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OPINION
La Jornada
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A propósito del cambio climático

Los ritmos de decisión también son inapropiados
POR Víctor L Bacchetta
ACTUALIZADO: 11 DE MARZO DE 2008

El conjunto de acciones, reacciones, discusiones, acuerdos y medidas, tanto en instancias nacionales como internacionales, para enfrentar los efectos del cambio climático generado por el calentamiento de la atmósfera hacen dudar de que estemos, como civilización, dando la respuesta adecuada.

Problemas de supervivencia
Un enfoque es considerar la coyuntura como una consecuencia inevitable del sistema capitalista y del impacto de su tecnología de producción de bienes. Resulta una conclusión obvia, pues éste ha sido el sistema mundial dominante desde el inicio de la industrialización, período donde se generan las condiciones del calentamiento global. Pero en la misma etapa, bajo los regímenes socialistas el impacto sobre el ambiente fue similar e incluso peor. Más allá de sus diferencias, ambos sistemas manejaban nociones similares de ciencia. O sea, la crisis ambiental y climática involucra los presupuestos de la ciencia y la tecnología, su visión de las leyes de la naturaleza y del uso posible de sus recursos, que determinan a su vez las nociones de bienestar humano y de consumo adoptadas por la sociedad.

Por ello escapa a toda lógica pretender mitigar los efectos del cambio climático sin afectar las metas del llamado desarrollo o de la globalización económica que sólo busca ampliar y consolidar un padrón de producción y consumo insustentable.

Esta civilización nunca enfrentó un problema de esta índole, tanto por las interrelaciones que el calentamiento de la atmósfera y sus efectos imponen sobre todos los factores humanos (económicos, sociales, políticos, culturales), como por la gran escala geográfica y de tiempo en que se desarrollan.

Aceptado lo que hoy es innegable y lo que se ve venir, las propuestas, en su mayor parte, si no todas, se quedan a mitad de camino. Parecen apenas una manera de empujar la cuestión hacia adelante, tal vez con la esperanza de que se resuelva sola, mostrando que no se capta aún la dimensión real del problema.

O, si se capta, los instrumentos, las instancias de decisión y las medidas a las que se apela son inapropiados. Pueden haber servido antes, pero resultan inútiles ante las características y la escala de esta crisis. "Más es diferente", dijo en 1972 Phillip W. Anderson, premio Nobel de física, advirtiendo sobre los riesgos de la visión reduccionista del universo.
Los cultores de la tecnología piensan que todo es solucionable, que si no se ha encontrado aún la respuesta, ya aparecerá, sin necesidad de cuestionar el crecimiento económico. Los economistas más reputados, como Nicholas Stern, llegan a admitir que esta crisis es "el fracaso más grande del mercado que el mundo haya conocido", pero insisten con el mercado.

El pensamiento científico y económico dominante se ha convertido en una ideología incapaz de cuestionar sus postulados. Han surgido otros desarrollos de la ciencia y la economía que basan la investigación en una visión dinámica e interdisciplinaria más acorde con la realidad social y ambiental, pero libran una batalla desigual contra los poderes constituidos.

Los ritmos de decisión también son inapropiados. "Hemos logrado afectar a todo el planeta por cientos o miles de años", asegura Jeremy Rifkin, pero las decisiones de las empresas y los gobiernos, aunque manejen horizontes de largo plazo, tienen una visión cortoplacista. A su vez, las formas de participación social son limitadas o, directamente, excluyentes.
Los vaivenes de la economía internacional han modificado la condición de algunos países. China, Brasil e India, otrora clasificados como del Segundo y el Tercer Mundo, se perfilan como nuevas potencias económicas, pero esto no introduce mejoras. A veces es al revés.

La comunidad internacional representada por las Naciones Unidas se encuentra sometida así al juego tradicional de poderes de las naciones y no logra acordar acciones eficaces a la altura de las evaluaciones científicas realizadas por el IPCC. "Y la montaña parió un ratón", puede decirse del esfuerzo y los recursos gastados en la última cumbre en Bali.
La alternativa de "salirse del sistema" como comunidad, región o incluso país, y establecer una relación con el ecosistema totalmente diferente, tampoco resulta viable porque la interrelación de los fenómenos ambientales no permite a nadie evadir sus efectos.

De las guerras no se habla, a pesar de su evidente impacto sobre el ambiente y su aporte al cambio climático. Menos se discuten los planes de algunas potencias para alterar el clima con fines bélicos. La ONU se adapta a todo, para evaluar los efectos de la guerra sobre el ambiente creó la Rama de Manejo Pos-Conflicto (los llamados "cascos verdes").

Mientras los organismos de la ONU se están mostrando insuficientes y tardíos para encarar las consecuencias de la crisis climática, los ricos y poderosos que se reúnen en el Club Bilderberg y que pretenden constituir el poder mundial real no conciben otra visión que la de seguir acumulando riquezas materiales y concentrando el poder.

La civilización actual no quiere abandonar los ideales de crecimiento, desarrollo y progreso que le dieron pujanza en el siglo XX pero que hoy hacen agua por todos lados. La crisis del cambio climático puede ser una oportunidad para rever y modificar ese rumbo o, de lo contrario, tendremos que aprender a partir de sus duras consecuencias.

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