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actualizado 1 de nov. 2013
Libros de usar y tirar
La naturaleza de los mercados ha llevado a muchas editoriales a expandirse más allá de sus fronteras, sobre todo por América Latina
Por Laura Zamarriego Maestre
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Cerca de un tercio de las familias españolas no pueden asumir el gasto que conlleva la vuelta al colegio de sus hijos. Sólo los libros de texto suponen 180 euros de media por niño. Detrás de esta ruina para los bolsillos se encuentra un negocio que mueve más de mil millones de euros cada año: las empresas editoriales, un sector que ve la educación como un mercado inagotable.

Se ha creado la necesidad de adquirir manuales escolares con el pretexto de ofrecer una instrucción básica y universal. Pero es importante considerar qué tipo de contenidos esconden entre sus páginas, con qué fines se elaboran y qué manos manejan este suculento negocio.

El propósito de los grupos editoriales es lucrarse. El fin pedagógico queda en un segundo plano. Como empresas privadas que sirven con sus productos a un bien público, éstos debieran ser revisados y contrastados. Sin embargo, no cumplen con ningún tipo de requisito oficial ni criterio de homologación.

Cambiar los manuales con un máximo de cuatro años o incluir ejercicios para completar en el propio libro son algunos de los mecanismos que las editoriales utilizan para aumentar sus ventas. Con la excusa de la actualización permanente de contenidos logran su objetivo: producir libros de usar y tirar. La falta de calidad tiene una relación directa. La idea de que los libros quedarán obsoletos al año siguiente hace que no sean valiosos y nadie los conserve. El escritor Arturo Pérez Reverte analiza un puñado de libros de primaria y secundaria. “Todo lleva mucho dibujito, mucha estampita, mucho colorín. Como envoltorio. Y dentro, unos textos escritos con desgana, sin criterio”, dice.

La concentración de unos pocos grupos editoriales ya se hizo con el sector durante el período franquista. Las marcas de renombre y más extendidas por las aulas pertenecen a la Iglesia Católica: SM (Santa María), fundada por religiosos marianistas; Edebé (Editorial Don Bosco), de la Congregación Salesiana; o Edelvives, de los Hermanos Maristas.

La realidad es que, con independencia del signo ideológico, las grandes editoriales buscan responder a las demandas de gobiernos locales. Un ejemplo es el Grupo Edebé, conocido como Giltza en el País Vasco, Marjal en Valencia, Rodeira en Galicia o Guadiel en Andalucía. Además, ya se ha denunciado que estas empresas “convenzan” a los colegios para que compren sus libros ofreciendo comisiones o “incentivos” sufragados, eso sí, por los padres.

La naturaleza de los mercados ha llevado a muchas editoriales a expandirse más allá de sus fronteras, sobre todo por América Latina. También ahora se están precipitando a absorber empresas en países emergentes como Brasil, India o China. Paolo Bianchini, profesor de Historia de la Educación en la Universidad de Turín, sostiene que “la uniformidad de los manuales y la concentración del mercado de edición escolar a escala mundial ilustran del empobrecimiento cultural que ello genera”. Si sumamos que cerca del 30% de la población de los países de la OCDE abandona sus estudios tras la escolarización obligatoria, podemos decir que su conocimiento del mundo depende en gran medida de esos manuales.

Los libros de texto resultan poco útiles si no se dedican a garantizar lo que debería ser la misión de la enseñanza, “esa a la que el Estado tendría que prestar mayor interés: la formación del ciudadano”, afirma Bianchini. Esto nos lleva a cuestionar la necesidad del libro de texto. La profesora de Geografía e Historia Laurence de Cock opina que “como objeto más fácilmente manipulado que manipulador, quizás sólo es un eslabón más del vasto dispositivo de fábrica escolar de la Historia”.

España podría seguir el modelo de otras escuelas públicas europeas, que se encargan de garantizar el traspaso gratuito de los libros de una promoción de alumnos a otra. Los libros tendrían mejor calidad y el mercado no jugaría sin pudor con la educación. Una alternativa en auge es apostar por la tecnología e Internet, algo que empieza a atemorizar a las grandes editoriales. Muchas escuelas y profesores ven en la red un gran apoyo donde contrastar fuentes y dotar a los niños de sentido crítico. Asimismo les enseñan a filtrar los contenidos y a no considerar Internet como una mera vía de distracción y ocio. Es hora de formarnos como ciudadanos.

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