dependencia

Por José Carlos García Fajardo
La puesta en marcha de la Ley de Dependencia y el aumento del número de personas con más de 65 años hizo temer en 2007 que personas u organizaciones sin entrañas pudieran aprovecharse de los ancianos, al igual que ha sucedido con la “privatización” o negocios, que se hicieron con hospitales, colegios, centros sociales etc. No sólo las empresas dedicadas a la atención de los ancianos, también cajas de ahorros, aseguradoras, bancos y constructoras tomaron posiciones para llevarse parte de la “tarta”.

Tan sólo en España viven actualmente unos siete millones de personas mayores de 65 años. Para 2016, se preveía que más de seis millones de personas tendrían más de 70 años y casi tres millones tendrían más de 80. El ritmo de crecimiento de los mayores ya se calculaba que haría incrementar de manera exponencial los servicios de asistencia: ayuda domiciliaria, centros de día y de noche, residencias o la teleasistencia, como ya previó la periodista Ana Muñoz en un lúcido artículo titulado “Negocio con los ancianos”, publicado en 2007. En el caso de las residencias, por ejemplo, en el año 2015 se preveía que el número de plazas sería el triple que en la actualidad. En 2007 eran cerca de 300.000 plazas entre el sector público y privado.

Pero esta tendencia no es un caso aislado. Naciones Unidas preveía ya que para el año 2050 habría cerca de 2.000 millones de personas mayores de 65 años. Personas que necesitan de una serie de servicios adecuados a su edad y productos que le ayuden a vivir con dignidad. El aumento de la cifra de personas ancianas es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en las próximas décadas. Las Haciendas Públicas se van a ver afectadas. Los gobiernos tendrán que invertir más en sanidad y en recursos específicos para los mayores.

La esperanza de vida mundial en el año 1950 no superaba los cincuenta años. Hoy, un niño que acaba de nacer vivirá más de 70 años. Bien es cierto que si ese niño nace en un país de África, su esperanza de vida será de poco más de 50, y que si lo hace en Europa o América del Norte, superará con creces los 75. A pesar de estas desigualdades, los organismos internacionales alertan de que, tanto en los países del Norte como en los empobrecidos del Sur, la población está envejeciendo. Y ya en la actualidad, el 50% de los mayores viven en países en vías de desarrollo.

La paradoja es que a pesar de que cada vez hay más mayores, éstos cada vez cuentan menos en las sociedades. Durante muchos años, los abuelos eran el centro de las familias, personas a las que respetar y venerar. Eran la sabiduría y representaban las raíces. Adenauer, Wiston Churchill o el mismo Reagan llegaron al poder siendo mayores de 70 años. Hoy, el culto al cuerpo, a lo joven y a la velocidad ha hecho que los ancianos sean vistos, en ocasiones, como un estorbo, como un trasto que viejo para dejarlo en el trastero.

Esta imagen se hace más amable si el poder adquisitivo de la persona mayor es alto. Entonces, no es un ‘viejo’, no es un ‘abuelo’, es un ‘senior’. Las empresas han visto una mina de oro en esos consumidores. Nuevas líneas de cosméticos, productos de alimentación o de ocio dirigidos a este “sector” son lanzados casi a diario. Tan sólo en Europa, un 26% de las ventas de la distribución del consumo, unos 16.00 millones de euros, se concentra en los mayores. Todo un negocio. Y además, redondo, ya que esos mayores irán necesitando asistencia cada vez más profesional, con lo que se abrirán nuevos puestos de trabajo.
Hasta ahora, subrayaba Ana Muñoz en su trabajo, el cuidado de los mayores recaía en los familiares. Hoy, éstos no tienen tiempo y gracias a leyes como la española, la asistencia ha dejado de ser un privilegio y ha pasado a ser un derecho: todas las personas dependientes tienen el derecho a cuidados profesionales. Por ello, es necesario que haya personas con formación adecuada.

Pero la “fórmula mágica” deja de ser válida si se nos olvida que son personas. Un sistema de consumo y de vida que nos convierte en meros objetos no puede servir a los que pensamos que Otro mundo es posible. La dignidad de las personas no puede convertirse en objeto de mercadeo, concluía nuestra compañera.

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