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actualizado 5 de diciembre 2013
El arte de contar la verdad
“Ninguno de nosotros logró realizar el sueño de la perfección, así que hay que juzgarnos teniendo en cuenta nuestro espléndido fracaso en la consecución de lo imposible”
Por Fran Araújo
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Ha sido definido como ventana al mundo, perro guardián, constructor de la realidad; como mentiroso, propagandista, un mercenario del poder, el detective del pueblo o el garante de la democracia, pero todo el mundo lo conoce como el periodista. Esa extraña raza de hombres que habita en la redacción de un periódico, radio o televisión, que lucha por contar la verdad.

“Todos nosotros –periodistas, escritores, comunicadores- sólo escribimos y decimos lo parcial para contestar a lo incompleto”. Así definió la profesión el escritor mexicano Carlos Fuentes en la entrega de los premios Ortega y Gasset en Madrid. Recordaba de su maestro Ortega “la lucha por la claridad de las ideas y la felicidad de la frase”. Siempre del lado del público, de la sociedad, dándole las herramientas para ese atrevido ejercicio de pensar en los hechos que les rodean.

En estos tiempos que corren, el buen periodista es más necesario que nunca. Paradójicamente, los buenos periodistas son acusados hoy de antipatriotas o mentirosos al servicio del enemigo. Es lo que Condolezza Rice denominaba la “prensa incómoda”. Estaba hablando de los periodistas cesados en mitad de la guerra del Golfo por atreverse a hacer bien su trabajo, de los periodistas asesinados.

No por ello el periodista pasa a ser un héroe o el protagonista de la historia, al menos no más que cualquier otra persona. Su función consiste en servir de conductor de los hechos y de las palabras del otro. El periodista cabal intenta huir del envanecimiento por la profesión, sin por ello quitarle un ápice de importancia a lo que hace. Los ciudadanos tienen el derecho a ser informados de manera veraz, clara y objetiva, y eso supone una responsabilidad enorme para estos habitantes de la redacción. La búsqueda de la excelencia de la que fue abanderado Ortega y Gasset. Desentrañar el significado de las palabras y devolverle su valor original.

Pablo Ordaz, periodista de El País, denunciaba hace unos días que el periodismo se había vuelto un mero conductor de las declaraciones institucionales. El trabajo frenético, la falta de tiempo y de medios, dificultan la búsqueda de la verdad en el día a día de la profesión. La investigación y la confrontación de fuentes son lujos que sólo se concede el buen profesional, ese que vive en la sombra y desde ella teje el relato de los hechos.

Después de la revolución tecnológica, es necesario una revolución de contenidos, acercarse a lo global desde lo local. “Seamos generosamente universales a fin de ser provechosamente nacionales”. Sernos otros, todos, para que nada de lo humano nos sea ajeno. Siempre con la máxima de León XIII por delante. “El primer principio de la historia es no atreverse a mentir, el segundo no temer decir la verdad”.

Aún quedan muchas puertas por abrir en la profesión, muchos campos por explorar. El periodismo social se abre paso entre las secciones de sucesos y sociedad. Puede que en el futuro los periódicos se den cuenta de que lo humano también vende. Algún día podremos abrir nuestro periódico habitual y leer una página dedicada a temas sociales, demandas de la comunidad, historias positivas y, quien sabe, si la disminución de la injusticia.

No quedan tan lejos las palabras que Faulkner le dijo a Hemingway. “Ninguno de nosotros logró realizar el sueño de la perfección, así que hay que juzgarnos teniendo en cuenta nuestro espléndido fracaso en la consecución de lo imposible”. Un fracaso espléndido y totalmente necesario. Menos mal que ninguno de los dos renunció a esta búsqueda tan dura y a la vez tan gratificante.

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