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ACTUALIZADo 8 de ABRIL de 2009
Águila o sol
La computadora de Pedro es una computadora ensamblada con varios discos duros
por Rodrigo Solís
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1

El prólogo de mi primera y única novela era sangriento, alucinante. Sencillamente insuperable. O eso creía yo, hasta que Pedro, mi primo y compañero de cuarto, además de mi corrector de estilo, después de leer las primeras tres páginas, me dijo:

-La historia es muy melodramática.

“¿Melodramática?”, pensé escandalizado, sin parpadear, los ojos clavados en la pantalla de mi computadora. La crítica de Pedro no fue de frente y con palabras salidas de su boca. En realidad, fue de perfil, utilizando negritas, cursivas y letra tipo Arial número 12.

2

La computadora de Pedro es una computadora ensamblada con varios discos duros. Del CPU salen incontables cables de colores blancos, amarillos y negros. Una selva amazónica de cables. Sospecho que muchos cables no sirven para nada, que están allí por mero ocio, olvido o tradición, conectados a orificios obsoletos, entorpeciendo y enmarañándose con los únicos dos cables de fibra óptica que en realidad funcionan y le dan tanta felicidad a Pedro, pues gracias a ellos, puede bajar de la red (traducción: páginas piratas) a una velocidad respetable el centenar de películas mensuales que, según él, son lo único que lo mantienen con vida en el horror que es su vida.

Vuelvo a leer la crítica que ha hecho Pedro, ésta resplandece sincera, ausente de maldad en el mugriento monitor de mi computadora, un cacharro viejísimo que amo con toda mi alma porque me la regaló mi tía Lourdes, además de que no tengo un clavo para comprarme una computadora mejor.

La historia es muy melodramática

Releo por décima vez la crítica. Estoy horrorizado, muy a pesar de que, lo admito, no tengo idea de qué significa eso de muy melodramática. Lo único que sé con certeza es que no es nada bueno. Y me lo merezco. Antes de estirar el brazo y entregarle a Pedro el diskette Verbatim 3 ½ le dije que fuera sincero, despiadado, nada de tentarse el corazón, que leyera entre líneas cada párrafo, esa era la única manera de que la novela en verdad fuera digna de ser leída por la no poca cantidad de ojos que esperan ansiosos (y posiblemente hartos) mi tan anhelada y prometida obra maestra que llevo más de cinco años escribiendo y por la que mandé al diablo mi vida hecha y derecha dentro de un importante corporativo que tanto enorgullecía y presumía mamá a las cacatúas de sus amigas.

3

Pedro despejó mis dudas en cuanto al significado de lo melodramático. Esto ha sido luego de leer el primer capítulo de mi novela. Estiró el brazo con el diskette 3 ½ y me lo entregó. Sospecho que nuestras computadoras son las últimas dos en el Universo con entrada para diskette 3 ½. Este vergonzoso intercambio de información casi obsoleto es integra culpa mía: mi computadora no tiene entrada de USB; no así la computadora de Pedro que tiene toda suerte de rendijas y entradas, desde las más modernas hasta las más antiguas.

Inserto el diskette 3 ½ en mi computadora. Abro el archivo Capítulo Uno. Al pie de página, igual que en el Prólogo, la crítica viene en negritas, cursivas y letra tipo Arial número 12.

Pedro ha escrito lo siguiente:

Los personajes son exagerados, grandilocuentes, telenovelescos, histéricos, pareciera que se gritan en cada diálogo, desbordan emoción, nada justifica su comportamiento enloquecido.

4

Mi rostro es un cubo de hielo. La sangre ha dejado de circular por mi cabeza. Está claro que no soy el escritor que pensaba ser. Que escribir una novela está fuera de mis manos. A años luz de mi limitado talento.

Posible ataque de pánico. Mis dedos se pierden en las teclas. Tecleo lo que sea. Palabras sin ningún sentido aparecen en el monitor pintarrajeado que tengo enfrente. Todo sea para no estrangularme con mis propias manos. De reojo observo a Pedro sentado a un costado mío. La mirada fija. Concentrado en su moderno monitor de no-sé-cuántas pulgadas, leyendo el segundo capítulo de mi novela. Un fiasco total. Rotundo. Absoluto. Más de cinco años trabajando en varias novelas inconclusas, mamotretos sin ningún sentido hasta que una tarde, inspiradísimo, escribí y escribí hasta tener lo que creía era el esqueleto de una novela de pies a cabeza. Semanas, meses puliéndola. ¿Y qué ocurre? He creado un culebrón, un mamarracho, un adefesio digno de Televisa. O ni siquiera eso.

