Cada día son más los excluidos y, lo peor, es que buena parte del mundo ha perdido el alma humana para con los desterrados socialmente. Sólo hay que abrir los ojos y mirar alrededor. No es un mundo oculto, aunque muchas veces nos lo quieran ocultar. Existen desheredados, de un espacio que también les pertenece, en todos los rincones del planeta. He aquí algunas miradas de grupos enteros de seres humanos que nos interpelan a diario. Multitud de ancianos, que además de sentirse rechazados por el engranaje productivo, se ven muchas veces relegados por su propia familia, que los ve como personas incómodas e inútiles. Un gentío de niños que viven en asentamientos improvisados y vecindarios pobres, no se les permite salir del túnel, porque están excluidos de los servicios esenciales. Una muchedumbre de adultos sufren de soledad y el rechazo de sus propios países. El enjambre de descartados no son solamente explotados, sino también sobrantes y desechables, tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados.
Es hora de centrar la atención en los seres humanos excluidos. Una civilización que no se sensibiliza con su propia especie, que se acostumbra a ver seres humanos indefensos por la calle, y a pasar de largo, es capaz de cualquier cosa, hasta de destruirse ella misma. ¿Dónde está ese mundo con corazón?. Hay que hacer de la solidaridad una cultura, es decir, un cultivo permanente. Para nada nos interesa una economía de mercaderes como la actual, incapaz de incorporar a todas las personas. Los empobrecidos y marginados cada día son más y cuentan menos en el mundo de los ricos. Los excluidos han nacido porque esta sociedad es una sociedad interesada, de capitales, de personas frías, que se creen dueños y señores del universo. En lugar de poner en el centro a las personas, ocupa prioridad el juego sucio con los pobres, el negocio de la pobreza por parte de los pudientes, que dan un pan pero tiran dos piedras y ensanchan sus pulmones de alegría.
La solidaridad y el bien común que se predica es el mayor fraude de este siglo. La prioridad del crecimiento no es económica, sino humana. La degradación de la persona humana conlleva esta riada de excluidos invisibles que nos desbordan. Los excluidos cohabitan en todos los lugares porque nosotros, cada uno de nosotros, tampoco le tendemos la mano. Nunca tantas personas desesperadas esperaron tanto de los líderes económicos, políticos y sociales. Nos piden más humanidad, más generosidad, más verdad. Y esto que se nos pide, no se lo vamos a dar mientras sigamos desoyendo su voz y no advirtiendo su mirada. Olvidamos que la sociedad está configurada por la vida en sociedad, en términos humanos, no económicos; en términos de globalización, no de dioses solitarios. Las actividades especulativas han ganado la batalla a la actividad de lo honesto. Todo se mueve por el mayor beneficio y el mayor poder en detrimento de los más débiles. Por tanto, no es fácil que los excluidos dejen de ser lo que son, cuando desaparecen las referencias éticas de una ciudadanía convertida en depredadora.
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