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actualizado 28 de junio 2010

Todos los caminos conducen a Alemania
“No nos une el amor sino el espanto” - Jorge Luis Borges
Por Rodrigo Solís

Papá fue un hombre con los pies en la tierra. Odiaba las supercherías, el cosmos, los horóscopos, y todo lo que oliera a esoterismo. Sin embargo, cada que se emborrachaba (lo que ocurría con frecuencia) aseguraba tener una relación paranormal con Alemania.

- ¿Te platiqué la vez que me fui a Alemania? – me decía con los ojos melancólicos, soñadores, nublados, parecidos a los de Borges cuando exigió como última voluntad que lo enterraran en Ginebra, lejos de casa.
Habré escuchado doscientas mil veces aquella historia: al graduarse del ITM, papá viajó con una veintena de estrenados ingenieros civiles al viejo continente. La idea: emborracharse todos los días; el pretexto: descubrir cómo le hicieron los alemanes para reconstruir su país luego de dos guerras mundiales.

Una noche, en una cantina, ebrios hasta el tuétano, los ingenieros civiles se sintieron insultados cuando un nativo los miró por debajo del hombro, ofensa frecuentísima desde su llegada, que desde luego no arguyeron a que el más alto del grupo era papá, que medía apenas 1.75.

- ¿Qué? ¿Qué me ves? –dijo un ingeniero civil, increpando al parroquiano local que sin deberla ni temerla bebía un tarro de cerveza.
- Ich verstehe dich nicht –dijo el alemán mirando por debajo del hombro a la diminuta criatura morena que le hablaba.
- Se me hace que nos está insultando este nazi –intervino otro ingeniero civil.
- Ich verstehe dich nicht –repitió el alemán.
Acto seguido, cual jauría de perros, los ingenieros civiles se abalanzaron sobre la torre teutona.
- Toma puto –dijo un ingeniero, de puntillas, encajando un puñetazo en el vientre de su víctima.

Solidarios en la adversidad, innumerables torres alemanas se pusieron de pie desencadenando una batalla campal. Al llegar la policía, pese a pronóstico, hubo más alemanes que mexicanos en el piso.

-Mexican cheaters, mexican cheaters –repetían los alemanes retorciéndose de dolor en el suelo al tiempo que se sujetaban los genitales con ambas manos.
Este era el momento en que papá aprovechaba para explotar en una carcajada:
-Hasta para romper madres eran leales los alemanes –papá daba un sorbo enorme a su cerveza-, no como nosotros, a la primera de cambio les reventamos los huevos a patadas.

Cada cuatro años me da por recordar esta historia. La gesta heroica de papá. Batalla espartana que viene en mi búsqueda cada Copa del Mundo, específicamente pasada la segunda semana del Mundial. Y más ahora. Cuando empiezo a sospechar que las tribulaciones etílicas esotéricas de papá embonan como piezas de rompecabezas.

Su primer viaje al extranjero no fue a Estados Unidos, tampoco a Centroamérica ni mucho menos a una isla del Caribe como marca la lógica geográfica y el presupuesto de un ciudadano tercermundista de clase media baja. Otro dato revelador fueron sus medios de transporte: el primero, un VW Safari con el cual enamoró a mamá; el último, un VW Sedan con el cual avergonzó y/o evidenció a mamá con sus amigas ricachonas. Más puntos esclarecedores: al casarse y mudarse de colonia, su vecino, nuevo compinche de borracheras y correrías (¿cuáles eran las probabilidades?) fue un alemán, quizás el primer y único alemán que brincó el charco para venirse a vivir a Mérida, mismo que mostró una habilidad sorprendente para aprender las costumbres mexicanas, o sea, formar otra familia a las espaldas de la comadre de mamá.

Pregunta: ¿Por qué estoy haciendo toda esta remembranza histórica? Respuesta: he llegado a la inequívoca e irrebatible conclusión, de que no solo papá tiene una relación mística con Alemania, sino también todo el pueblo mexicano amante del fútbol. Vínculo infranqueable. Insalvable. Inquebrantable. Indefectible. Ineludible. Inapelable. Inexcusable. Inexorable. Irreversible. Irrevocable. Irremediable. Cada cuatro años, quiéranlo o no, todos los caminos conducen a Alemania.

Todo comenzó en el año ´86, posiblemente la única vez en la historia del fútbol en que un equipo menor como México pudo salir campeón, de no ser, claro, por Alemania, que pese a ser visitante, estar deshidrata, fundida bajo el sol, no le temblaron las piernas, se amarró sus huevos teutones y nos ganaron en penaltis en cuartos de final.