¿Qué me llevó a creer que escribir una novela basada en mi chiflada familia me llenaría de fama y fortuna?

5

En menos de media hora mi vida ha cambiado 180 grados, todo mi universo, mi sentido de ser, y, de ahora en adelante sólo hay una cosa en claro, o quizás dos: uno, no soy un buen escritor; dos, soy un mentiroso compulsivo.

Pedro terminó de leer el segundo capítulo (y último que leerá porque le diré que sólo tengo terminados dos capítulos, lo cual, sobra decir, es una flagrante y evidente mentira), el resultado, no hubo sorpresas, fue devastador. En el primer párrafo Pedro hizo más de cuatro anotaciones. Todas ellas interrogantes. Cuestionamientos sobre el comportamiento de tal o cual personaje. En el resto del capítulo (apenas cuatro hojas, no quiero aburrir al lector con capítulos interminables), con marcador amarillo, Pedro me hace ver un sinnúmero de palabras repetidas. En marcador violeta, verbos mal conjugados. Y entre paréntesis, adjetivos innecesarios o redundantes. Al borde del pie de página (y yo al borde del suicidio) leo lo siguiente:

Me pediste que fuera despiadado. Y lo fui.

6

No hay rencores. Así es la vida. Sigue su camino, sin detenerse, y como cada sábado en la tarde, Pedro y yo bebemos cervezas enlatadas frente a su monitor de no-sé-cuántas pulgadas. Es el primer fin de semana de Febrero y los Oscares se avecinan. Por eso nos sentamos a beber cerveza y a ver maratónicas jornadas de las mejores películas del año que los samaritanos del norte buenamente han subido a la red para que nosotros, los pobres diablos vecinos del sur, podamos evadir, al menos por unas horas, nuestra patética y tercermundista realidad con filmes que a uno le mueven las fibras más sensibles del alma, algo que sin duda, pienso, y ahora ya no estoy prestando atención a unos diálogos escritos y salidos de la cabeza de algún genio, nunca seré capaz de escribir.

-Te prometo que la novela va a funcionar –miento.

Sospecho que las palabras salidas de mi boca fueron culpa de la cantidad grosera de alcohol que he ingerido, o tal vez sea mi personalidad proclive a la terquedad, o mi falta de madurez, o mi terror a aceptar la derrota, o a lo devaluado que está el éxito verdadero hoy día, o simplemente a que intuyo mi muerte próxima y qué más da soñar con imposibles cuando uno está al borde del abismo.

-Será una gran novela –dice Pedro en tono neutro, abriendo otra lata de cerveza.

Pedro además de ser mi primo, mi compañero de cuarto y mi corrector de estilo, es mi fiel e incansable escudero de fracasos. Mi Sancho Panza moderno.

En pantalla, Javier Bardem, el pelo igual al de un lunático, lanza una moneda al aire y cae sol. El gordo dependiente de la tienda, sin saberlo, ha salvado la vida. Javier Bardem abandona la tienda, el arma escondida, y pienso que ese psicópata asesino algún día tocará a mi puerta para obligarme a jugar ese sádico juego de águila o sol y con certeza sé que perderé (nunca he sido bueno en los juegos de azar), y el loco, feliz de la vida, me meterá un tiro entre ceja y ceja.

Bebo otro sorbo de cerveza y por arte de magia me inunda una felicidad extraña, confusa, la calificaría de un tipo de felicidad bastante estúpida, pues me doy cuenta, con los cinco sentidos cada vez más atolondrados, que todo el tiempo que siga bombeando sangre mi corazón, respirando, robándole aire a la humanidad cual parásito, es ganancia, y quién quita, igual y cuando el cruel futuro toque a la puerta, la moneda cae con la cara en sol y le doy una lección a todos mis enemigos (traducción: amigos, ex novias, familiares, políticos y críticos literarios) que secreta y fervientemente desean que siga siendo el perdedor que en efecto soy.

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