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ACTUALIZADo 5 de mayo de 2009
Una tragedia oportuna
Interesante experiencia
Por Rodrigo Solís
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1

-Hola, bebé –dice mamá abrazándome y dándome sendos besos en las mejillas.

Su perfume, cremas, pintalabios y demás ungüentos que lleva encima son una bomba aromática que me hacen repeler involuntariamente su cuerpo perfectamente ataviado con un vestido propio de alguna ceremonia suntuosa del jet set local.

-No seas pesado, déjate besar por tu madre –dice un poco ofendida, respingada, estirada-. No olvides quién te dio la vida.

Los ojos lagañosos, la mirada nublada, los sentidos embriagados, torpes, y el pelo revuelto, hecho nudos sobre mi frente delatan mi estado. Mamá no duda en hacérmelo ver.

-¿No me digas que te he despertado? –pregunta sorprendida.

Su sorpresa, evidente, predecible en ella, no es a manera de disculpa, sino de recriminación.

-Bebé, son casi las doce del día –mira su reloj de pulsera y luego nota como mi rostro adormilado se transforma en una concertación de emociones que indican querer reventarle una cachetada en su aristocrático rostro-. Ay, qué pesado eres. No te molestes, mi amor. Sólo vine a visitarte. ¿Qué, no te da gusto verme? Veo que no. Desde que te fuiste de casa ya ni hola me dices. Es el colmo que tu pobre y desvalida madre tenga que venir en esos inmundos camiones del ADO a visitar a su bebé.

Sin disimulo, mamá echa una mirada sobre mis hombros.

-Dios mío, mi amor, qué asco de pocilga –dice haciéndome a un lado.

2

Se llama Andrés, es un ratón muy simpático. Pequeño y vivaracho. Lleno de vida. Pedro y yo sospechamos tendrá tres, máximo cuatro meses de edad. Este peludo morador es cortés y amable con nuestras propiedades. Rara vez se deja ver a plena luz del día. Todo lo contrario a Lupito, anterior inquilino, robusto y descarado, que se pavoneaba a sus anchas por todo el cuarto. De día y de noche, le daba igual. Incluso Pedro juró verlo un día andar en dos patas cual humano.

-Palabra, sólo le faltaba silbar –dijo estupefacto.

Antes de cegar su vida, le cogimos cierto cariño. Intencionalmente dejábamos caer al suelo las sobras de nuestra cena para que Lupito estuviese bien alimentado. Era una relación cordial hasta que el ratón decidió tomar como hobbie roer los cables de la computadora de Pedro.

-Así aprenderás, asquerosa rata –dijo Pedro lapidando con una masa de papel higiénico un agujero en el bidet, presunta morada de Lupito.

3

-¡Una rata! –grita mamá.

Con poco éxito intento calmarla. Le explico que se trata de Andrés. Mamá queda pálida. Con sus uñas se aferra a mis brazos para mantener el equilibrio.

-Qué suerte que vengo de hablar con el gobernador –dice fingiendo no horrorizarse al ver una montaña de ropa donde Andrés ha ido a ocultarse-. Dios es testigo de que siempre he apoyado tu loca fantasía de ser escritor, pero por el amor de Dios, esto no es vida, mi amor, vives como un vagabundo, un indigente, ahora entiendo por qué te dejó Martina, espero no lo hayas metido nunca a esta buhardilla del infierno –mamá no puede reprimir sus impulsos obsesivos de limpieza y empieza a meter en una bolsa de plástico botellas de refresco, latas de cerveza, bolsas de sabritas y varias cajas de cartón de mensajería postal-. Ahora mismo vengo del informe de Carmencita, hubieras visto qué precioso vestido tenía, una dama, qué señora, digna esposa del gobernador, y él, un caballero, apoyándola en todo momento. Bebé, ni te imaginas todo lo que ha hecho esa mujer por los niños desamparados. En verdad gente buena como ellos necesitamos en el gobierno, no como todos los demás ladrones que hay en este país.

Andrés sale disparado rumbo al baño cuando mamá levanta una pila de ropa arrugada tirada en una esquina del cuarto.

-Espero sea el mismo ratón –susurra y empieza a doblar diligentemente la ropa-. ¿No tienes clóset? Ay, para que me molesto en preguntar. Esto es un chiquero. Tan limpio que eras en casa. Toda tu ropa ordenadita, dobladita, planchadita. Tus zapatos bien boleados. Apuesto a que no has lavado nunca tus sábanas –levanta y olfatea las sabanas de la hamaca; en el acto, con una virulenta mirada le ordeno deje las sábanas en su lugar-. Me sorprende que no te haya dado sarna o algo peor. En fin, sólo vine a informarte, por tu bien, escúchame, no me hagas caras, sabes que te amo, que le expliqué tu situación al gobernador.

Quedo mudo ante el espeluznante escenario de mamá hablando con el gobernador de mi situación, cualquiera que esta sea. Mamá, con una serie de ademanes y gestos grandilocuentes me dice que mañana, en punto de las ocho de la mañana, tengo una cita en el palacio de gobierno.

-Procura llegar puntual –dice mirando su reloj-. El gobernador dice que estará encantando de escuchar todas tus ideas sobre ese libro turístico de Campeche que me platicaste querías escribir. Tú sabes que él es un amante de su Estado y de la cultura. Qué mejor que mi hijo enaltezca esta bella ciudad y finalmente la ponga en lugar que le corresponde en el mundo.

Sigo sin poder articular palabra. No recuerdo haberle mencionado a mamá nada sobre un libro turístico.