En Italia ´90, al ser marginados del Mundial por ser los hombres más tramposos del mundo, mandamos a un señor a representarnos, a nombre de todo México, siempre vestido de negro para que quedara bien claro que estábamos de luto, tristísimos, inconsolables. ¿Qué hizo este señor? Le regaló la copa a Alemania en la final, inventándose un penal y rompiéndoles el corazón a nuestros hermanos argentinos.

En Estados Unidos ´94 volvimos a ser eliminados en penales, pero esta vez en octavos de final frente a Bulgaria. ¿Por qué? Miedo. Terror. Espanto. La santísima trinidad que todo mexicano carga en el pecho cuando sale de casa, sobre todo sabiendo que en cuartos de final nos esperaba Alemania, cansada, deshidrata, insolada, pero eso sí, con los huevos teutones bien amarrados, de acero.

En Francia ´98 la relación cósmica de la que tanto hablaba papá apareció, imposible escapar de ella estando en Europa. Sin embargo, como nunca se soñó ni en el más dulce de los sueños, teníamos a Alemania en el suelo, gimiendo de dolor, sujetándose sus huevotes alemanes, uno a cero abajo desde el minuto uno del segundo tiempo; entonces, faltando 30 para el final, Luis Hernández, alias, “el Matador”, indultó a los teutones luego de que Cuauhtémoc le diera un pase en el área chica que era más fácil meterla al fondo de las redes que sacar un calcetinazo a las manos del portero Andreas Köpke. Enmudecimos. Callamos. Palidecimos. Supimos nuestro cruel destino. Alemania se puso de pie, marcó el empate y los mexicanos (muy sensibles en eso de repetir el mismo dolor) se dejaron marcar otro gol para esquivar la tortura de los penaltis.

En Japón-Corea ´02 nos tocó en suerte Estados Unidos. Pan comido, pensamos. ¿Cuándo nos han ganado los gringos en fútbol? Lástima que pasamos por alto un detalle: Javier Aguirre. Javier, hombre traumatizado por la derrota del ´86 (al infeliz además de expulsarlo en tiempos extras por una falta contra Lothar Matthaeus, Harald Schumacher le atajó sobre la línea el gol de su vida, una espectacular media tijera, además de que falló en el área chica un gol clarísimo al rematar solo y su alma), vio el croquis del Mundial y ahí estaba, Alemania, meciendo sus huevotes como campanas doradas en lo alto de la Catedral de Colonia. ¿Qué hizo Aguirre? Dejarse perder. Descaradamente. A vista y paciencia de todos. Sacó a Ramón Morales. Metió a García Aspe. Desdibujó al equipo en la cancha. En fin, ciertos horrores son mejor olvidarlos, sepultarlos en el pasado, desmemoriarnos como los alemanes cuando se trata de genocidios.

En Alemania ´06 la regla era enfrentar a Alemania. No había otro camino. O tal vez sí. Contratamos a un entrenador argentino, naturalizamos a un delantero argentino. Y enfrentamos a los argentinos en octavos. Nadie sospechó que los podíamos vencer. Pero el milagro ocurrió. Los teníamos. Y entonces… Talan, talan, talan. En las gradas del Leipzig sonaron los huevos alemanes como cencerros. Oswaldo Sánchez fingió volar como el hombre araña, puso carita de que hizo su mayor esfuerzo, de hombre liga que se estira desafiando las leyes de la anatomía humana por atajar la pelota, para yo sé bien lo que pasaba por la cabeza de Oswaldo si osaba desviar un centímetro el tiro de Maxi Rodríguez.

Ahora, en Sudáfrica ´10 no hay camino a donde correr más que a casa. Aguirre lo sabe. Es un hombre traumado, trastornado, trasnochado, testarudo, terco, tonto redomado. El domingo se dejará perder tal cual lo hizo hace 8 años, con descaro, desparpajo, alineando gente que no sería titular ni en una cascarita callejera, jugadores que serían los últimos en ser elegidos a la hora del recreo, en fin, repetirá la historia porque en México tenemos la insana costumbre de tropezar con la misma piedra, reproducir el mismo error hasta el infinito y más allá.

Conclusión: ¿Antes del domingo tendré que viajar a Alemania, meterme a un bar y darle una patada en los huevos a un nativo, o acaso debo buscar a un alemán perdido en México (tal vez mi antiguo vecino) y dejar que me rompa los huevos de una patada para cortar la relación sobrenatural con Alemania?

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