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actualizado 4 de enero 2011

Sin voluntariado el mundo se deshumaniza
El ser humano no puede perder el deseo innato de ayudar a otro ser humano
Por Víctor Corcoba Herrero

En el abecedario de los días cohabitan tantos mensajes a los que no prestamos atención, que el mundo necesita de personas dispuestas a descifrarnos, con sus hazañas y testimonios, aquello que no alcanzamos a sentir con la mirada del corazón. El mundo de los polos opuestos nace en nosotros por una falta de humanidad. Por eso, hay un mundo que se recrea con el mundo creado, mientras tenemos otro mundo que inconcebiblemente se destruye a su antojo. Se precisan, luego, personas voluntariosas dispuestas a conquistar a ese otro mundo enloquecido, que lucha por adaptar el mundo a sí mismo, como si el mundo le perteneciese a él únicamente, en lugar de adaptarse él al mundo como persona razonable. Por este motivo, nos da una gran alegría que este año sea el Año Europeo del Voluntariado. Debiera serlo del planeta entero y de todos sus moradores. Está justificado. Hay una necesidad real de humanizarse. La globalización nos llama a ello. Naturalmente, hacen falta muchos brazos dispuestos a trabajar desinteresadamente, muchas manos dispuestas a tender la mano para buscar un cambio a mejor en la situación del otro.

El ser humano no puede perder el deseo innato de ayudar a otro ser humano. Sería el fin de la humanidad. Perdería el gozo que se siente al donarse libremente a los demás. La alegría más pura. Cosecharíamos un planeta triste porque sus pobladores se sentirían solos. No olvidemos que para estar satisfecho necesitamos compañía, cuánta más mejor. Precisamente por esta causa, el voluntariado es un factor fundamental de humanización, que a todos nos interesa avivar y ser protagonistas, a la vez, del mismo. El mundo no puede abandonarse al mundo, la cultura de la solidaridad tiene que ser permanente y continua entre las gentes con alma. Cuánto más se cultive este valor mayor grado de crecimiento y civilización habitará en el planeta. La paz no la consiguen los guerreros, sino los altruistas, aquellas personas que se dejan la vida por mejorar la calidad de vida de todos. No esperan gratificación económica alguna, con una sonrisa se dan por pagados. Ciertamente, con una expresión de amor todo se cura. Nos curamos todos. Quien quiera desentenderse del amor, se desentiende de su propio corazón. Algo horrible, porque siempre habrá algún impulso que necesita consuelo, ayuda.

Para humanizar el mundo conviene verse cada cual consigo mismo, cambiar actitudes, porque el voluntariado es algo más que “hacer” por el prójimo, es también una manera de vivir al lado del que requiere ayuda, de sentir junto al ser humano como tal, compartiendo tanto las alegrías como los dolores. En consecuencia, todos podemos ejercer el voluntariado. No hay nadie que no pueda participar en la donación, incluso la persona más humilde, más mísera y desfavorecida, tiene algo que participar a los demás, que compartir y ofrecer. Cuando llueve comparto mi paraguas, si no tengo paraguas, comparto la lluvia. Cuando hace sol comparto mi sombrilla, si no tengo sombrilla, comparto el sol. Cuando camino comparto mi sombra, si no tengo sombra, comparto el camino… La naturaleza es un ejemplo permanente y vivo del que todos tomamos parte de todo, puesto que a todos nos afectan los días de lluvia y los días de sol, los caminos vividos y las sombras vertidas. Por estas enseñanzas que nos injerta la propia vida, pienso que todavía no es demasiado tarde para construir y reconstruir un mundo inclusivo. Compartir la tierra como hogar común puede que sea una utopía, pero esta ilusión también es el principio de toda humanización.

El que millones de personas de todo el mundo contribuyan con su tiempo y talento a cimentar un mundo más justo y más libre, es una valiosa aportación a la humanización del planeta. Un mundo mejor siempre es posible. Va a depender de la apuesta de cada uno. El amor invariablemente será necesario, incluso en las sociedades más equitativas. Por tanto, el voluntariado, que no es otro que el ser humano que siembra con amor, es tan preciso y precioso hoy en día como lo será mañana. Sus pruebas de afecto son, igualmente, la mejor escuela de vida. Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor. Sin duda, todo en el planeta requiere de la ternura, el único motor que nos mueve y nos conmueve, la única fuerza y la insuperable verdad que nos injerta emociones y nos da vida.

Una vida en la que el voluntariado enhebra sus actuaciones como principio humanitario. Su espíritu de servicio es importante, porque “servir quiere decir dar, sacrificar una parte de sí mismo, de lo que se posee, a favor de otros”, dijo Jean-G. Lossier. Pero, evidentemente, uno no puede iluminar a otros si no posee dentro de sí luz alguna, irradiación que proviene del amor que pongamos en la entrega. Quien ama y sirve gratuitamente, vive y actúa con sentido humanitario que es lo que le falta al mundo para humanizarse. Por desgracia, nos invaden demasiados intereses y el interés no conoce de amores verdaderos, de espíritu de generosidad. Como dice la plataforma del Voluntariado de España, lo esencial “no es lo que hago, es por qué lo hago”. Y uno debe hacerlo porque tiene ese deseo natural que le sale del corazón. De lo contrario, seríamos seres, pero no humanos. No tiene sentido, pues, un voluntariado que no humanice de manera universal e incluyente, que sea incapaz de reconocer y de acoger la diversidad del planeta. Lo que si tiene razón de ser, y la tiene fundamental, es ese voluntariado valiente y valeroso, comprometido con una actitud del corazón; de un corazón que sabe abrirse a las necesidades del mundo, que son las de todos sus ocupantes.

corcoba@telefonica.net

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