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actualizado 21 de julio 2011
Afganistán, un país olvidado
Lo que nos interesa del país no es su territorio, sino su población
Por Ignacio Pareja Amador
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La estabilidad es una condición necesaria para el desarrollo, para que un país alcance el progreso requiere de una planeación integral, de condiciones que propicien la inversión, hagan rentables las actividades económicas y procuren la generación de una ciudadanía responsable. En pocas palabras necesita concentrar la mayoría de su energía y recursos en aquellas actividades que sean el cimiento para el crecimiento económico y la equidad social.

Demanda que exista por tanto, cercanía del pueblo hacia el gobierno, que todos los actores del Estado (empresas, sociedad y gobierno) den por sentado la existencia de un contrato social, que sea ampliamente reconocido, pero sobre todo respetado por todos. Todos los países aspiran alcanzar esta condición, sin embargo, son pocos los que escapan a los intereses extranjeros, son menos los que logran homogenizar la idea del desarrollo sobre la base la unidad nacional. En esta ocasión, en este Reflector Mundial trataremos de dar un acercamiento de lo que acontece en un país que perdió su voz hace muchos años, que es la víctima más longeva de un acontecimiento ocurrido en Nueva York un 11 de septiembre, cuando el mundo le declaró la guerra a los Talibanes, sin tomar en cuenta que afectaban directamente a una nación ajena a estos hechos, los afganos. Afganistán es un país complejo. Está muy cerca de la región de mayor tensión a nivel internacional, Oriente Medio, comparte fronteras con (China 76 km), Irán (936 km), Pakistán (2,430 km), Tayikistán (1,206 km), Turkmenistán (744 km) y Uzbekistán (137 km). Los últimos poco conocidos, pero los primeros tres guardan una importancia particular sobre todo Irán y Pakistán, ambos focos rojos para EE.UU.

Sin embargo, lo que nos interesa del país no es su territorio, sino su población, la cual consta de 30 millones de almas que crecen al 2.3%, cuya edad promedio es de 18.2 años. Es un país que no controla aún sus variables demográficas, pues su tasa de mortalidad es de 17.39 defunciones por cada mil habitantes, la segunda más alta en el mundo después de Angola (23.40). Además tiene la segunda tasa de mortalidad infantil más elevada del planeta (149.20 por cada mil nacidos vivos), en Mónaco, el país con la mejor estadística en el rubro es de apenas 1.79. Cuenta con la peor esperanza de vida a nivel mundial, 45.02 años, demasiado baja si la comparamos con el promedio de los países desarrollados la cual es de 77.5, el promedio mundial es de 67 años, incluso es menor que el dato para los países menos adelantados (los africanos principalmente), la cual es de 56.8 años.

Sin duda alguna, estas malas estadísticas no son fruto del corto plazo, pero sí se han recrudecido a raíz de la invasión emprendida por EE.UU. y sus aliados a partir de 2001, cuyo objetivo era atacar a los talibanes y atrapar a Osama Bin Laden. Desde Naciones Unidas se legalizó la invasión, se creó una nueva Constitución y se trato de instaurar una democracia en un país que ha vivido la mayor parte de su historia en guerras civiles y luchas por el poder. De esta forma se eligió a Hamid Karzai como presidente, quien fue reelecto en 2004 para restaurar el orden en aquella nación. Sin embargo, los grupos radicales se han negado a ceder el poder, usando al terrorismo como la principal herramienta de reclamo, además de que, al igual que los países invasores, confunden a la población afgana obligándola a tomar una posición o perecer en la neutralidad.

Seguramente los afganos se dicen a sí mismos, no todos somos terroristas o talibanes, Afganistán no es Osama Bin Laden. Hoy en día, cuando algunas naciones comienzan a replegar sus tropas, cuando incluso EE.UU. ha declarado que se retirará progresivamente del mayor productor de opio del mundo es cuando surgen las interrogantes: ¿merecen los afganos estar en medio de una guerra entre el gobierno impuesto y los talibanes u otros grupos terroristas?, ¿merecen acaso sufrir las consecuencias de la imposición de una democracia que no ha podido adaptarse a las costumbres de un pueblo rebelde y nómada, que basa la idea del progreso en la mera supervivencia? Con estas preguntas volvemos a aquel intento por falsar aquella máxima que sostiene que “todo pueblo tiene el gobierno que merece”. El sufrimiento del pueblo afgano por tantos años no debe ser visto como una consecuencia justa del actuar político de sus gobernantes, los afganos no son terroristas, no son un peligro para el mundo, son el ejemplo más claro de cómo las malas decisiones del gobierno, los grupos extremistas y la injerencia internacional pueden afectar a una población y como las guerras intestinas condenan a la humanidad al subdesarrollo.

Twitter: @ignacioamador

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