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actualizado 1 de Agosto 2012
Caminos de Iberoamérica: Introducción
En las escuelas de educación básica se enseña a las nuevas generaciones de iberoamericanos la historia de sus naciones de forma aislada
Por Ignacio Pareja Amador
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¿Qué significa vivir en la nación occidental más grande y no gozar de las ventajas que el desarrollo podría brindarnos ante esta grandeza? En los países de Iberoamérica habitamos más de 500 millones de hombres y mujeres que comparten una historia similar de más de 500 años. Pueblos enteros que han sufrido en carne propia las imposiciones del viejo imperialismo europeo y norteamericano, que hablan la segunda lengua con mayor número de parlantes en el mundo, pero que no han terminado de entender que uno de los caminos más cortos y menos sinuosos para acercarnos a un modelo de desarrollo más plural y justo, yace en la cooperación e integración que podamos formar para aproximarnos mejor al mundo.

La estrategia de una Iberoamérica dividida ha funcionado para aquellos que buscan el mayor beneficio individual, quienes apuestan por el aprovechamiento de nuestros recursos sin mejorar los términos de negociación con nosotros, insertando en lo más profundo de nuestra conciencia la idea de que los roces que tuvieron nuestros países en el pasado, son elementos suficientes para generar odio y envidias entre estados que debieran ser hermanos, aprovechando la potencia con la que cuentan en conjunto.

La potencia de las naciones, como la de las personas, es una cualidad poco conocida y por tanto poco explotada en nuestros países, que son ricos en recursos naturales, pero pobres en administración, pues no hemos logrado materializar nuestro potencial para ser países modernos, independientes, que aporten cualidades al mundo, no sólo insumos y materias primas.

En las escuelas de educación básica se enseña a las nuevas generaciones de iberoamericanos la historia de sus naciones de forma aislada, olvidando que sería más sencillo aprenderla si se contara la misma en conjunto, si estudiáramos a nuestro subcontinente como una sola región, siendo así en las edades más tempranas donde comienza la división de Iberoamérica; aislamiento que se complementa por el desconocimiento y la desinformación.

Nos han convencido que somos economías competitivas, o sea que al producir bienes de la misma esencia debemos contender entre nosotros por los mercados, y quizás este argumento es cierto desde la perspectiva simplista basada en las últimas noticias económicas que demarcan la disputa de México con Brasil y Argentina en el sector automotriz, o hablar de hechos históricos como la querella territorial entre Perú y Chile, donde aluden a la concordia nada menos que el mismísimo Vargas Llosa y Jorge Edwards.

Si queremos romper el paradigma debemos dejar de vernos como competencia y comenzar a percibirnos como clúster; ver alianzas económicas para ganar mercados, luchar juntos para obtener mejores condiciones de intercambio en el marco de la OMC, defendernos mutuamente para ejercer nuestra ventaja geopolítica con el mundo en favor de un beneficio colectivo. Quizás como un primer paso debemos comenzar por preguntarnos qué divide Iberoamérica y cuáles son los lazos que nos unen como región.

Quienes comparten fronteras y han visto cumplirse las leyes económicas, deben negarse al argumento sustentado en historias personales referidas al odio o rencor. Los pesimistas podrán decir que las ideas de los grandes latinoamericanos, que veían una región unida y fortalecida, fracasaron, que es retrógrado volver a la idea de la nación iberoamericana, justo en el momento en el que la crisis hace tambalear a los europeos, quienes tienen la iniciativa de integración más consolidada de la historia del hombre.

Sin embargo, quienes en su apego dogmático a la realidad se niegan a ver más allá de las posibilidades, pierden el sentido de la vanguardia, olvidando que el camino elegido por las naciones que se desarrollaron en el siglo pasado se centró en romper el paradigma, usando la razón conjunta y la voluntad de los principales actores para impulsar un mejor presente.

No se trata de crear una entidad bajo el viejo concepto de Estado-nación, se trata de sentarnos en la mesa de los acuerdos para ganar consensos entre nuestras naciones; de comenzar a defendernos ante los organismos internacionales y ante otros países; de fijar posturas comunes donde todos cambiemos respetando el derecho individual; de impulsarnos al mundo con los tratados y acuerdos internacionales con los que ya contamos.

Desde esta colaboración, nuestro reflector mundial orientará sus luces en Iberoamérica y sus naciones, tratando de encontrar los eslabones y discutir las diferencias que nos separan, en un proyecto cuyo fin será el replanteamiento de la idea de Iberoamérica como la región que soñó Bolívar y el sitio al que Martí llamó a conocerse “como quienes van a pelear juntos” desde hace más de un siglo.

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