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actualizado 27 de diciembre 2010

El año que se fue como un suspiro
Enumeraré los momentos que debo prometerme nunca olvidar, tener a mano en el cajón de los recuerdos
Por Rodrigo Solís

Solo al plasmar nuestros recuerdos en una hoja de papel podemos tener la capacidad de cobrar conciencia, de evitar sumergirnos en una depresión pasmosa, infranqueable, de creer que estamos envejeciendo a la velocidad del trueno, pues al despertar los días lunes, si nos descuidamos (que es casi siempre), aparecemos en un lejano día sábado o domingo sin saber a dónde diablos fue a esconderse el resto de la semana. Es por eso, sospecho, que a mediados del mes de diciembre, los medios de comunicación (sabedores de lo perezosos que somos para redactar nuestras propias nimiedades) gustan de bombardearnos con incontables recuentos o Tops de las mejores canciones, películas, noticias, proezas deportivas, tragedias, etcétera, del año que está por expirar, para de este modo recordarnos que estamos vivos, o cuando menos, que somos unos muertos vivientes que deambulan hipnotizados por la luz que emanan las pantallas de los televisores, celulares y computadoras.

En un ejercicio para evitar cortarme las venas (apenas ayer estaba recibiendo el 2010), enumeraré los momentos que debo prometerme nunca olvidar, tener a mano en el cajón de los recuerdos, para que no siendo un anciano, pague las facturas que le debo a ciertos personajes que quiero, admiro y respeto, pero también, cobre las que me deben algunos ponzoñosos animales rastreros.

1. Un señor al que todos odian pero que él cree que lo aman, renacuajo calculador y sociópata resentido, conociendo su condición de poco hombre, acostumbrado a resolver las diferencias en la sombra, escondido, parapetado en algún escondrijo inexpugnable y con matones de por medio que dan la cara por él (será porque la suya es horrenda y ni siquiera una cirugía plástica pudo borrar su fealdad), me declaró la guerra (entiéndase por guerra amenazar y causarle una crisis nerviosa a una señora sexagenaria que es mamá) por un escrito que publiqué haciendo legítima defensa de lo que me enseñó mi difunto padre desde que era un niño: lo único que no puede darse el lujo de perder un ser humano es su dignidad.

2. A las puertas de un concurso de belleza internacional, una reina de belleza llamada Bicho, que bien sabe que su valor más preciado no radica en la envoltura con la que la bendijeron los dioses, al abrir la puerta de casa, se topó con un Pitbull American Stanford del tamaño de un toro (por algo se llama Thor), propiedad de nuestro vecino, un anciano octogenario, padre de un mofletudo político que no cesa de aparecer escupiendo mentiras en la televisión. Al ver a su enemigo, Bucky, el miembro más pequeño y peludo de la familia, pero que sin embargo cree ser tan feroz y peligroso que un Doberman, pensó que era una buena idea defender su territorio en vez de esconderse dentro de la casa como el perro faldero que en realidad es. Todo ocurrió en fracciones de segundo, ante mis ojos, como si estuviera trepado en un carrusel descompuesto que gira a toda velocidad: en mitad de la calle cual escarabajo patas arriba yacía el anciano (un milagro que no se rompiera todo los huesos y falleciera en ese preciso instante), mis manos abriendo las fauces del perro asesino, Bicho con las manos bañadas en sangre (su sangre) rescatando a Bucky y corriendo entre los coches como velocista de 100 metros planos, ganándole la carrera a la bestia enloquecida que le mordía los talones.

3. Me caben en los dedos de una mano los artistas que admiro con locura y con pasión cual groupie de Britney Spears de las primeras filas de un concierto en la época de Baby one more time, señores que pintan canas, leyendas vivientes (cruzo los dedos que muchos años más), que daba por sentado siendo un ermitaño provinciano pobretón nunca vería frente a frente, cara a cara. Sin embargo, para mi sorpresa, tal suposición se vino a bajo una fría mañana de finales de noviembre del 2007, en el aeropuerto internacional de la ciudad de México, mientras hacía el trasbordo que me llevaría a un encuentro de escritores de segunda división, pasmado, la boca abierta, divisé frente a mí, parado en un pasillo, al corsario literario, mi gran maestro, el autor del libro que cargaba bajo el brazo para matar el aburrimiento que me esperaba rodeado de tantos intelectuales, mirando la conexión de vuelos que lo llevaría a la Feria Internacional de Libros de Guadalajara o quizás el vuelo que lo regresaría a casa, del otro lado del Atlántico. La segunda vez que ocurrió un milagro de este calibre (aunque no tan azaroso), fue este año. Con mis 6.5 de astigmatismo y miopía, ahogado de borracho y desde la última fila, que es como debe verse el concierto de un pirata cojo para no brincar al escenario y arruinar el concierto, coreé las canciones, codo a codo, como un par de viejos marineros, con mi primo M, tal como lo hacíamos muchos años atrás, hasta el amanecer, cuando nos sentíamos jóvenes y vivos, pero a sabiendas el destino y los nubarrones grises que nos esperaban por delante.

