A pesar de los avances en materia de derechos políticos y sociales, muchos descendientes de los esclavos negros aún padecen situaciones de explotación.
La compra y secuestro de millones de negros africanos que llevaron a cabo traficantes de personas, con el auspicio de sus gobernantes, para venderlos en Europa o América, significó el auge económico de los países que los recibieron, incluida España.
No planteaban quejas ni reivindicaciones y trabajaban de sol a sol, todos los días del año. El auge económico tenía detrás explotación, hambre, malos tratos, violaciones a mujeres y niñas.
“Sin esclavitud y sin otras modalidades de trabajo sometido a coacción el Imperio español no habría logrado la hegemonía en la empresa colonial”, denuncia el historiador José Antonio Piqueras en su último libro La esclavitud de las Españas.
Siglos después, los descendientes de esos esclavos africanos siguen siendo protagonistas en numerosos países del mundo, pero muy especialmente en toda América Latina. Son los afrodescendientes. Se supone que ya son seres libres pero pertenecen a las clases más pobres, discriminadas y con pocas oportunidades para avanzar.
“La pobreza en Brasil tiene cara negra, femenina y muchas veces infantil”, afirmaba la Presidenta Dilma Rousseff el pasado noviembre en un homenaje a los afrodescendientes latinoamericanos, celebrado en la ciudad brasileña de Salvador de Bahía. Y añadía: “todavía hoy sufren las consecuencias dramáticas de la esclavitud como la invisibilidad de los pobres, la miseria, la violencia, la discriminación y el racismo”.
De dicha reunión salió la redacción de la “Carta de Salvador” en donde se exige a los Estados “proteger a los jóvenes negros que viven un genocidio por la violencia derivada de la pobreza”, denunciando también la intolerancia religiosa y el desprecio a la cultura africana.
En América Latina se calcula que, en éstos momentos, hay 150 millones de personas afrodescendientes, de los cuales un 25% viven en situación de marginalidad. En Estados Unidos representan más del 12 % de la población y la Oficina del Censo calcula que en 2050 llegarán al 15%.
Juan de Dios Mosquera, director del Movimiento por los derechos de las comunidades afrocolombianas denuncia que, en su país, “persiste la mentalidad colonial y los descendientes de los esclavistas son los que retienen el poder”. Hasta Naciones Unidas reconoce la exclusión de esta población y califica de “débiles” las leyes que se han intentado poner el práctica para rescatarlos de la marginación.
Todavía hay esclavos en el mundo. La organización Save the Children calcula que más de ocho millones de niños están en esta situación. La trata infantil genera alrededor de 23.500 millones de euros, la explotación sexual involucra a dos millones de niñas y niños, un millón están atrapados en minas y más de 300.000 son niños soldados. Y no olvidemos a esas cien millones de niñas que contraerán matrimonio forzoso antes de los 18 años.
Resulta escalofriante recordar estas cifras en pleno Siglo XXI y leer cómo niñas menores de Burkina Faso cosechan algodón para una de las firmas más conocidas de ropa interior londinense o cómo niños de entre 5 y 17 años, el 10% de los menores, son esclavizados en la agricultura mexicana.
Se calcula que cien mil niños están trabajando en condiciones infrahumanas en las granjas de cacao de Costa de Marfil, muchos de ellos son capturados por contrabandistas en Mali y en Burkina Faso, según el Foro Internacional de los Derechos Laborales.
En el caso de Brasil, el país con mayor número de negros, 22 millones, el porcentaje de jóvenes afrodescendientes con estudios superiores es de 1,3%, cinco veces menos que el resto de los jóvenes (6,7%), según del Fondo de Población de la ONU.
Se calcula que en España viven alrededor de 700 mil afrodescendientes. Las organizaciones que los representan opinan que sufren una discriminación “sutil”. De hecho, su presencia es bastante reciente y sólo representan el 1,5% de la población. El escritor Donato Ndongo, en su libro Una nueva realidad: los afroespañoles, nos recuerda que los primeros que llegaron a España, en el último siglo, fueron los guineanos. La mayoría de ellos venían a estudiar. En estos momentos representan la tercera comunidad afrodescendiente tras la senegalesa y nigeriana. Ahora llegan en patera.
*Periodista y escritora