-¿Qué, creíste que tu santa madre no se enteraría de que el gobierno te mandó a Villahermosa? –me pregunta inflamando el pecho como un pavo real-. Olvidas que tengo amistades en todos lados, tu tía Bibi me llamó ayer muy emocionada, dijo que estuviste divino, que hablaste maravillas de Campeche. ¿En verdad construimos un arca gigante para salvarnos del fin del mundo? –pregunta y se mete en el baño-. ¡Dios mío, Rodrigo, hay renacuajos en la bañera!

Mamá sale a trompicones del baño tapándose la nariz y la boca con las manos.

-No faltes a tu cita de mañana –dice y cierra de un portazo la puerta de mi cuarto.

4

Lo admito, hasta a mi me dan asco los renacuajos. Aunque no tanto como las cucarachas que vivían en la cifa hasta antes de la aparición de los batracios.

Supongo ha sido la sabia y caprichosa naturaleza: todo el cabello que he empezado a perder se acumula en la cifa, los cabellos obstruyen el ducto del agua y el agua que cae de la regadera se acumula en la bañera ahogando a todo organismo que no sepa respirar y/o adaptarse bajo las aguas pantanosas de mi mugre, shampoo y jabón. Francamente prefiero sentir las juguetonas y babosas caricias en mis tobillos al cosquilleo rasposo de patas y antenas.

Entro al baño dispuesto a exorcizarme de la visita de mamá y comprendo su horror. Los renacuajos han crecido lo suficiente, incluso me parece que algunos están empezando a croar.

5

Decido posponer mi baño. Enciendo la computadora. Media hora después mi mente está en blanco al igual que la hoja que resplandece en el monitor. Maldigo al cogelón y proactivo de Picasso. “Que la inspiración te sorprenda trabajando, mis huevos”, mascullo. Mi novela no tiene pies ni cabeza y no veo la forma de sacarle la vuelta. También maldigo a mamá por entrometerse en mi vida. Me pregunto qué habrá pasado por su mente cuando decidió hacerme una cita con el gobernador para mañana por la mañana. Pienso en los múltiples escenarios posibles; en todos ellos el desenlace es el mismo: los esbirros del gobernador sacándome a puntapiés de su oficina.

Para despejar la mente me deslizo a la computadora de Pedro. Entro a Internet con la esperanza de encontrar algún mail de Martina que dé respuesta a mi meloso y arrepentido correo. No hay noticias de ella. Al parecer su odio no ha menguado. Quizás nunca debí mencionarle el incidente que tuve con su papá en el callejón.

-¡Mentiroso de mierda, vete a la mierda! –gritó Martina al volante de su Mercedes-. ¡Eres un hombre horrible, te odio, cabrón de mierda! ¡Mi papá tenía razón, eres una mierda!

Fue un arrebato. Luego condujo por todo el malecón en silencio. O mejor dicho, escuchando y tarareando el disco de Shakira, y luego deteniéndose un par de veces a saludar a sus amigas.

-Nada, aquí, tranquila, dando un rol –dijo y luego se despidió mandando besos volados a esas chicas no tan chicas vestidas al último alarido de la moda que platicaban sentadas en las cajuelas de sus coches últimos modelo.

6

Tengo una veintena de mails. Casi en su totalidad son cadenas de oraciones para rogar y pedir por los damnificados de Villahermosa. Elimino todos, excepto dos.

El primero dice lo siguiente:

Hola Rodrigo, me latería hablar contigo para proponerte publicar parte de tu material (el texto de Campeche que le prometiste enviar a Hernán Hernández) en el próximo número de la revista, por favor márcame al (55) 91 71 66 66 de 11 am a 4 pm de lunes a viernes, o escríbeme a este mismo correo y dame tu teléfono para platicarte de qué va el asunto. Nos urge un poco.

Saludos afectuosos desde la capital.

Ignacio Salazar, jefe editorial.

Entro en pánico. He olvidado todo lo que dije de Campeche en el encuentro de escritores de Villahermosa. Respondo el mail (naturalmente omitiendo mi número de celular). Digo que es un placer y honor que me tomen en cuenta para tan prestigiosa revista. Miento diciendo que a la brevedad posible les enviaré el texto prometido.

El segundo mail dice:

Queridos maestros míos:

En vista de los lamentables acontecimientos sucedidos horas después de su visita a nuestra bella ciudad, temo informarles que todo cuanto conocieron ahora está en ruinas. Como bien saben nuestro honorable Gobierno Federal ha tomado cartas en el asunto, mandando todo el apoyo posible, sin embargo, ante esta tragedia, la ayuda es exigua.

Las intensas lluvias provocaron el desbordamiento del río Usumacinta, a tal grado que éste ha arrasado con nuestros muchos patrimonios culturales de la ciudad: la biblioteca pública y el museo regional de antropología Carlos Pellicer (entre otros).

Este correo es con motivo de suplicarles de la manera más atenta y piadosa que por favor tengan el gesto y amabilidad de enviarnos de vuelta la bellísima colección de obras completas de Andrés Iduarte que les dimos de obsequio. Esto debido a que hemos perdido todos nuestros libros de la biblioteca.

Esperamos nos apoyen en la reconstrucción de la cultura de esta bella ciudad.

Que Dios los bendiga a todos.

Olga Villafania Ordóñez

Directora de Cultura de Villahermosa

En un rincón del cuarto, descubro desperdigados varios montones de libros. Entre ellos distingo la colección de obras completas de Andrés Iduarte. Los sacudo, les quito el polvo y los coloco cuidadosamente en mi estante de libros favoritos.

Quizás, pienso, ya no sea necesario mendigarle al gobernador por unos pesos. En eBay algún intelectual estará dispuesto a pagar por ellos alguna buena cantidad de dinero que me dé un respiro mientras termino mi tan esperada novela.

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