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actualizado 5 de Octubre 2012
Los medios, más problema que solución
A los periodistas hemos de exigirles que informen verazmente
Por Xavier Caño Tamayo
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A propósito de la tensión violenta provocada por unas caricaturas y un video sobre Mahoma, protagonizada por desinformadas masas musulmanas en varios países, los dirigentes políticos de Occidente han proclamado su irreductible compromiso con la libertad de expresión. Pero es mentira.

En Reino Unido, por ejemplo, recién se prohibió publicar fotos en topless de Kate Middleton y hace un par de años, también por ejemplo, Obama presionó todo y más para que la prensa no publicara unas fotografías de agresiones sexuales a mujeres iraquíes por soldados estadounidenses. Solo un par de ejemplos de que defienden la libertad de expresión cuando no perjudica sus intereses.

Conviene explicar qué es la libertad de expresión para no llamarse a engaño. La libertad de expresión (de toda la ciudadanía, no solo de los poderosos que pueden financiar un costoso medio) es una cara de un derecho. Pero en el reverso está el derecho a la información. Porque, si no hay información veraz, no hay democracia.

Además, la libertad de expresión es uno de los treinta y ocho o cuarenta derechos que salen de repasar con detalle la Declaración Universal de Derechos Humanos. Sabiendo, como defienden las asociaciones y entidades pro derechos humanos (desde la ONU hasta Amnistía Internacional, el Consejo de Europa, Human Rights Watch o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos), que no hay derechos más importantes que otros. Todos tienen la misma importancia y obligatoriedad de ser respetados.

Hablando de derechos, con lo que pasa, con una mayoría que sufre, estamos con Nazanín Armanian cuando afirma que “el principal problema de la humanidad es la obscena y creciente brecha entre unos pocos ladrones de guante blanco y mil millones de hambrientos”. Más la mitad de la población apenas sobreviviendo con dos dólares diarios, añadimos.

Encontramos un veraz resumen de la crisis-estafa en las lúcidas leyendas del humorista El Roto: “La operación ha sido un éxito: conseguimos que parezca crisis lo que es un saqueo. (Los mandatarios políticos) prefieren la confianza de los mercados a la de quienes les votaron. ¿Cómo que el sistema no funciona? Nos llevamos millones y los gobiernos los repusieron. Todo lo que dé dinero se privatiza y lo que arroje pérdidas es público”. Tremendo. Y, ya que empezamos con el binomio libertad de expresión-derecho a la información, ante todo esto, ¿qué hacen o dejan de hacer los medios de comunicación y los periodistas?

Desde los pagos controlados por la muy minoría rica se intoxica y adoctrina que los periodistas han de ser objetivos e imparciales. Pero, ¿cómo ser imparcial con verdugos y víctimas, explotadores y explotados, expoliadores y expoliados? Como dice Paulo Freire, en el conflicto entre el poderoso y el desposeído, ser neutral es ponerse del lado del poderoso. Porque la verdad no está a medio camino entre dos puntos de vista opuestos, como envenena la cultura calvinista de la “objetividad” y la “imparcialidad”. El periodismo no puede ser “objetivo” ni “imparcial” (¡menudo fraude!), sino plural, riguroso y, sobre todo, veraz. ¿Cuánta veracidad hay hoy en los medios? En este principio de siglo XXI, la mentira, la manipulación y la ocultación mantienen a la ciudadanía desinformada, anestesiada e inerme.

El maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski señalaba que un periodista no puede creer en la paparrucha de la objetividad. Ni tampoco ser neutral, porque tiene el compromiso de enfrentarse a la injusticia. Y de ningún modo ser mero contador de sucesos, altavoz de declaraciones o empaquetador de noticias sin antecedente ni contexto. Eso no es informar. Y, para que haya democracia real, la ciudadanía ha de disponer de información. Veraz. Algo que la mayoría de medios no proporciona.

Cumpliendo el dogma neoliberal, en las últimas décadas ha habido la mayor concentración de empresas y corporaciones de la historia. Incluidas las de comunicación; unas veinte mega-empresas de comunicación figuran entre las cien más poderosas del mundo. Así, la economía está controlada por muchos menos y los medios informativos se convirtieron en parte del problema. Son los encargados de ocultar con frecuencia, desinformar a menudo y narcotizar a la ciudadanía.

A los periodistas hemos de exigirles que informen verazmente, tomando partido por la justicia, por las víctimas, porque si son “neutrales” se alinearán con los verdugos. Y la ciudadanía indignada ha de empezar a considerar a los medios como parte del problema.

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