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actualizado 15 de enero 2013
En lista de espera para un hogar
Todos los proyectos de sensibilización para estimular la adopción son pocos
Por Laura Zamarriego Maestre
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La mayoría de los chicos tutelados por la Administración o por fundaciones presentan situaciones complejas, condicionadas por la edad, por la pertenencia a un grupo de hermanos, por problemas de adaptación o por enfermedades y minusvalías. Lo habitual es que los adoptantes esquiven estas características a la hora de plantearse qué niño acoger, cuando lo que se debe tener en cuenta es qué familia se adecúa a las necesidades del pequeño. María Del Río, coordinadora de Asociaciones en Defensa de la Adopción y el Acogimiento (Cora), precisa que “la adopción no es un derecho de los padres, son los niños los que tienen derecho a ser adoptados”.

El prototipo de familias que se proponen adoptar, anhela un bebé, a poder ser, recién nacido y sano. Pero el escenario de los orfanatos es variopinto y bebés recién nacidos y sanos apenas hay. Son los “elegidos” por la mayor parte de adoptantes y, también, el perfil más sencillo de asignar. Los padres se ven seguros ante el reto de criar y educar a un niño desde su edad más temprana. Los psicólogos afirman que la etapa de los cero a los tres años es fundamental en el desarrollo afectivo y cognitivo de la personas, por lo que adoptar un bebé es salvar una infancia.

Las limitaciones vienen cuando el niño lleva consigo un pasado, quizá traumático. El 75% de los niños huérfanos o abandonados tienen más de siete años. Son criaturas proclives a sufrir problemas de adaptación a la nueva familia y a la sociedad. Los adoptantes sienten cierto temor ante su posible incapacidad para criar al niño. “Los chicos que son adoptados con ocho, diez, doce años, llevan a la espalda una mochila llena de experiencias”, comenta Marta Esteve, subdirectora de la Fundación IRES (Institut de Reinserció Social).

Son también un perfil descartado los grupos de hermanos, que ni tutores ni adoptantes pretenden disolver. Romper el único lazo familiar que, dentro de la dura realidad del orfanato, han podido forjar es desestabilizador. Sólo un escaso número de familias se ve apto para acoger a dos o más chicos. En general los adoptantes no pueden afrontar este tipo de acogimiento por motivos económicos o por saberse incapaces de cubrir las necesidades requeridas.

Los niños con alguna enfermedad o minusvalía son, quizá, los más olvidados. Algunos centros de acogida están muy especializados en educación especial por este motivo. Los índices de abandono –más que de orfandad- de estos niños sobrecogen. El problema más grave aparece al crecer y continuar con altos niveles de dependencia. Aquellos que no se valen por sí mismos, también deben abandonar el centro de acogida al cumplir la mayoría de edad, como el resto. El único recurso es destinarles a diversos centros especiales para discapacitados. Por fortuna, siempre queda gente dispuesta a adoptar a esta clase de niños. Es el caso de Xabi y Asunción, una pareja que adoptó hace tres años a dos niños con discapacidad física y psíquica. “Cuando les adoptamos hubo generosidad pero también hubo egoísmo, aunque sobre todo, hubo ilusión”, reconoce Asunción.

Todos los proyectos de sensibilización para estimular la adopción son pocos. Aunque España es el segundo país del mundo en número de adopciones, debe hacer un hincapié especial en promover las adopciones nacionales, con 600 solicitudes en 2011, en contraste con las 830 para adopciones internacionales. En ambos casos los trámites son prolongados y el proceso de adopción puede alargarse varios años. Pero la gratuidad de las adopciones en España contrasta con el gran coste que conlleva acoger a un niño de otro país. Con la crisis, las adopciones internacionales han bajado en un 55%, mientas las nacionales han aumentado un 28%. Adoptar un niño, nativo o extranjero, guapo o feo, con más o menos años, sano o con problemas de salud, es un gesto humanitario merecedor de todo respeto y admiración.

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