El exitoso combate contra la desnutrición, la deserción escolar y el desarrollo de la pequeña industria agrícola está siendo aplicado por Brasil en otros países latinoamericanos y africanos. No obstante, la seguridad alimentaria se ve amenazada con las especulaciones de los oligopolios que manejan el mercado de las semillas transgénicas y que están representados en el Parlamento.
El programa Hambre Cero, que Brasil implementó con excelentes resultados desde la llegada al poder del ex presidente Lula da Silva, logró reducir la desnutrición infantil en un 61%, la pobreza rural en un 15% y multiplicar por ocho el crédito para los pequeños agricultores, que estaban excluidos del sistema financiero.
Esta iniciativa, continuada por la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, comenzó a exportarse a otros países como Haití, Timor Oriental, Angola y Mozambique.
La experiencia en la erradicación del hambre, en el desarrollo de cultivos tropicales y en un sistema inclusivo que combina la nutrición, con la educación y el progreso económico de los pequeños productores, permite a Brasil implementar esta política en países en donde la pobreza alcanza a una gran cantidad de personas.
El plan se ubica dentro de lo que se denomina cooperación Sur-Sur, que a través de los países emergentes que forman el bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), se promueven créditos, inversiones, y ayudas en distintas áreas sin la presencia de los Estados más industrializados.
¿En qué consiste el plan?
La Agencia Brasileña de Cooperación junto con el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) pusieron en marcha el "Centro de excelencia contra el hambre para el desarrollo de capacidades en alimentación escolar, nutrición y seguridad alimentaria".
El plan toma varios elementos del Hambre Cero, pero adaptados a las condiciones de cada lugar en particular.
En los colegios se sirve tres comidas al día a cada niño en situación de subalimentación, lo que mejora y acrecienta la escolarización. Además, el programa obliga a las familias a obtener un 30% de los alimentos que consumen a adquirirse en las agriculturas regionales, con lo que también se estimula la producción y el desarrollo local.
Hambre Cero además otorga una beca para las familias que vacunen a sus hijos y los envíen a la escuela.
El resultado fue muy positivo, ya que 28 millones de personas lograron salir de la pobreza, mientras que unos 47 millones de niños reciben tres comidas diarias en las escuelas, además de asistir a clase.
Financiamiento
Este programa alimentario, educativo y de desarrollo económico que trasciende las fronteras brasileñas recibe el apoyo económico y tecnológico del gobierno de Brasil y de la ONU.
Fue presentado en Salvador, Bahía, en noviembre del año pasado por la directora del PMA, Josette Sheeran, quien destacó que “una de cada siete personas en el mundo no tiene qué comer diariamente, las únicas reacciones posibles son sublevarse, migrar o morir.
“Pero con esta iniciativa – continuó - Brasil creó una cuarta opción, que es combatir el hambre dando esperanzas a la infancia".
El acercamiento de Brasil con el continente africano, principalmente con Angola, Sudáfrica y Mozambique se fue concretando durante la presidencia de Lula y basó las inversiones económicas, el otorgamiento de créditos bancarios y los programas educativos y de salud en una base de desarrollo alimentario.
El asesoramiento brasileño tuvo como eje la seguridad alimentaria en países con grandes carencias.
Esto permite que el gigante sudamericano promueva la cooperación Sur-Sur y que cree el campo para que las inversiones en África den sus frutos y además como apuesta geopolítica, que convierte a Brasil en un actor internacional de peso, compitiendo por los recursos, de una manera no agresiva con Estados Unidos, Europa y China.
A corto plazo, esta jugada va a permitir que Brasil acceda a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Obstáculos
Uno de los problemas a los que este tipo de planes se enfrenta es al lobby alimentario que existe en el Parlamento brasileño, que veta todos los proyectos de ley que apunten a socializar la producción alimentaria. Además, el programa “Brasil sin miseria”, lanzado por Dilma Rousseff el año pasado no ha logrado aun que 16 millones de personas superen un ingreso de 40 dólares al mes.
Por otro lado, el incremento de los precios de los alimentos conspira con las iniciativas de seguridad alimentaria y más aun cuando las causas del encarecimiento sea la especulación de los oligopolios.
La introducción forzada de granos transgénicos a cambio de facilidades para obtener créditos es una trampa en la que caen los pequeños y medianos campesinos al tener que comprar nuevas partidas de semillas luego de cada cosecha, además de los fertilizantes y los pesticidas químicos, que proveen las mismas empresas.
Pero la regulación de estas prácticas por parte de los Estados, en conjunto con el desarrollo de una agricultura ecológica y el combate a los monocultivos, van a ayudar al ambicioso programa alimentario brasileño, que además conlleva un aumento de la escolaridad y la promoción del comercio y la producción local.