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actualizado 5 de agosto 2011
Los animales se ayudan mutuamente
“La unión hace la fuerza”
Por Prof. Christian Cazabonne
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foto cortesía
En esta eterna lucha entre perseguidores y perseguidos ocurre con frecuencia que varios individuos de uno y otro grupo se alían para atacar o para defenderse. Sabido es que la caza al ojeo es uno de los medios preferidos por los animales predadores para cazar más fácilmente a sus víctimas. Manadas de lobos se dividen a menudo, durante la persecución, en dos grupos, uno de los cuales persigue a los animales que huyen mientras que el otro trata de cortarles el paso. También nuestros inofensivos perros caseros usan tales procedimientos. Cosa parecida hacen nuestras cigüeñas cuando cazan la langosta, en el invierno, en las estepas africanas; a veces lo hacen en colaboración con el marabú. También los pelícanos, que pescan en aguas poco profundas, ponen en práctica tales procedimientos. Forman un círculo que cada vez se cierra más; de esta manera llevan a los peces al centro y, al final, cada pelícano se asigna una porción para cazarla. La ayuda mutua se reduce, en tales casos, por la mayor parte, a la caza: pero cuando se llega al reparto del botín suele concluir la alianza y triunfa el derecho del más fuerte.

Como los ladrones, los perseguidos se apoyan mutuamente muy a menudo: cuando les amenaza algún peligro se avisan unos a otros. Así sabemos, por ejemplo, que los gritos de alarma de la mayor parte de nuestras aves canoras se parecen mucho entre sí, es decir, que los animales entienden también los sonidos con que les avisan otras especies. En gran parte de los casos la ayuda es impremeditada; esto puede decirse, sobre todo, de las ranas. Cuando una rana salta al agua, todas las demás ranas del estanque se ponen alerta y se preparan para, a la menor perturbación, siguen el ejemplo de su compañera. Las más variadas señales de alarma se dan entre los mamíferos: la marmota silba, los conejos salvajes golpean el suelo con las patas traseras, el canguro hace algo parecido, etc. Muchos animales incluso hacen guardia, sobre todo por la noche. Así se protegen las grullas y los flamencos, por ejemplo, contra los ataques nocturnos; entre nuestras cornejas, algunas desempeñan el desagradable papel de centinelas mientras la comunidad anda a la busca de alimentos. También sucede que en este dominio se ayudan animales muy distintos. Las zebras y las gacelas se unen con los avestruces para dar batidas juntas. Ésta es una medida ventajosa para ambas partes, pues el avestruz tiene excelente vista, pero su oído y su olfato son muy inferiores a los de la gacela y si una no advierte la proximidad del enemigo o de la víctima, la señala la otra.

“La unión hace la fuerza”, dice el conocido proverbio. Muchos pajaritos parecen haber adoptado esta consigna, pues, por ejemplo, los gorriones, al tropezarse con un machuelo, lanzan un fuerte grito de espanto que oyen otros pajaritos. Todos se aproximan al lugar de donde ha partido la alarma, y de pronto se ve rodeado el ladrón, ciertamente, sólo de día, por una multitud de temblorosos pajarillos que delatan de lejos su presencia y le frustran toda posibilidad de cazar. Pero son muy raros los casos en que el animal herido recibe algún auxilio: sólo los animales superiores saben algo que se asemeje al cuidado de los enfermos. Al parecer, para que el animal obre de esta manera se precisa que tenga altos dones “espirituales”, y amistad personal entre individuos aislados. Los elefantes y los monos son los que con más frecuencia se hacen cargo de camaradas heridos. Cazadores de caza mayor han observado repetidamente cómo apoyaban los elefantes a los compañeros que habían tomado bajo su protección y cómo trataban de levantarlos con la trompa. Los monos, contra lo que sucede con casi todos los demás animales en huida, recogen a sus compañeros heridos, siempre que sea posible. También se cuidan mutuamente y se quitan las espinas y astillas que se les clavan en la piel al atravesar, en el curso de tan accidentadas carreras, la maleza. Se supone que las hormigas también saben hacer de enfermeras, pero se ha observado muy a menudo que dejan abandonados a sus enfermos y heridos.

Una de las más bellas formas de amistad y la ayuda, los obsequios, se ha observado en ocasiones en los chimpancés. Investigadores norteamericanos han tomado pie en esto para estudiar esta interesantísima cuestión de modo ordenado y concienzudo. Metieron dos chimpancés en sendas jaulas juntas. Daban de comer solamente a uno. El que no comía comenzó a mendigar, alargándole la mano entre los barrotes de la jaula al otro chimpancé. La conducta del chimpancé afortunado fue muy diversa, según el carácter y el humor del ocupante de la jaula. A menudo compartía su comida con su camarada o le echaba, por lo menos, en la jaula algunos bocados. Pero con más frecuencia se mostraba más o menos indiferente al ruego, daba la espalda al pedigüeño e incluso le amenazaba. Sin embargo, siempre aparecía muy desarrollada la inclinación a dar, pues en los experimentos, de 266 ruegos, 149 tuvieron éxito, es decir, más de la mitad. Además, también ocurrió con frecuencia que el mono alimentado diera parte de su comida al mono privado de ella sin esperar a que éste pidiera nada.

El experimento se complicó por el hecho de que en una de las jaulas se pusiera una máquina automática de las que facilitan comestibles al introducirse en ellas una moneda, máquina que inmediatamente comenzó a servir perfectamente al animal elegido para la prueba. Al animal de la otra jaula, que no podía alcanzar la máquina, se le dieron monedas, cuya importancia conoció enseguida. Al propio tiempo se le puso comida en su jaula. Se reveló entonces que las monedas eran compartidas con el otro mono más de grado que la propia comida. En el curso de los experimentos se dieron monedas 211 veces sin ser pedidas, pero esto sólo ocurrió con la comida 14 veces. De modo que el obsequiado no esperaba, al parecer, que se le diera comida a cambio de las monedas: el obsequio se hacía “sin condiciones”. Cosa distinta ocurrió cuando la persona que dirigía los experimentos pidió al mono. Casi siempre recibió monedas. Pero el “regalo” fue hecho por los inteligentes chimpancés con buen fundamento: esperaban que a cambio de sus monedas se les daría comida.

E-mail: prof.cazabonne@hotmail.fr

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