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actualizado 19 de Junio 2013
Palabras con prejuicios
Seguramente conocemos más adultos casados que solteros, ciert
Por Alex Grijelmo
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Las oraciones adversativas y las concesivas muestran a veces nuestro subconsciente: Alguna vez habremos oído: “Es un restaurante marroquí, pero muy bueno”, o algo similar. Y ahí la conjunción “pero” delata el pensamiento estropeado.

Incluso la televisión pública se contagia de estos usos. El 2 de enero, a las 14.51, poco antes del Telediario, se pudo oír esta afirmación sobre la famosa Isabel Preysler y el exministro Miguel Boyer: “Cierto que no se casaron por la Iglesia, pero han cumplido a rajatabla esa máxima de permanecer unidos en lo bueno y en lo malo”. De lo cual se deduce que casarse por la Iglesia y escuchar sus fórmulas rituales hace que los matrimonios se apoyen más a lo largo de su vida útil, a diferencia de lo que ocurriría con un matrimonio de los que salen del juzgado, que resultan de peor calidad. Se ve que estos ya vienen defectuosos de fábrica.

Otro prejuicio emboscado en la fraseología de esos programas consiste en entender la vida en pareja formal como la auténtica situación natural de los seres humanos, la única aspiración posible; hasta el punto de que solamente en esa condición se puede disfrutar de la existencia. La alegría y la felicidad se identifican con tener una compañía sentimental. Lo contrario significa sufrir una vida desdichada, destrozada tal vez; y en ese caso todo ser humano debería intentar rehacerla.

El pasado 11 de noviembre, a las 14.50, proclamaban desde TVE refiriéndose a la ex esposa de un político español recién divorciada: “Un atractivo mexicano de 47 años le ha devuelto la sonrisa”. Aquella mujer perdió la sonrisa con el divorcio (no durante el matrimonio, parece ser); y sólo una nueva relación se la devuelve. Y entre medias, nada: la tristeza.

Nos cuentan que el cantante David Bisbal y su ex pareja “rehacen sus vidas”. Y el ex marido de Paulina Rubio también “ha rehecho su vida” con una modelo venezolana Se va entendiendo una vez tras otra —y habrá ejemplos semejantes en la prensa y la radio, por supuesto— que el periodo entre una pareja y la siguiente sólo puede identificarse con una mala etapa, en la que se pierde hasta la sonrisa.

Sin embargo, mucha gente habrá experimentado que se puede vivir con plenitud ese tránsito, resulte corto o largo; y hasta hay quien decide quedarse en él tan ricamente.

He ahí por tanto el prejuicio de las frases que comentamos, según las cuales todos parecemos ser mitades en busca de la media naranja que nos complete.

Seguramente conocemos más adultos casados que solteros, cierto. Sin embargo, siempre queda un margen para las posiciones alternativas. Porque muchos creen que la felicidad individual también se puede encontrar transitando por caminos distintos, bien por lo regular o bien por lo pirata, quién sabe si con puntos de llegada insospechados; y que no son desdeñables los que cada cual elige recorrer en solitario o mediante compañías ocasionales para algunos de sus tramos, no necesariamente con relaciones amorosas o sexuales sino también de amistad o apoyo mutuo; relaciones sinceras, con roce o sin él.

La vida —la profesional, la sentimental, la lúdica... todas las vidas que tenemos y reunimos en una— supone una sucesión de etapas, y cada uno las administra como mejor le parece; y ninguna excluye la felicidad relativa que buscamos todos.
Sabemos que tras una situación de desencuentro matrimonial o de pareja esa vida no se recompone siempre por el procedimiento de encontrar un rápido reemplazo. Y habrá quien pueda rehacerse de otras muchas maneras y muchos viven felices exprimiéndose como naranja partida y suelta, tanto en la versión pasajera como en la perenne.

Pero en tales programas se supone que cuando una pareja se deshace sólo puede acarrearse un recuerdo desgraciado, una rémora vergonzosa. Así, oímos en el citado espacio televisivo que Paul Newman “cargaba a sus espaldas con un matrimonio fracasado” cuando se casó por segunda vez.

Bueno, lo normal si alguien se casa por segunda vez es que en la primera algo haya salido mal, por lo que no hacía falta cargar la mano con tal expresión, que se vuelve así relevante para transmitir el prejuicio.

Los presupuestos mentales que se hallan tras esas frases se basan en un modelo ideal y único, y deseable universalmente. Y transmiten toda una carga de pensamiento de la que quizás no son conscientes sus redactores ni gran parte del público receptor.

Así que en algunas ocasiones los periodistas transferimos nuestros prejuicios junto con la información que difundimos. Y por tanto, convendría que de vez en cuando rehiciésemos, nosotros sí, los textos que publicamos.

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