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actualizado 24 de septiembre 2010

Dos mas dos es igual a cero
“El dinero en efectivo es cosa de arruinados. La opulencia ya no se mide por el dinero que tienes en el momento de pagar, sino por la capacidad de moratoria que exhibes con las tarjetas.” Juan Cueto
Por Rodrigo Solís

Ignoro si sea verdad, pero si no lo es, deberían (inmediatamente, por favor, se los ruego, honorable jurado de Estocolmo) darle el premio Nobel al economista que según mi primo Lalo ganó el premio hace mucho tiempo por decir que un país debe ajustar sus gastos en medida proporcional al ingreso que obtiene.

-¡Oh, por Dios, vaya genio, descubrió el hilo negro! –exclamará la mayoría con sarcasmo, pues esta teoría económica nos la enseñaron desde la primaria cuando mamá nos daba cinco pesos (o el dinero que fuese) y había que ajustarse a él para comprar en la tiendita para lo que alcanzara.

Esto viene a cuento porque, como todos sabemos el país está quebrado. Y si el país está quebrado eso quiere decir por elemental sentido común, que sus habitantes (en su inmensa mayoría) también lo están. Sin embargo, esta situación evidente pareciera ser que no condice en absoluto o causa efecto alguno en el comportamiento de la mayoría de la gente que hace filas y filas en las tiendas departamentales, agencias de coches, jugueterías, etcétera, etcétera, etcétera, derrochando dinero cual Ricos Macpatos.

Este fenómeno lo atribuyo a uno de dos factores: no me quedaron muy claros los conceptos básicos de matemáticas que me enseñó miss Margarita en la primaria, o (sospecho que es esta opción) soy un perfecto imbécil.

-Niños, hoy vamos aprender a sumar –nos dijo un día miss Margarita. Y así lo hicimos. Nos enseñó que uno más uno era igual a dos y que dos más dos era igual a cuatro. Luego por arte de magia materializó los números convirtiéndolos en unidades monetarias, es decir, uno era igual a un peso, dos era igual a dos pesos y así sucesivamente. Después nos enseñó con ejemplos lo útil que nos podría ser en la vida real el saber contar correctamente.

-Niños, les tengo un ejercicio matemático, a ver quién de ustedes es el más inteligente del salón y me da primero la respuesta correcta –dijo-. Presten mucha atención. Si tienen dos monedas de dos pesos en el bolsillo y quieren comprar paletas en la tiendita, ¿para cuántas paletas les alcanza si las paletas valen a un peso cada una?
Silencio.

Luego de unos segundos, Gustavito, el niño más inteligente del salón dijo:

-Cuatro paletas, miss.
-Excelente Gustavito, muy bien –dijo miss Margarita.
Sin embargo, no faltó el burro del salón que dijo:
-No. No es verdad, miss. Alcanza hasta para ocho paletas.
La maestra con paciencia monástica intentó sacar al burro del salón de su error:
-No Carlitos, solo te alcanza para comprar cuatro paletas.
Pero Carlitos que era un cabezadura dijo:
-No miss, le juro que da para ocho paletas; las paletas que yo vendo en los recreos con solo cuatro pesos puedes llevarte hasta ocho.
-Ah, bueno Carlitos, eso es porque seguro tus paletas las vendes en cincuenta centavos –dijo la miss un poco más tranquila.
-Para nada miss, hasta cree que soy burro, se las vendo a mis compañeros al mismo precio que en la tiendita –se defendió Carlitos.
-¿Y cómo es eso posible, Carlitos? –preguntó alarmada miss Margarita.
-Se llama crédito, miss –respondió Carlitos, sin duda, el alumno más burro del salón. O eso creímos quienes durante un semestre dejamos de comprar paletas en la tiendita para ir con Carlitos, que nos daba paletas sin tener que pagarle ni un peso, porque para nosotros crédito era sinónimo de regalo. No así para Carlitos, que tenía anotadas en una libretita todas las paletas que le debíamos. Y un buen día, vencido el plazo de pago de las paletas, Carlitos se presentó a la hora del recreo escoltado de dos gorilas que eran sus hermanos mayores a cobrar individualmente a cada cliente.

Ahora que veo en todas las tiendas las interminables filas de fanáticos de las ofertas, los seis meses sin intereses y las tarjetas de crédito, una de dos: o no les enseñaron a sumar en la primaria o nadie me avisó que llegó el día en que los dueños de las tiendas se volvieron locos y están regalando su mercancía.

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