Después del remolino que eventos y momentos que acontecieron en 2011 en todo el mundo, en América Latina comienzan a madurar iniciativas que no han dejado de hacer un llamado a la integración, a la unidad, a la congruencia de nuestras naciones para encarar de mejor manera los diversos retos que como países en desarrollo enfrentamos día a día.
Es cierto que el inicio de cualquier año trae consigo un cúmulo de deseos muchas veces lejanos a la realidad, quizás más cercanos a sueños sin sustento, pues la base fundamental de toda meta debe ser la planeación y el trabajo, elementos que se vuelven tan difíciles de alcanzar y que se olvidan para dar lugar a la resolución de otras necesidades.
Ese ha sido justamente uno de los problemas más representativos de nuestra región, pues en vez de efectuar políticas efectivas a largo plazo, nuestros gobiernos suelen ser reactivos en vez de pro activos, esto es, favorecen el dominio de temas imprevistos en la agenda nacional, en vez de seguir las pautas de los distintos planes o programas de desarrollo, dejando de lado así las cuestiones de fondo, que son quizá menos taquilleras en el marco electoral, pero que sin lugar a dudas son los ejes sobre los cuales se puede fincar un modelo más congruente rumbo al desarrollo.
Entre estas políticas prioritarias que pasan al segundo plano encontramos la integración latinoamericana y no nos referimos a una unión como la acontecida en el continente europeo, sino a una que vaya más allá de la economía y la política para privilegiar áreas estratégicas para el desarrollo de nuestra región como la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología.
La coyuntura internacional obliga a América Latina a unirse, la crisis económica que no deja de golpear a las economías europeas es una oportunidad para ejercer nuestro poder político, pues el sistema internacional es un sistema cerrado, así que donde pierden unos ganan otros. Y nos referimos al poder político y no al económico porque a pesar de la economía regional crece a ritmos superiores en comparación con los países industrializados, el monto absoluto aun es ampliamente inferior al de aquellos que tienen ahora aprietos económicos, pero cuyo nivel de vida es superior al nuestro.
Una manera de ejercer el liderazgo político es uniéndonos en los distintos foros internacionales donde se diseñan las políticas que marcaran el acontecer mundial, tales como el FMI, Naciones Unidas, la OMC, el PNUD, entre otras. Es una oportunidad para hacer vinculante y dar pronta definición a la Ronda de Doha, para conminar la apertura del sector agrícola de la Unión Europea, para abrir nuevos sectores a nuestros productos, propiciando mayor tecnificación y valor agregado a los mismos.
No pretendemos con esto aprovecharnos de la situación de la ciudadanía de los países agobiados por la crisis, sino impulsar el comercio de nuestros productos con el mismo argumento con el que los países desarrollados han implementado el libre comercio como el principal baluarte de la economía global.
En América Latina hay casi 600 millones de personas, representamos el 8.5% de la población mundial. Los países con las economía más grandes (Brasil y México) se sitúan en la octava y onceaba posición en el ranking mundial. Ambos países por ejemplo rebasan en conjunto el tamaño de la economía de Alemania, el motor de la Unión Europea.
La potencia de nuestra región es más que clara, la coyuntura global nos brinda una oportunidad para sostener nuestro crecimiento, para la apertura de más y mejores espacios para nuestros bienes y servicios. Este es el momento que esperábamos en América Latina y no podemos darnos el lujo de dejarlo pasar.
Latinoamérica es una demarcación geográfica que va más allá de una cuestión lingüística o consuetudinaria, hablar de nuestra región es tomar en cuenta nuestra historia común, la cultura mixta que compartimos, donde las fronteras se convierten en barreras que debieran de ser invisibles y permeables entres nuestros pueblos hermanos.
Pero sabe algo estimado lector, una América Latina unida sólo es parte de la solución para hacer frente al difícil reto que tenemos los latinoamericanos. Nuestros representantes populares tienen una incidencia importantísima, pero no determinante en esta tarea. Quizá la solución más correcta al problema del subdesarrollo está en la cultura, en la promoción de una visión distinta con miras a heredar una mejor nación a nuestros hijos y nietos y no al goce inmediato y amesurado de los recursos presentes.
La cultura sólo le pertenece al pueblo, a la gente, a la ciudadanía. Esta en nosotros entonces trabajar porque nuestros deseos, propósitos y sueños se hagan realidad. Es tan simple como jugar nuestro rol como ciudadanos, empresarios, educadores o servidores públicos, es una tarea tan sencilla que la hemos confundido y complicado, siendo quizá cómplices inconscientes de la realidad de nuestra región.