4. Una noche me sentí particularmente chispeante, interesante, seductor y amigo de los famosos, en especial con el líder y vocalista de una banda argentina de rock pop alternativo. Lo que ignoré en ese momento es que si un artista de verdad se toma la molestia de platicar y emborracharse con un ilustre escritor desconocido después de un concierto, seguramente es porque la novia del ilustre escritor desconocido es una chica con una delantera más peligrosa y letal que la mancuerna Tévez-Messi.

5. La ex Miss Universo de cuerpo de hombre y mirada de basilisco intentó por todos los bajunos medios arrebatar la corona que había ganado a toda ley mi hermana Bicho, haciéndosele fácil destituir y difamar a una chica inocente en base a chismeríos que su ejército de arpías maliciosamente filtró a la prensa de cotilleos. Lo que no calculó la bruja musculosa, es que la chica provinciana que prometió “cuidar y proteger como a una hija” (esas fueron las palabras textuales que usó en mi presencia), fue que su nueva hija adoptiva tenía una familia que la ama y protege, además de buenos y queridos amigos que la respaldan a muerte, no como ella, bruja solitaria, que en vez de rodearse de amigos lo ha hecho de socios, empresarios que un día le darán la puñalada por la espalda porque en el fondo todas las personas (buenas y malas) odian y temen a las brujas.

6. Hace muchísimos años una bruja obesa de buen corazón me dijo que un día lejano conocería y me enamoraría de una mujer chiflada, y solo entonces (e hizo énfasis en la frase “y gracias a ella”) conseguiría todo con lo que soñara. Siendo uno de mis sueños obtener la beca que han ganado todos los jóvenes intelectuales de México, no con fines de pertenecer al círculo de hombres que usan suéteres de cuello de tortuga y lentes de pasta ancha, sino para restregársela en la cara a todos mis enemigos que me tildan de administrador de empresas jugando a escribir, inscribí mi proyecto de novela por enésima ocasión esperando el predecible rechazo por respuesta. Lo que yo ignoraba e incluso había olvidado eran las sabias y proféticas palabras de la bruja regordeta. Mi proyecto de novela fue aprobado y recibido con gran entusiasmo por el jurado: la biografía de una chica camaleónica en su aspecto, modo de hablar y comportarse. Artista, diva, estrella porno, groupie, casta, pura e hija de papá. Obsesiva compulsiva. Mujer que un día apareció en mi vida y dijo estar enamorada de mí.

7. Una chica encantadora, sencilla, humilde, endiabladamente hermosa, me demostró que la corona que le pusieron en la cabeza, lejos de inyectarle arrogancia y elevar su ego a la estratosfera, fuera de este Universo, le recordó quién es y de donde vino, jamás permitiéndose aires de grandeza, permaneciendo a ras de suelo para saltar con uñas y dientes a defender a su compañera de guerra cuando un nido de serpientes querían comerse viva a mi hermana Bicho.

8. Si llegué a albergar alguna duda de los poderes que ejercía mi chica en los designios y sueños de mi vida, estos quedaron esclarecidos al llegar el día que imaginé nunca llegaría, es decir, pulsar la tecla de punto final a la interminable novela que llevaba años escribiendo y consumiendo mi existencia. Mi chica, paciente y estoica, permaneció un año a mi lado obligándome a avanzar capítulo tras capítulo sin desfallecer, dándome por premio su voluptuoso cuerpo enfundado en lencería que haría enrojecer de pudor incluso el rostro de una actriz porno.

9. Un talentosísimo escritor argentino al que admiro y que ha sido una influencia bárbara en mi crecimiento como escritor me brindó su tiempo, amistad y confianza, además de una generosidad infinita al ayudar a colocar el manuscrito de mi novela en un par de editoriales transnacionales (donde estoy seguro me rechazarán). Y no solo eso, el escritor argentino, en el 2011 revolucionará el mercado editorial con un proyecto del cual tuve le privilegio de colaborar con microscópico granito de arena (mi máximo logro a la fecha en material literaria): ponerlo en contacto con uno de mis héroes literarios mexicanos (mismo que desconoce mi existencia).

10. Apareció en mi vida un medio que hizo realidad un sueño añejo y que en mi juventud creí imposible: sacar de quicio a todos los personajes que odio de la televisión, o sea, el 99% de los payasos y viejos ridículos que se creen muy talentosos e irreverentes pero que en realidad no son más que monitos cilindreros de dos señores multimillonarios cuyo negocio más lucrativo es hacerle una lobotomía masiva a la población mexicana.

