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actualizado 15 de nov. 2011
¿De la primavera al invierno árabe?
Mientras que esas monarquías quieren congelar y revertir esa primavera, y EEUU la quiere canalizar hacia una liberalización económica
Por Isaac Bigio
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Cuando en el hemisferio norte se iniciaba la primavera en su región árabe floreció una ola de protestas pro-democracia produciéndose los desplomes de las tiranías de Túnez y Egipto.

Hoy las fuerzas de la OTAN aseguran que esta oleada ya acabó con un tercer dictador (el libio), al cual se le ha exhibido ante muchos visitantes en un congelador.

Varios de los medios occidentales ahora dicen que los nuevos objetivos de la primavera árabe deben ser las autocracias de Siria y Yemen, en tanto que algunos críticos indican que la refrigeración del cadáver de Gadafi es una muestra que ésta se puede desvirtuarse o helarse, tal como empieza a ponerse el clima septentrional.

En Túnez y Egipto multitudes, particularmente en la capital, tomaron las calles, impidieron que las FFAA les confrontasen y produjeron un derrumbe sin mucha sangre de longevos déspotas.

Inicialmente eso parecía que podía pasar en Libia. Sin embargo, allí ocurrió un fenómeno muy diferente. El régimen mantuvo apoyo popular en la capital y varias zonas (cosechado las reformas sociales que hizo) y la lealtad del grueso de las FFAA. La rebelión libia, en vez de basarse en el apoyo de los insurgentes vecinos pro-democracia (tal como suele pasar en toda ola internacional de revoluciones), terminó comandada por la OTAN (cuyos bombardeos fueron quienes minaron al gadafismo) y apadrinada por algunas petro-monarquías árabes que, al mismo tiempo, habían entrado a Bahréin para sofocar a su primavera de marchas pro-democracia.

Washington se lavó las manos ante la ocupación de Bahréin y utilizó a esos mismos reinos para ser los principales proveedores árabes de dinero, víveres, armas y hombres para los rebeldes libios, los cuales se han reapropiado de la bandera del depuesto rey autocrático Idris y también flamean en muchas partes el estandarte de Qatar.

Occidente quiere que esos movimientos anti-dictatoriales se centren en la mitad de las naciones árabes: aquellas que, como Irak, Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen, son repúblicas que en algún momento han propiciado el panarabismo anti-EEUU. En cambio, se busca eludir de hablar sobre la otra mitad de países árabes que está compuesto por monarquías sanguinarias (Marruecos, Jordania, Arabia Saudita, Kuwait, Bahréin, Qatar, Emiratos Unidos y Omán), la mayoría de las cuales no permiten parlamentos, sindicatos o partidos, mantienen las peores formas de opresión a la mujer y la poligamia en el mundo, no le dan la ciudadanía a la mayoría de sus trabajadores y masacran a otras etnias árabes (como la mayoría chiita de Bahréin o la hispana del Sahara occidental ocupado por Marruecos). La mayor de ésta (la saudita) proscribe iglesias y fue el principal creador de Al Qaeda (cuyo ciudadano Bin Laden lideró).

Mientras que esas monarquías quieren congelar y revertir esa primavera, y EEUU la quiere canalizar hacia una liberalización económica y política de la región, hay otras fuerzas que buscan que ésta desemboque en un nacionalismo islámico o hasta que empalme con las protestas anticapitalistas que proponen ocupar las grandes metrópolis del Norte.

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