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actualizado 19 de sept. 2011
¡Haz que tu voz se oiga!
Nadie tiene derecho a enmudecer voces
Por Víctor Corcoba Herrero
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El tema escogido y acogido por Naciones Unidas, con motivo de la celebración del día Internacional de la Paz (21 de septiembre), no puede ser más sugerente y acertado para el momento actual que vivimos: "Paz y democracia: ¡haz que tu voz se oiga!". Ciertamente, hoy el mundo precisa oírse y dejarse oír mucho más, entre todas las culturas y civilizaciones. Nadie debe sentirse extraño en un mundo global, resultaría absurdo y mezquino, impropio de personas que se pueden comunicar. A pesar de tantos muros que pueden separarnos, quizás por eso, precisamos escuchar con mayor fervor los mil lenguajes y los mil sentimientos que todos portamos, máxime antes de emitir veredictos. Es vital que todos los humanos puedan expresarse libremente, sólo de esta manera se puede entablar y establecer diálogo, compartir vivencias y convivencias, vivir unidos y desvivirse por el planeta. Escuchando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a comprender; y sin duda, comprendiendo es como se aprende a respetar los diversos timbres humanos. Los auténticos demócratas saben de lo que estoy hablando, porque su lenguaje es este compromiso, el de la paz y el de la vida en servicio.

Nadie tiene derecho a enmudecer voces. La democracia se nutre de las voces. La paz se nutre de las voces. Una nación incapaz de hacer justicia es una nación ahogada, como lo es también una nación sin elecciones libres. Hay signos que no se pueden callar. El planeta precisa de la manifestación de todos para hacer un futuro más habitable, más armónico, más seguro y más de todos, con oportunidades para el conjunto de sus moradores. Nadie puede ser excluido. Nos merecemos ser protagonistas de nuestra propia historia y compartir esta apasionante aventura con nuestros semejantes. Que fluya la voz del pueblo y converja en el bienestar de la especie humana, debe ser la aspiración de toda cultura. El hombre sordo a la voz de su análogo es un bestia. La gran turbulencia de conflictos y de crisis que arrasa el mundo merece un cambio y la respuesta debe partir, precisamente, de la sintonía con todas las voces y de la acción común de todos los países.

El futuro del mundo no radica en una persona, y mucho menos en un poder o en un grupo de poderes, reside prioritariamente en nuestra donación hacia los demás, en prestar ojo a todas los clamores humanos y oído a todas las necesidades. Bajo este razonamiento, aplaudo a los que proclaman en voz alta los lamentos del mundo, que son muchos y variados, para que cada cual se los interiorice para sí y actúe según conciencia, que cuando es tal, siempre se pone al servicio de lo justo. De igual modo, también celebro a los que pregonan, con intención de servicio y de ejemplo, sus afanes y desvelos de dar a la tradición del mundo un desarrollo más equitativo y ordenado. La paz no puede estar fundamentada sobre una voz poderosa, sino por todas las voces, tampoco sobre una falsa retórica de palabras. Es necesario que la paz se oiga, pero mejor que la paz se cultive y se practique para que nos cautive. Convendría, pues, preguntarse: ¿estamos verdaderamente educando para la paz o es mera palabrería? ¿Propiciamos la paz o hacemos la guerra? Quizás todavía no hayamos entendido, lo que en otro tiempo dijo el gran pensador indio Gandhi, que no hay camino para la paz, que la paz es el camino; y, en ese camino todas las voces son necesarias y precisas para sustentar la armonía que todos nos merecemos y que todos debemos buscar.

Si queremos gozar de las voces pacificadoras, aparte de velar bien las armas, tenemos que sentir esa paz como propia, para poder compartirla y derramarla por el incendiario planeta. Por desgracia, tengo la sensación de que el mundo está cada día más crispado, en parte porque hemos convertido la vida en lucha permanente y cruel, trazando una línea de conflictos competitivos totalmente inhumanos. El mundo tendrá que plantearse con seriedad y rigor los interrogantes de este calvario, y ver la manera de garantizar la existencia de normas y el cumplimiento de las mismas, con las que poder hace frente a este aluvión de necias batallas. Nada puede resultar más contrario a nuestro develo por alcanzar la paz y el desarrollo, que un mundo fragmentado por las políticas, dividido por las economías, roto por las religiones, deshecho por las injusticias, despedazado por la falta de libertades. En cada país, así como entre todos los países, debemos esforzarnos por afianzar una alianza de corazón, sobre la base de la humanidad que compartimos.

El día que la paz sea la misión primordial de cada uno, la base de su vida, la esencia de su camino, la única causa que motiva alzar la voz, todo esto dejará de ser un sueño para convertirse en una júbilo planetario, sobre todo para la multitud de gentes que ahora, en este preciso momento, viven encadenadas y encarceladas a la incomprensión, a la inseguridad y al miedo. ¡Haz que tu voz se oiga! para unirse. Hay tanto por lo que aunarse que nuestro mismo universo nos muestra su variedad, pero desde la ley suprema de la unión y la unidad. Por tanto, lo que precisamos a la voz de ya, son gobiernos más universalistas y transparentes, gobiernos legítimos y democráticos, poderes que respeten opiniones diversas y que dejen florecer en cada ser humano, su impronta de conciencia crítica, por medio de la cooperación y de un incondicional servicio a toda la civilización. Qué se aviven todas las voces de paz es bueno y mejor aún, que las otras, aquellas que activan conflictos, vean que no hay vencedores ni vencidos en una contienda, sino derrota de humanidad y fracaso humano.

corcoba@telefonica.net

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