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actualizado 13 de nov. 2012
China y Estados Unidos: simbiosis económica
La deuda del Gobierno de Estados Unidos con China supera el trillón de dólares, mayor que la de ningún otro país
Por Gustavo Adolfo Vargas
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Cuatro décadas han transcurrido desde que en 1972, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, viajó a China, marcando un hito en las relaciones entre ambos países. China resultaba atractiva para empresarios capitalistas, por su dimensión como mercado, oportunidades de inversión y ventajas geopolíticas, convenientes para profundizar sus divergencias con la Unión Soviética.

Era imposible prever el formidable desarrollo económico que alcanzaría el gigante asiático en tan corto tiempo, creciendo durante décadas a un ritmo del 10% anual, traduciéndose en la duplicación de su PIB cada diez años.

Goldman Sachs, augura que para el año 2027, este igualará al de Estados Unidos, quien en estos años además de los divisionistas objetivos políticos de la Guerra Fría, logró significativas ventajas económicas en beneficio de sus corporaciones.

Los crecientes y multibillonarios déficits presupuestarios estadounidenses, originados por sus desbalances comerciales y, principalmente por sus aventuras guerreristas en Oriente Medio y otras regiones, en gran medida fueron encubiertos por China.

La deuda del Gobierno de Estados Unidos con China supera el trillón de dólares, mayor que la de ningún otro país. Durante muchos años, Pekín ha financiado su déficit.

En 2008, ante las primeras amenazas de derrumbe financiero global, cuando Japón puso a la venta 13 billones de dólares de la deuda estadounidense, a contrario sensu China invirtió 44 billones en dicha deuda, a fin de fortalecer el dólar.

Las ganancias obtenidas por las corporaciones, no significaron aumento del nivel de vida del pueblo norteamericano. Al contrario, se señala que el beneficio económico que quizá reciba la población estadounidense al adquirir artículos a bajo costo, está lejos de compensar la masiva pérdida de puestos de trabajo y capacidades industriales, que se desplazan a China, Corea del Sur, Hong Kong y otros países.

Por otra parte, la creciente deuda contraída eleva cada vez más el monto de los intereses anuales a pagar, tornando más vulnerable la economía estadounidense, limitando sus posibilidades de recuperación.

Han llegado a tan profunda deformación estructural que para las corporaciones transnacionales el obrero norteamericano se ha convertido en un estorbo que le impide obtener mayores ganancias.

Nunca han sido tan marcados los antagonismos de clase en Estados Unidos. El capitalista del siglo pasado explotaba al trabajador pero lo necesitaba; para el del siglo XXI, el obrero es un enemigo.

En 1952, las ganancias de las empresas en Estados Unidos, alcanzaron el nivel récord de 9.7% del PIB. Pero fue hasta 2008 que las mismas alcanzaron un nivel superior (10.2% del PIB). Hoy dichas ganancias alcanzan 11.8%, algo sin precedente en la historia de ese país.

China se ha beneficiado de un balance comercial ampliamente a su favor, que le permite acumular reservas extraordinarias de divisas y emplear parte de sus ganancias en desarrollo y modernización. Con el aumento sostenido del poder adquisitivo de su población, China desarrolla su gigantesco mercado interno y realiza mega-inversiones en infraestructura y creación de puestos de trabajo.

Desde el 2001, China es miembro de la Organización Mundial del Comercio. En 2007, se convirtió en el primer socio comercial de India, el segundo país más poblado del mundo, y firmó un Tratado de Libre Comercio con los diez estados miembros de la Asociación de Países del Sudeste Asiático.

En lugar de enfrascarse como Estados Unidos, en guerras quiméricas que devastan su economía, China consolida vínculos de cooperación con numerosos países, incluidos los de América Latina y el Caribe, creando nuevos y amplios mercados.

Existe una real codependencia entre China y Estados Unidos. Por una parte, China necesita del mercado estadounidense y de las transferencias tecnológicas derivadas del “outsourcing” para su desarrollo. A su vez, Estados Unidos necesita del financiamiento chino para cubrir sus déficits presupuestarios, mientras sus corporaciones se lucran contratando mano de obra barata y las ventajas fiscales de sus inversiones en China.

El declive económico en uno de los dos países inevitablemente hundiría al otro. Esta condición continuará, hasta que a China no le resulte imprescindible el mercado estadounidense, lo cual ocurrirá más pronto de lo que pensamos.

Para Estados Unidos, esta suerte de simbiosis económica con China es muy difícil, no solo porque es el país deudor, sino porque los procesos bélicos que emprende, amplían sus déficits presupuestarios y su necesidad de financiamiento externo.

*Diplomático, jurista y politólogo

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