11. Los amigos no son inmortales. P, mi corrector de estilo y cofundador de Pildorita de la Felicidad, cada que tomamos la carretera Campeche-Mérida o viceversa, se queda mirando con ojos melancólicos por la ventana, unas veces pensando y otras diciendo la suerte que tenemos, que en este preciso momento ya sea bajo nuestras narices o a cientos de miles de kilómetros, la estupidez de alguien o el macabro azar le cobra factura a personas inocentes. Mira a esos pobres infelices, dice señalando entre la maleza un coche deportivo destartalado, las ventanas echas añicos, las llantas reventadas y mirando hacia el cielo, nunca imaginaron que esta mañana su vida se convertiría en un horror, claro, suponiendo que hayan salido ilesos, agrega viendo un rastro sanguinolento en el pavimento. En todo esto pensé una tarde de domingo cuando mi celular sonó. Era P. Sobreexcitado me preguntó si escuchaba su voz. Le dije que sí. ¿Estás seguro?, insistió. Al volver a escuchar mi respuesta afirmativa me explicó que la camioneta en la que viajaba con nuestro primo L de regreso a Campeche, derrapó en una curva para luego salir dando tumbos como un barril entre la maleza y las rocas. Espérame un segundo, dijo. ¿Qué pasa?, pregunté angustiado. Nada, acabo de escupir un puñado de cristales del panorámico para dejar de hablar como el Pato Lucas.

12. El ser humano, además de tener el egocéntrico anhelo de querer reproducirse para dejar huella en el mundo, también desean dejar su marca indeleble en la memoria colectiva, es decir, publicar un libro. Véase a las editoriales (no importa si son chicas o grandes) que se niegan a aceptar más manuscritos pues argumentan estar saturados de los desvaríos impresos en papel de personas con demasiado tiempo libre y delirios de grandeza, tal como es mi caso. Pese a ello, no faltan los amigos soñadores que insisten día a día para que no desfallezca y baje el ánimo, que alguna editorial con nada que perder como nosotros se animará a darle vida a esa bestia amorfa y rabiosa que cargué en mi vientre por demasiados años.

13. El Rey de los Puteros cree que ganó la guerra al verme fuera de ciudad amurallada. El Licenciado Cara de Sapo también. Al igual que otros animalejos viperinos que viven a costa del erario público. Lo que ellos no saben es que cuando se quiere o ama algo de verdad, hasta las entrañas, basta con cerrar los ojos para que la brisa marina, con ese regusto a sargazo y sumidero, regrese a rozarme las mejillas, y toda esa fauna variopinta con exceso de peso vuelva a pasar delante de mí, ya sea sobre el malecón o en las adoquinadas calles del centro, y un caudal de historias sórdidas hagan eco en las murallas hasta llegar a mis oídos. Todo gracias a los pintorescos amigos campechanos que quiero como a hermanos (no exagero al calificarlos así), que durante un lustro me acogieron como a uno más de su manada. Y no tuvieron empacho en enseñarme todo lo que sabían. Y aunque uno a uno hemos ido emigrando fuera de las murallas por motivos diferentes, siempre aparece una nueva historia con personajes en común que nos unen como hermanos de sangre, tal como la que me contó J: en la biblioteca pública de ciudad amurallada (ahora dirigida por el Licenciado Cara de Sapo), iban a exponerse los cuadros de un viejito paisajista oriundo de Hecelchakan. El evento fue cubierto por un medio de comunicación donde trabaja el escritor W. Más que una exposición aquello fue un reencuentro. El viejito paisajista quedó arrobado al ver al reportero que cubría el evento. W, horrorizado de contemplar como lo veía un anciano con ojos que derramaban miel, quedó petrificado como una estatua. El pintor, en tono ceremonioso, le dijo: tienes los ojos de tu abuela.

Esa mañana W se enteró que en su moza juventud el paisajista estuvo enamorado de su abuelita (también oriunda de Hecelchakan), y en su retorcida y suspicaz mente, develó de dónde había sacado la inclinación hacia las artes que lo hizo estudiar la licenciatura en letras. Punto y aparte, como en todo evento cultural campechano no apreció un alma en la biblioteca para ver la exposición del abuelito de W, perdón, del pintor. Raudo y veloz, el Licenciado Cara de Sapo tomó una decisión: llamó a su secretaria y le dijo: ve a buscar gente al parque. A los diez minutos la secretaria apareció con una decena de niños (incluido un bolerito). Estupefacto ante el ínfimo promedio de edad de la concurrencia, el pintor se quejó: ¿Qué es esto? A lo que el Licenciado Cara de Sapo salió del embrollo como solo un campechano puede salir: tranquilo maestro, ellos son el futuro del arte.

14. Durante un año, todas las noches que tengo la fortuna de dormir con mi chica, me quedo observándola en la oscuridad, pensando en la suerte que tienen los pobres diablos de vez en cuando, midiendo milimétricamente hasta el último poro de su cuerpo dormido, preguntándome si las 400 páginas que escribiré el próximo año estarán a la altura del personajes de carne y hueso más pintoresco y novelesco que he conocido en mi vida.

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