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actualizado 28 de febrero 2011

Hambre de libertad y sed de convivencia
¡Lo qué cuesta ordenar la vida!
Por Víctor Corcoba Herrero

El globalizado mundo tiene hambre de libertad y se subleva contra las medidas de represión. La rabia del pueblo, cuando ve que sus gobernantes son corruptos a más no poder, o que sus vocabularios y obras son dictatoriales, estalla por las calles del planeta y parece que se contagia la revolución. Esta situación no tiene otro desencadenante que los problemas de la miseria y la ausencia de liberaciones. Todos necesitamos ser dueños de nuestra propia vida y reencontrarnos con la vida que nos pertenece o que deseamos sobrellevar. Oriente y Occidente no deben interferirse, pero sí ayudarse. El Norte y el Sur tampoco debe interceptarse, pero sí socorrerse. Desde luego, medio orbe precisa una mayor democracia, no de gestos, sino de conciencia, de actitudes. Y el otro medio, requiere de una mayor generosidad humana. La especie se salva en su conjunto, no en solitario. Innumerables seres humanos están deseosos de un crecimiento humano en libertad, buscan y rebuscan sentirse personas respetadas y respetables, ansían que el imperio de la ley les proteja más allá de las palabras y de las intenciones, y no hallan el hábitat que se pregona. Otra buena parte de seres humanos nada en la abundancia y tampoco encuentra la manera de compartir. La necedad siempre ha sido la madre de todos los males.

¡Lo qué cuesta ordenar la vida! Y parecía que lo habíamos descubierto todo. Por lo pronto, resulta intolerable que personas sin escrúpulos gobiernen naciones, que millares de personas inocentes sufran la crueldad de estos animales con sillón en plaza, y que la comunidad internacional no mueva ficha, o tarde en moverla, manteniéndose al margen de unos hechos que nos degeneran por sí mismos. No se puede consentir la vulneración de derechos humanos. ¡Jamás!. Debemos asumir la responsabilidad de proteger al hambriento de libertades y, cuando sea preciso, debemos actuar en consecuencia, en todo caso, más pronto que tarde. Aunque es verdad que tampoco es libre el que se ríe de sus esclavos, porque le dominan sus maldades, estamos ante una oportunidad excepcional de mostrar respeto y comprensión hacia los movimientos en favor de una mayor democracia en los países árabes.

En cualquier caso, no se debe intentar curar el mal por medio del mal, aunque la ansiada libertad se haya convertido en un privilegio de algunos. Ahora bien, acomodarse a los privilegiados tampoco es de recibo, cada uno precisa respirar por sí mismo. También los pueblos necesitan aspirar por sí mismos, sentirse libres y liberados. Nadie puede gobernar asfixiando la tribu, por mucho ejército y armas que posea. La libertad no se defiende sembrando pánico y mucho menos matando. Tampoco se puede reprimir el derecho de las personas a elegir cómo quieren ser gobernadas y quién debe gobernarlas. El mayor poder deben ostentarlo los pueblos.

Cierto. El mundo de las liberaciones debería llegar a esa legión de pobres que transitan cada día por los basureros para tomar los desperdicios y así poder sobrevivir. Asimismo, el mundo de las liberaciones debería llegar a esa legión de prisioneros esclavos de las autoridades corruptas. Igualmente, el mundo de las liberaciones debería llegar a esa legión de personas que jamás han conocido los principios y las auténticas prácticas de la democracia. Con tantas cárceles impuestas por el mundo de los privilegiados, la voz de los que debieran tener voz, es decir, la voz de los marginados, ni se escucha, ni tampoco se oye. Resulta complicado, pues, poder ser libre para vivir sin miseria, cuando hay tantos lagartos vestidos de señores que impiden que la libertad pueda ser respirada.

Una libertad, que por otra parte, se precisa para poder convivir en dignidad. La convivencia es otra de las grandes asignaturas pendientes. Se precisan gobiernos que mejoren su gobernanza, a base de respeto a los principios del Estado de derecho, capaces de integrar y no excluir. La responsabilidad de proteger estos valores humanos tiene que ser una acción colectiva y una reacción fraternizada. La violencia no conduce a ninguna parte, sólo al odio y la venganza. Los gobiernos que se obtienen con intimidación solamente se pueden mantener con más intimidación. Hoy más que nunca necesitamos libertades para unirnos y reunirnos, tomar el tiempo necesario para comprender a otras culturas, no en vano, como dice un proverbio africano: la unión en el rebaño obliga al león a acostarse con hambre.

Mal, muy mal, será conducirse hacia una visión del buen vivir globalizado, cuando los moradores del planeta están hambrientos de libertad, por mucha sed de convivencia que nos injertemos en vena. Lo que hace falta es, sin dilación alguna, ampliar en verdad los derechos, libertades, oportunidades y potencialidades de los pueblos, y de las gentes de esos pueblos. Esto, evidentemente, significa que han de transformarse las naciones hacia la plurinacionalidad, y sus gobiernos han de fortalecer la interculturalidad con la participación ciudadana. En cualquier caso, no se puede vivir sin convivir. Por consiguiente, el ejercicio de la ciudadanía incluye derechos pero también responsabilidades, lo que implica, educar con un estilo que estimule trabajar en sociedad, donde se interesen más los unos por los otros. La realidad no es literatura. Cada día son mayores el número de refugiados que llaman a la puerta de la solidaridad del mundo, en parte nos demandan rehacer su vida destruida y no debemos mirar hacia otro lado. Primer deber nuestro, el de la acogida; para su primer derecho, el de la vida digna.

corcoba@telefonica.net

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