Cerca de siete millones de españoles son mayores de 65 años, de los que 900.000 necesitan asistencia constante. El 90% de las personas que cuidan a estas personas son inmigrantes. Este fenómeno social se ha convertido en algo cotidiano. En cualquier ciudad española se ve, cada mañana, a personas mayores que salen a pasear acompañadas por inmigrantes, en su mayoría mujeres procedentes de Latinoamérica. No sólo proporcionan sus cuidados y su ayuda, sino su compañía, su conversación y su cariño.
Son varios los motivos por los que este fenómeno se ha consolidado y ha aumentado con el paso del tiempo: el número de personas mayores dependientes es cada vez mayor, las familias han modificado sus hábitos y costumbres, y el número de inmigrantes dispuestos a realizar una actividad dirigida al cuidado de los mayores se incrementa de forma constante.
Las dificultades de acceso a servicios públicos como residencias o cuidadores profesionales diarios obligan a muchas familias a buscar una alternativa. Si bien la primera opción de las familias solía ser las residencias o el contrato de cuidadores especializados, los extranjeros ocupan hoy su lugar. La escasez de plazas en residencias públicas, el 93% con listas de espera, junto con los elevados costes de las privadas así como de los cuidadores con formación, ha llevado a muchas familias a recurrir a los inmigrantes.
Se ha creado un binomio en el que los mayores dependientes reciben la asistencia que necesitan y los inmigrantes un trabajo digno. En promedio, el gasto de una persona dependiente oscila entre los 10.000 y los 25.000 euros al año. Cifras que muchas familias no pueden afrontar. Los inmigrantes necesitan unos ingresos y un empleo que les permita continuar en el país. Su necesidad garantiza horarios más convenientes y mejores precios.
Sin embargo, esta ayuda recíproca presenta ciertos riesgos. Casi el 45% de los cuidadores extranjeros no poseen las cualificaciones necesarias para desempeñar esta labor. Por otro lado, las tareas que deben realizar los asistentes no están delimitadas. Se trata de atender a personas que necesitan ayuda constante: aseo, comida, vigilancia, compañía. Lo que se traduce en largas jornadas de trabajo con un enorme desgaste físico. Ni las jornadas laborales ni los salarios están definidos.
Se calcula que, en España, más de siete millones y medio de ciudadanos superarán los 65 años al final de esta década. Más de dos millones rondarán los 80 años. Muchos de ellos necesitarán la ayuda de otras personas para cubrir sus necesidades básicas. Hasta ahora, el Estado de Bienestar social cubría muchos de los gastos que supone el cuidado de estas personas. Sin embargo, la obsesión por la austeridad ha provocado recortes que afectan las ayudas a personas dependientes. La ayuda de los inmigrantes se hace más necesaria que nunca.
Si las familias se ocupaban de sus mayores años atrás, de cuidarles y darles cariño, en la actualidad son cada vez menos los familiares que disponen del tiempo necesario para hacerse cargo de ellos. Ante la despreocupación del Estado frente a estas personas, la disminución del poder adquisitivo de los ciudadanos, y el aumento de la población anciana, la ayuda de los inmigrantes se ha convertido en una necesidad.
Reconforta saber que muchos de nuestros mayores reciben ayuda, cuidados y asistencia, pero sobre todo que reciben conversación y cariño. Que sus horas no están llenas de soledad, sino de una compañía que sería impensable sin el trabajo de muchos inmigrantes que luchan por salir adelante en nuestro país, quizá sin darse cuenta de que están ayudando a nuestros mayores a ser un poco más felices, a seguir adelante en el último tramo de sus vidas.